Lunes 26 de Septiembre de 1954

Un calor longitudinal y fatigoso mece mi cuerpo sepulto en los edredones voluminosos. El sueño cae misteriosamente a mi cuerpo y lo toma suavemente. Acá, entre el cansancio y el humo, entre el Miedo y las ansias inmortales, me digo: he de escribir o morir. He de llenar cuadernillos o morir.

8 y 1/2 horas. Mi cuerpo no quiere levantarse, sino seguir durmiendo. Entreabro los ojos, aspirando los objetos de la habitación. Los cierro de nuevo, suspirando. ¡Cuántas cosas pierdo! ¡Cuántas sensaciones, vivencias, aprendizajes! ¡Todo por morir un poco más! ¡Todo por vivir menos, en ésta, mi dolorosa e irreal realidad!


Y esa voz que te grita vives y no te ves vivir.
Vicente Huidobro

Son las cuatro de la tarde. ¡Oh, sol! ¡Oh, árboles humildes plenos de verde! La primavera se me presenta como una epopeya popular que extrae todo hacia un exterior horro­roso.

la flor es la voz de la tierra.

el viento es un trozo de oxígeno disfrazado de fantasma, que vaga silbando una canción que nunca pasa de moda.

una cerda es una señora burguesa, muy gorda, que fue rapta­da por los indios que reducen los cráneos de los blancos pero que con ella se salieron de la norma acostumbrada y le re­dujeron todo el cuerpo; luego de rasurarla, la encerraron... pero se olvidaron un rizo en el trasero.

el reloj es un viejo que murió de un ataque al corazón y lue­go resucitó (para vengarse de los que se sentían molestos con el ruido de sus latidos).

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