14 de Diciembre de 1958

Leí los Raggionamenti del Aretíno. No me escandalicé en ningún instante. Es más: me divertí. ¿Cómo se explica, dada mi educación y mi precaria experiencia sexual?

10 de Diciembre Noviembre 1 de 1958

¿Llegará el día en que mi soledad sea fuerte y consciente de sí misma? Hoy he pensado en ello. En verdad, somos solos por esencia, por naturaleza. Soy yo y todas las que fui, como diría Michaux.
La mayor parte del día mi pensamiento está suspendido. Actúo por medio de sensaciones. Como si tuviera unos pocos meses de vida, y fuera sorda, ciega, muda: un ser envuelto en una angustia húmeda, sexual, angélica. Muchas veces tengo miedo por ese ser desvalido y torpe que soy yo y por el cual no puedo hacer nada. No obstante, me pregunto si este desamparo no estará lleno de sentido y la profunda misión de mi vida es comprender ese sentido.
Acabo de hablar con Olga.2 Deslumbrada de mí: he salido de mí, he hablado de su problema, lo hice mío. Entonces, ¿también yo puedo comunicarme con alguien? Quisiera arrodillarme y agradecer y alabar. Tengo tanto miedo de no poder querer. Y he aquí que pude. Pero tengo tanto miedo de ser rechazada una vez más, como siempre.
A pesar de todo, aunque suceda cualquier cosa, quiero decirme de nuevo que Olga es el ser más maravilloso que conocí. Y si no la hubiera conocido nunca, si no existiera, mi vida sería más pobre. Me lo digo con miedo. Quisiera quererla siempre, pero serenamente, sin obsesiones. Y sobre todo ayudarla, que se reconstruya, que no se hunda. A veces, o casi siempre, el destino de cada uno de nosotros me parece tan frágil, tan misteriosamente endeble, que me sube el llanto y me muero de piedad y de dulzura.
Tal vez esté equivocada.
Tengo que dejar el psicoanálisis. Tengo que reconocer, de una vez por todas, que en mí no hay qué curar. Y que mi angustia, y mi delirio, no tienen relación con esta terapéutica, sino con algo más profundo y más universal.
Mi terror a la soledad. Cuestiones infantiles.
Yo sé que llevo un sueño. Sé cuál es, por qué está y para qué. Ahora bien: no me desenlazaré de este sueño sino por el arte. De aquí la urgencia de hacer la novela. En ella lo dejaré. ¿Cómo no lo pensé antes? Cada día me es más evidente.


1. Tachado y corregido por A. P. Pero en realidad es efectivamente el 10 de diciembre.
2. Olga Orozco. Poeta argentina (1920-1999). Alejandra la conoció en 1956, y mantuvo con ella a lo largo de toda su vida una amistad muy estrecha.

8 de Diciembre de 1958

Según O. yo exijo de los otros más de lo que pueden darme. Es así como sufro en mi relación con Olga puesto que —según D.— yo aspiraría, inconscientemente, a ser el centro de su vida. Es decir, yo busco —continuó diciendo— una relación filial. Y además, confundo la amistad con el amor. Estas observaciones son importantísimas: la mayor parte de mis sufrimientos derivan de que jamás fui insustituible para nadie.
Pero ahora que lo sé, ¿sufriré menos o continuaré en mi situación infantil? Sería siniestro donar mi vida a dos dioses inútiles: el Padre y la Madre. Y más ahora, que estoy acercándome a la edad adulta. Con suma facilidad dije:
—Sí. Yo no puedo amar. (Y confieso no sufrir excesivamente por ello.) Que me sea posible superar estos conflictos antiguos. Que me sea posible dedicar mis obsesiones al arte. Y mis fantasías. Y mis ideas.
Palabras. Palabras.

5 de Diciembre de 1958

Estoy peor que anteayer. He llorado mucho. Estoy sola, dolorida. No veo camino para mí. Y todos me han abandonado.

3 de Diciembre de 1958

Todo parecía muy fácil. Pensé que el estudio avanzaría, la soledad, la esperanza. Es inútil querer dirijir [sic] mi vida hacia la seguridad y el orden. Hoy estallé. Reconozco que no me interesa estudiar ni hacer nada. Estoy como siempre, encerrada. Estudiar o adquirir conocimientos, ¿cómo si me estoy delirando? Esto es peligroso. Me siento vieja, fea, enferma. Quiero escribir una novela. Me arrastra el sueño, la impotencia. Quiero dormirme para siempre. Cada día siento más miedo de todo.

21 de Diciembre de 1958

Estoy un poco enferma: una gran infección. Muy propio del signo Tauro. Dificultades para estudiar.
Ha retornado el miedo. Una profesora ofreció prestarme el libro de Henríquez Ureña que es inhallable. He pasado cuatro horas en el terror de hablarle por teléfono para preguntarle a qué hora iré mañana a buscar el libro. No comprendo este terror.
Me compré un espejo muy grande. Me contemplé y descubrí que el rostro que yo debería tener está detrás —aprisionado— del que tengo. Todos mis esfuerzos han de tender a salvar mi auténtico rostro. Para ello, es menester una vasta tarea física y espiritual.

17 de Noviembre de 1958

Comencé a estudiar. Intento abandonar el desorden y la inconsciencia. Quiero estudiar. Quiero tener un futuro. Quiero aprender y demostrarme que soy joven, que puedo luchar por mí y por mi libertad. Me han sucedido demasiadas cosas, y no comprendo casi nada. Pero creo que ha pasado la edad de la disipación y de la orgía. Ahora miro lo pasado y veo destrucción y tiempo perdido. He envejecido en vano. No quiero perder más tiempo. Quiero estudiar algunos meses. Estudiar solamente y sobre todo escribir. No obstante, estoy muy angustiada: lo inconsciente me domina.
Este diario tiene que devenir más concreto. Hay que poblarlo de nombres, de paisajes, de existencias

8 de Noviembre de 1958

El visionario, de J. Green: la lentitud, la maravillosa lentitud de las descripciones. Se siente un tiempo distinto, un ritmo particular. Green no escribe: dibuja.
He hablado con una compañera de la facultad. Me he reído bastante de sus concepciones del mundo. No obstante —y a pesar de nuestra misma edad— yo vuelvo, y ella va... Afirmó envidiar mi libertad de acción. (Debe ser por eso que no actúo.) Esos problemas con los padres, respecto del horario de retorno a altas horas de la noche...
«Iba perdiendo el don maravilloso de ver las cosas tal como no son.»

8 de Octubre de 1958

Estoy leyendo El ocultismo de Amadou. Me molesta descubrirme tan sin fe. Pero ¿no soy yo quien se cree capaz de hacer llover, de quitar existencia a la muerte, de manejar el mundo como si fuera una bicicleta? ¿Qué pasa entonces? Sucede que me estoy transformando en una horrible intelectual —que siente a través de [tachado]. Y ello se debe a mi estatismo interno.

29 de Julio de 1958

Vuelvo a escribir. Horrible confusión. Todo da vueltas. Me he propuesto finalizar este año habiendo logrado tres cosas: un libro publicado; un empleo y haber rendido las materias de segundo año en la facultad. Esto en cuanto a cosas externas. Pero las espero las espero como si faltaran siglos y no hay más que unos pocos meses.

SUEÑOS
Ella corre por un corredor interminable. Los cuchillos la persiguen. Risas viejas retumban en sus oídos.
Un escenario. Se abre el telón y baja un falo como la columna de una catedral. En lo alto se divisan los testículos. Ella aparece bailando, vestida como una plañidera medieval española, y se abraza al falo. Los testículos se abren como la boca de una grúa y dejan caer cabezas de indios, de rabinos, de mongoles, de pequeños dioses. Ella se abraza más fuerte, hasta que el falo se sacude y lanza una serpiente que la enrosca.

9 de Julio de 1958

Dificultad en las relaciones humanas.

Lunes 27 de Mayo de 1958

Indudablemente el mundo externo es una amenaza.

Lunes 20 de Mayo de 1958

Confusión de sentimientos. Reunión en lo de ]., el sábado a la noche. E. agresiva conmigo. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? Los otros constituyen una realidad demasiado vasta que no puedo abrazar. Me da miedo, espanto, cólera. ¿Y cómo proceder? ¿Por el amor? ¿Y a quién amar si me odio? ¿O a quién odiar si me amo? Y no puedo ser indiferente.
Nada de quejas. Estudiar lo acontecido. Salir de esta confusión. Indudablemente, me siento horriblemente desdichada, inmersa en realidades irreconciliables. No es solamente mi no hacer nada. Es también mi espera del milagro salvador. Espero, espero humildemente. Lo esencial es recordar que yo sé muchas cosas, más de las que creo.
No vi nacer una flor. No sé nada de flores.

16 de Mayo de 1958

Insomnios dedicados a la infancia tan lejana. Infancia lamentable, rota, como una buhardilla llena de ratones y de carbón inútil. He intentado rescatar un solo recuerdo hermoso pero no lo he conseguido. Todo lo contrario: a medida que me alejo en el tiempo me veo más desdichada, en dificultades con la gente, hastiada, «niña falsa y enferma de los suburbios tenebrosos». Ahora me pregunto cómo logré sobrevivir, cómo no me aniquilaron absolutamente.
Una solución para desagraviar a mi infancia sería señalar a mis padres como únicos culpables. Pero me hastía la lucha familiar. Y ahora tengo que empezar de nuevo. Como si aún no hubiera nacido.
De todos modos, advierto que tengo demasiada confusión no puedo asimilar todas mis experiencias y sensaciones. Son excesivas. Y yo soy tan lenta, y ellas giran, ellas giran y me asfixian como si se bebiera una botella de vino ininterrumpidamente, sin tomarse el tiempo necesario para respirar.
Del diario de Du Bos respecto de una definición de Dostoievski: «un ser que durante toda su vida no vive, sino que no cesa de imaginarse a sí mismo». He aquí Alejandra.

12 de Mayo de 1958

Enajenación absoluta. Como si me hubiera ido de vacaciones dejando a mi cuerpo abandonado, o mejor, como si mi cuerpo se erigiera en único dueño de mí misma. No obstante, no quiero morir. Quiero continuar viviendo y mintiendo.
Todo lo verdadero se realiza cuando yo no miro, o cuando me doy vuelta.

9 de Mayo de 1958

Horrendas angustias: necesito trabajar. No puedo encontrar un empleo. Se confirma aquello de que «usted actúa con muchas dificultades en el mundo externo».
Aspiración al orden, al método, al aprendizaje infatigable.
Estoy leyendo forma y poesía moderna de H. Read. Sucede lo de Du Bos: detesto los ensayos sobre autores que no conozco. Por una parte, Read divaga, pasea por el tema de la poesía. A diferencia de Du Bos, se siente tan seguro en su intuición y conocimiento respecto a la materia, que se olvida del lector, de la poesía y del ensayo que está escribiendo. Se sienta en un sillón, con un vaso de scotch en la mano y habla. Habla pero no crea ni informa ni sistematiza. Los ensayos sobre poesía debieran elegir dos caminos: la información objetiva histórica o la creación que parte de la palabra poética para llegar a su esencia, a la que tiene de más entrañable (Heidegger, Pfeiffer, etc.).
Los poemas de Milosz. Apenas empiezo a abrazarlos. Un gran poeta. Un poeta de los que envían ángeles cuando la noche se viste de amenaza y el futuro es un bostezo negro y el presente no existe.
También he comenzado la relectura de Los hermanos Karamazov. Desde ya estoy prevenida en contra del desaforado estilo del traductor: R. Cansinos Assens. Esto de las traducciones no me es indiferente. Por ello es que ya no leo la Biblia. ¿Qué diablos sucede conmigo?
Anotar todas las impresiones literarias. Aun las más obvias, aun aquellas que me avergüencen. Es la única manera de aprender y tomar conciencia de lo que leo y de mí misma.
Debo releer a Kafka, Joyce, Gide y Proust.

1 de Mayo de 1958

Mis lecturas tan lentas. El día despacioso en el que yací muchas horas, vacía, como una muerta con alas. No ha sido muy desdichado, pero he descubierto que cuando no estoy angustiada, no soy. Es como si la vida se me anunciara a golpes y no de ninguna otra manera. Si no fuera por el dolor mi mundo interior equivaldría al de cualquier muchacha de esas que bostezan en los colectivos, a la mañana, ataviadas para sus empleos en oficinas. Con todo derecho yo puedo hablar del «dolor de estar viva».
No escribo poemas. Tengo miedo. Sé que debo esperar, sé que me aguarda un gran poema. ¿Sabré reconocer el instante sagrado? Sí, cerraré los ojos y me dejaré guiar por «la dama del sendero hacia nunca».
Me fastidia un poco el diario de Du Bos, pero por motivos independientes de él, es decir, porque habla de autores que conozco sólo de nombre. ¿Qué sentido tiene leer interpretaciones sobre sus obras? Y hablando de leer, he llorado recordando los libros que leí en mi infancia y adolescencia. Jamás podré recobrar u olvidar esas millares de tardes y de noches empleadas en lecturas desagradables, decadentes, con vocación destructora, lecturas que el último ser humano desecharía. Pero seguramente exagero, exagero porque jamás nadie me ha llevado de la mano a sitio alguno. Ni cultura, ni religión, ni moral fueron moradas a las que me condujeron. Hasta sospecho que las eludieron deliberadamente con el fin de arrastrarme con violencia criminal a esa horrenda zona vegetativa habitada por una especie nociva: los pequeños burgueses. Pero no puedo quejarme. Tal vez la vida, en su sabiduría, recordó mi vocación de llanto, recordó la estrecha relación angustia-vida que existe en mí.

Miércoles 30 de Abril de 1958

Fiestas de J. Goytisolo. Un algo de Faulkner. Pareciera que con una linterna enfocara diversos personajes —a los que presenta plenamente, en calidad de primeras figuras— para luego reunidos y que juntos continúen la trama. Me recuerda el cine neorrealista. A medida que leo esta novela descubro que jamás podré obtener la poesía de la acción, como hace J. G. Es más: no puedo describir una acción continuada, que se deslice naturalmente. ¡Ah! Es que mi fluir interno no transcurre así, mejor dicho, no transcurre en absoluto. La única poesía que puedo concretar es la expresión de mi suceder anímico (sucesión que responde a un tiempo carente de pasado, de presente y de futuro) o la descripción de mis fantasías —descripción fantástica, onírica, infantil y mística, pero que en mí funciona como razón, entendimiento y pensamiento—. De allí, que la idea de hacer una novela al estilo «ortodoxo» es decir, narrando, significa elegir lo que es más opuesto a mi naturaleza. (Gide, diario de Du Bos.)
En cuanto al diario de Du Bos, lo que más me interesa es su forma de leer los libros y su afán de penetrarlos hasta el infinito. Pienso, ahora, que yo y todos los que leen como yo, los infinitamente alejados de la riqueza crítica de Du Bos, no leemos sino que pasamos la mirada por las páginas. No obstante, intuyo algo en Du Bos que no deja de fastidiarme: una suerte de impotencia creadora más una gran desconfianza en sí mismo. Por otra parte, me impresiona como un viento frío que esas anotaciones sobre algunas cosas de arte constituyen un «diario». La razón debe estar en el hecho de que no se puede o es casi imposible escribir un «diario» con la intención, a priori, de publicarlo.
Hoy he leído todo el día. Algunos poemas de Cernuda halagaron mi tristeza. Extraña es la poesía. Cada día me sorprende más. Y no es que quiera interpretarla o deslindarla, no, me siento bien en mi asombro ante ella. Mi dificultad reside en reconocer como poemas una cantidad de obras así llamadas. Aún Cernuda, que comienza a gustarme bastante, me suscita dudas. En el libro Las nubes que es el que estoy leyendo pareciera que lo poético no fuera un salto de dentro hacia afuera sino al revés. Por ejemplo, el poeta mira la luna, la ve eterna en su «virginal belleza», y la describe en el poema como la observadora inmortal bajo cuya mirada los hombres efímeros nacen y mueren. (Algunas imágenes apelan a la historia.) Ahora bien: todo esto es tarea externa. Sé que estoy errada pero prefiero que cada uno escriba sobre su propia luna, sobre su noche. O que se introduzca dentro de la luna (Trakl, Rilke). En suma: que no se describa la realidad visible sin haberla transmutado antes, o sustituido, o hecho caso omiso de ella.

29 de Abril de 1958

Continúo sin hacer nada. Pronto sucederá, no lo temido, sino lo ansiado, sino sobre todo lo ansiado.
Sueño con el aislamiento. Yo sola, cerca del mar. Sola. Absolutamente sola. Esta es mi imagen de la felicidad.

Lunes 28 de Abril de 1958

Pierdo los días, la vida, el sueño. Pero yo no tengo la culpa si deseo, a la vez, la muerte y la vida, al mismo tiempo, a la misma hora. Nada podré hacer si no me impongo un método de trabajo. Y en primer lugar, un método de aprendizaje literario. Si yo tuviera el lenguaje en mi poder escribiría día y noche, pues es lo que más deseo. Pero ya es obsesiva mi desconfianza en el manejo del idioma. Y la novela se convierte en utopía. Cómo estudiar, y trabajar, y leer, y escribir. Y lo quiero todo al mismo tiempo. Y también embriagarme, y ver amigos y angustiarme, y asistir a todos los [tachado]. Pero sobre todo angustiarme y querer morir porque quisiera ser todo y sólo soy nada. (¿Qué significa mi abuso de la conjunción y? ¿Qué sino prolongar hasta el infinito cuestiones que es necesario resolver ahora y aquí?)
No es esto todo: también quiero leer filosofía y ocultismo. También quiero pintar y aprender inglés y alemán, historia del arte e historia de las civilizaciones americanas. Y no pienso poco en la posibilidad de un viaje.
En suma, frustración de frustraciones.

Sábado 26 de Abril de 1958

El aplazamiento: he aquí el título de mi situación actual. No concibo el tiempo móvil, fluyente, que me importe, que se relacione conmigo. No tomo conciencia de mi temporalidad. Siento, por el contrario, que tengo una reserva de tiempo sobrante, de tiempo gratuito, innecesario. Creo que ello se debe a que no creo aún en la muerte como algo que me pueda suceder.
La relectura, en mí, más que derivada del placer que me pudiera proporcionar el libro que releo, es una suerte de primera lectura. La verdad es que los libros desconocidos me atemorizan. Necesito penetrarlos sigilosamente. Y en la primera lectura, mi inhibición es tal que me impide cualquier comunicación profunda con el texto. Estas dificultades son mayores con los poemas. No creo exagerar si relaciono todo esto con mi casi imposibilidad de amar. Es más aún: hay miedo de entregarme a otra conciencia, no porque ello signifique enajenarme sino porque exige responsabilidad. De cualquier modo, las relaciones con las otras personas o con los otros son mucho más difíciles de lo que se cree. Casi diría que la vida es muy breve para comprender perfectamente o absolutamente un solo libro. Llegó la angustia. No se puede hacer nada sino dejar que el cuchillo se hunda cada vez más, cada vez más, y que una mano invisible me impida respirar. No hay defensa posible. Todo pierde su nombre, todo se viste de miedo. Aun el pensar en la poesía como posible salvadora me parece falso, neurótico.

Martes 22 de Abril de 1958

Pienso en el análisis. Tal vez lo necesite aún pero no siento el menor deseo de continuarlo. Lo que me inquieta es mi ocio, mi no hacer nada. Me paso los días obsesionada por este viento frío que me penetra, este mensajero de mi soledad, este castigador innominable. Debiera leer mucho pero mi pensamiento está congelado, pasmado ante tanta angustia, tanta sensación de muerte. Creo que debería trabajar, tener un empleo. Sería una manera de intentar la adultez, si bien no deja de ser externa. Pero necesito trabajar y probarme.

21 de Abril de 1958

He pensado en la novela. No la comenzaré con mi infancia. El solo hecho de recordarla [me] cubre de cenizas la sangre. Sólo algunas angustias, algunos sucesos lamentables, sobre todo lamentablemente sexuales.
No confundir la irrealidad poética con la irrealidad neurótica. A propósito de los ensueños edípicos: ¿qué hacer si se ha carecido de padres? Trascenderlo de alguna manera. Lo esencial es comprender que ya no soy una niña sino una mujer, sino y sobre todo una mujer. Rien qu'une femtne dans le silence de la solitude.
Descubro mi violento amor propio. Mi susceptibilidad ante la menor desatención de la gente para conmigo es tan enorme que me transformo en una muerta. De allí que alguien habló de mi serenidad y de la falta de obsesión en mi comunicación con los otros. La verdad no es así: toda prueba de amistad o de adhesión a mí es tan desfalleciente en relación a lo que pretendo que no puedo hacer otra cosa que entrar en un silencio vestido de dignidad pero palpitante de desilusión y de congoja infantil.
No puedo aceptar otra realidad que la del arte. Este mundo es horrible. Pero pienso que la medida de cada uno la da el empleo que se hace de la propia soledad y de la angustia. Más que «valentía» hay que decir «inocencia».
«Aún hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre.»
Ello no impide mi anhelo de muerte, de dormir, al fin, y no despertar jamás.

20 de Abril de 1958

Suceso sexual con N. Frustrado a causa de mi cansancio, de mi indiferencia. La realización sexual me parece posible en la soledad de mi cuarto, pero llegado el instante de concretarlo en la realidad, el deseo muere asfixiado y sólo queda una gran fatiga y un desolado e inoportuno dominio de mí misma.
Leo el diario de Julien Green. Me recuerda al de Katherine Mansfield en su insistente y agónica lucha contra el ocio del escritor. Ese miedo de morir sin haber escrito «le livre». Hallo en este diario carencia. No obstante, me impulsa, no sólo a continuar escribiendo el mío sino a escribir más poemas y más prosas. Debiera comenzar mi novela. Pero me asusta mi impericia literaria. Mas, ¿cómo adquirirla si no la comienzo? Y necesito recuperar mi infancia, urge detenerla, desenterrarla de su pantano de miedos. Pero pensándolo bien ¿he tenido yo una infancia? No, creo que no. No tengo un solo recuerdo de ella que me permita la más mínima nostalgia. No tengo ni un recuerdo bueno de mi niñez.

18 de Abril de 1958

He abandonado el análisis. Curioso ahora encontrarme, saludarme, decirme cómo estás tú Alejandra, mirarme sonriendo, tal vez un poco orgullosa de mí, como si yo fuese mi hija —¿y por qué no he de ser mi hija si mi infancia y mi adultez están escindidas?—, pero qué culpa, qué miedo, qué inhibición, qué terror, hay en tus ojos, hija mía.
Soy libre. Quiero serlo, que es lo mismo.

Viernes 21 de Marzo de 1958

He visto el mar, un mar que no se cansa de sí mismo, un mar que jamás se hastía de retornar siempre a sí mismo.
Estoy enajenada. También un poco asustada de todo y de mí misma, de mi soledad, de mi desamparo.
He descubierto mi imposibilidad de comunicación con la gente. Pero no. Exagero. Sucede que me es imposible acceder a la realidad doméstica. No sé hablar más que de la vida, de la poesía y de la muerte. Todo lo demás me inhibe, o, lo que es lo mismo, es objeto de mi humor. (Mi humor: el gran encubridor.)
Otra cosa: he aceptado vivir.

Miércoles 4 de Marzo de 1958

La mala fe continúa. Me siento desarraigada del mundo como jamás lo estuve. Pero esta vez mi exilio es beneficioso. Intento establecer una comunicación entre lo que vive en mí sin ser mío y este yo que está escribiendo ahora. En suma, quebrantar el puente que separa el sueño de la acción. He pensado en Dios y en la muerte. Hoy sentí lo misterioso con una intensidad maravillosa. Me pregunto por el origen de la noción del mal, de la culpa. Surgió en relación a Nerval. (Y qué familiar, qué cercana me es la carencia de Nerval, su herida, su persecución de sombras, de fuego.)

Lunes Marzo de 1958

Abandonaré al objeto amado. Dejaré la obsesión. Necesito toda la valentía del mundo. (Es la primera vez, después de muchos años, que menciono esta palabra: «valentía».)

Domingo Marzo de 1958

Me disuelvo en la irrealidad.
He vislumbrado. He visto. Fue una luz negra detrás del vidrio. Auguró posibilidades de vida.
Mediodía. Llamé al viento atroz. Es la soledad absoluta. Y tú lo sabes, Alejandra. Puedes enloquecer o morirte. Y las tibias noches de abril. Recuerdo un candelabro de siete brazos. Y la mujer de negro —madame Lamort— cargada de oro. Todos reían. Era la fiesta sabática. Un rabino quemado por una mano invisible aullaba al viento. Y la mujer de negro tenía un miedo atroz, un miedo grande como el mar. No sé qué sucedió después pero algunas flores despertaron bruscamente y comenzaron a bailar. Una de ellas quería desnudarse. Después hay una fábula. Angustias. Muerte. Yo dije la fábula, yo quise desnudarme, yo me vestí de negro. Yo no he sido.
Pronto veré el mar. Ni Dios ni el amor, sino el mar. El mar, única esperanza.

El viento como un loco en llamas estrangulando árboles. La quietud de la tarde se abraza a mi nada. El viento suspira debido a un orgasmo que le sobrevino mientras besaba al árbol. La canción de la infancia duerme en una isla del Pacífico preñada de melodías que hacen morir de dolor a los dioses de la sangre. Todo calla. Como si el mundo fuera el infierno. ¿Sabe el mundo que el infierno es él mismo? Ni las arenas sospechan que la sed del mar es otra cosa que sed. Nada es sino la sed. La sed o la carencia. Pero se me caen los deseos, se me caen las ansias y la infancia. Un poco de tregua, por favor. Mas no... Han invadido la casa de la sangre. Yo no comprendo nada. Me deliro, me desplumo. ¿Estará bien conducirse así o no será mejor darle la razón a la muerte? Una muchacha huye bajo la sonrisa de la luna, corre, corre, no hay tiempo para perder. La tumba espera.
La cuestión es así.
]e me enmerderai [sic] toujours.
Irme.

Ha sucedido algo extraño y nuevo. Fue un silencio. Luego la sensación insostenible de que guardo un desierto de cenizas. Pero apareció una luz, un relámpago, algo más profundo que mi subconsciente, algo anterior a mi vida. Y escuché una voz que dijo así: «Aquel que quiera salvar su vida la perderá, pero el que quiera darla, la volverá, en verdad, viva». Jamás he comprendido como hoy. Todo esto es de una seriedad indefinible. Es como si me hubieran surgido alas.
Cada objeto vive, ahora. Todo tiene perfume, color, presencia.

Sábado 29 de Febrero de 1958

Conflictos sexuales. No vivo el sexo como un problema. Sólo advierto que soy una niña, no una mujer. No tengo conciencia del bien ni del mal. Lo mismo que entonces, cuando era muy niña y me excitaba pensando en Dios. Quisiera ser menos inocente.
Respiración como asfixia. Libertad, única libertad terrestre. Quiero el sol, el mar. Quiero lo imposible.

No puedo creer que esto es la vida. (Ella espera a la vida.) ¿Y el amor? El amor con espumas, con alas, ese amor como un arcoiris, como una música soñada por el viento, ¿dónde, Alejandra, el amor? ¿Dónde la vida, la verdadera vida?

El asunto fue así: los monstruos de madera bailaban la ronda del amor. Yo, en el centro, no podía salir. Gritaba: Ah vivre livre [sic] ou mourirl En esos instantes un pie gigantesco me trizaba y me convertía en una tortuga azul que exhalaba luces blancas. ¿Y para cuándo la vida? —preguntó una muchacha.

No hay duda. Estamos heridos. El signo de la carencia. Soy —somos— carencia.

Quisiera dormirme y no despertar jamás.

Aprender a desinteresarme. Algo llora dentro, hay algo que llora dentro aun cuando lo real sonría. Hay algo absolutamente huérfano, que llora, algo viejo y aún no nacido, anterior a la eternidad, posterior al juicio final.

He releído todo lo escrito hasta hoy. Me exaspera el abuso de las grandes palabras: vida, muerte, eternidad. Debiera resignarme, debiera aceptar, alabar. Si por lo menos tuviera un deseo —siquiera uno—posible de concretar. Pero ¿cómo apoderarme del sol? ¿cómo obligar al amor? ¿cómo [tachado]? ¿cómo colmar esta carencia de infinito? Nada es en mí, nada me interesa sino ver el mar, ser besada por el viento... ¡Oh sí! El viento y el mar como un cuchillo feroz devasta mi cordura. Yo no sé nada. Yo no quiero nada sino que no me asfixien, que no me peguen tanto. Todo sería muy sencillo sí yo pudiera creer en algo real, posible de obtener. ¿Debo pensar, entonces, que soy una nada? (Simone de Beauvoir y [tachado]: Quieren ser todo y por eso son nada.) Y aunque así fuese ¿qué me da a mí?

La noche. Es ella, detrás de los cristales. La infancia muerta esboza un saludo. La Madre Universal. Ella gime detrás de mi sangre. Disolverme en el humo de mi cigarrillo. (Si por lo menos fuera puta —dijo la muchacha.) Pienso en el mar. En sus olas fosforescentes. En mi miedo la noche aquella cuando los caballos silbaban en la alameda y dentro de mí un ser crecía hasta hacerme reventar de existencia. Y yo me dejaba seducir por las aguas. Las aguas rodeaban mi cuerpo desnudo. Y era en una noche carente de luna, enferma de nubes. Y fue una noche de banderas que aleteaban para festejar a la muchacha enamorada del mar. Y yo era inocente. Y el mundo fue en mi sangre.
Pero ¿qué?

Viernes 28 de Febrero de 1958

Bajo el trono de la luna.
Amarilla es la tierra.

Miércoles Febrero de 1958

No dudo que las estrellas malas devoren a las estrellas buenas, que las flores gordas devoren a las flores flacas, que el desierto de cenizas devore al desierto en llamas. No dudo de nada. Sólo una tregua, sólo una tregua. Y entonces creeré en todo, aun en mí misma.
Quiero ser lo que ya soy —dijo.
Ni sombra, ni nombre,
mi carencia.
Todo se reduce
a un sol muerto.
Todo es el mundo
y la soledad
como dos animales muertos
tendidos en el desierto.

Tus deseos. Tu mano negra hambrienta de realidad, tu manía de alabar al mundo muerto, tu ausencia de nombre, tu vigilia atroz, tu descenso en las escaleras de tu conciencia, tu hábito malsano de morirte cada día, ¿qué es?

Ah vivre livre [sic] ou mourir!

¿Quién no cree en esto o en aquello? ¿Quién no se desangra en la lucha? ¿Quién no llora pensando en el mar? ¿Quién no duerme en un lecho de amapolas? ¿Quién no posee un silencio, un tiempo, una música? ¿Quién no baila su propio ritmo? ¿Quién no tiene un sexo para alegrarse, una palabra en que sentarse, una manía para tener vergüenza? ¿Quién no tiene vergüenza de ser? ¿Quién no está enojado con la muerte?
Yo.

Martes Febrero de 1958

Si no obtengo recursos de mí misma, ¿de qué vale todo? Es como si tuviera un desierto detrás de mi pecho, es como si me hubiera tragado una loca incendiada que corre por mi sangre dando alaridos, es como si fuera una fuga. Yo no quiero ser una fuga, yo no quiero que me pongan agujas en la sangre. Quiero vivir y ser yo. (¿No estaré luchando con la locura?)
El examen del sábado es el causante de mi estado actual.

Sábado Febrero de 1958

Sólo arena y niebla.

Imposible la libertad en la irrealidad. ¿Cómo vencer mi manía de la idealización? ¿Cómo cortar el cordón umbilical? ¿Y para cuándo la aceptación de la adultez? ¿Cómo trascender si me vienen unas ganas irreprimibles de ser una niña muy pequeña, sin pensamientos, sin actos, una niña que llora mucho y pide amor? Una mano, unos labios, una caricia... Todo levísimo, con espuma, con alas. He aquí lo único que me interesa. Lo demás, es interés forzado. Obligación. De allí mi imposibilidad de comunicación con los otros. Ando en busca de esa mano, de esos labios... Y no es posible encontrarlos. Y aunque los encontrara nada sería posible, porque me da horrenda vergüenza sentir esto que siento mientras el espejo certifica una muchacha de veintiún años, devorada por la irrealidad.

He meditado en la posibilidad de enloquecer. Ello sucederá cuando deje de escribir. Cuando la literatura no me interese más. De cualquier modo, me es indiferente enloquecer o no, morirme o no. El mundo es horrible, y mi vida no tiene, por ahora, ningún sentido. (No obstante, creo que nadie ama la vida más que yo. Sólo que entre mis sueños y mi acción pasa un puente insalvable. He aquí la causa de que yo deba desangrarme como un animal enfermo, detrás de la vida.)

Música infinita con velo blanco sale del bolsillo del mediodía. Los actos bailan la ronda del absurdo y esa necesidad pavorosa de ser secuestra a una muchacha de cabellera silenciosa que quisiera encenderse y estallar en un segundo como un fuego fatuo. Los sueños se sientan arriba del mundo. Hay un no dar más, manos negras clavando estatuas en las sonrisas de los muertos, [tachado] se suicida y un niño abre las puertas del cielo y pregunta por qué. Vuelan trenes. Los pájaros se colocan monturas y huyen a la llanura a buscar a la mujer loca que acaba de robar el fuego. Él le corta los pechos, él se la devora mientras un pueblo de hombres-plantas llora en las orillas del Swaney river. Él escupe los huesos de la muchacha. Campanas tocan a la muerte. El sepulturero del cielo se arrodilla frente a mi retrato y pide perdón. Perdón por el puente insalvable entre el deseo y la palabra. Perdón. Y nadie, nadie más que yo comprende la soledad de las flores. Luces intermitentes caminan en la espesura mientras el código de las sombras augura la soledad absoluta. Pero el portero en llamas luce la insignia de la muerte porque la jaula ha heredado —también ella— la vocación del perdón. Aunque te revuelques en las cenizas, el florero dará siempre la hora del dolor. Y el reloj que da las horas al revés ríe suicidándose en una mano invisible. No está bien ofender al tiempo, al viento. Ni a las anchas noches de luna cuando las alamedas tienen los ojos pesados de llanto y un mago celeste —el brujo de la tregua de los muertos— se acerca a la condenada irremisible y le pide perdón en nombre del mundo. Toda esta escena debe dar la impresión del infierno más puro. Pero una familia de golondrinas se desnuda en Mar del Plata. Se beben todo el mar. También yo beberé el mar. Cuando estalle el puente que corre entre mi deseo y mi palabra. Viento. Tiempo, mi sangre [tachado] de una luciérnaga que roe la distancia de la vida y la muerte. No quiero ser. Y la casa de mi sangre se desmorona —¡qué cosa!—. Cálida dulzura la del verano verde y su trémulo cortejo de golondrinas ahogadas. ¡Soy yo! ¡ Soy yo!

No llamar a dios. Aún cuando las flores desgarren mi pasado con su perfume a sueño frustrado. No invocarlo. Esta es la prueba suprema. Esto consiste en tenerse la sangre, apretarse los gritos, reventar en las propias venas, pero callar. Así te amaré, dijo la bruja escupiendo sus últimos dientes. ¿Por qué mágica lejanía luce en el pecho de la noche? ¿Qué corola de hierro se ha comprado mi flor? ¿Qué niño imbécil me encendió el fuego, quién transformó la vida en un vaso de agua inalcanzable? Y todo fluye como lava del infierno. Todo se hace cuerpo. La luz tiene piernas, la noche testículos, la luna brilla con sus muslos de gitana encinta.

Llorar, arrancar ríos de mis ojos. Secuestrar todas las lágrimas y guardármelas. Llorar, es necesario hundirse en un rincón y llorar muchos años.

Aunque yo corra en llanuras y mendigue amor de puerta en puerta ¿no llorarás para mí? No invocarlo, no invocarlo. Morderse los dientes, comerse la voz, pero callar, callar como las piedras cuando meditan en la muerte, callar como los árboles cuando se enferman de pájaros. Llorar, callar. He aquí el único posible. Porque no se acepta la vida. No se la acep-ta. Pero aquí no se acepta la vida. Oh, y cómo ruge la sangre, cómo se puebla de tigres este corazón viajero, cómo se sacude el polvo de mis ojos, cómo me bendice la ceniza. Y todo está. Y todo se reduce a un silencio.

El viento desgarra la noche. Tanto llanto, tanta ausencia, tanta desazón. Esto es la vida. (Ponerse la mano en el cuello. Se obtienen visiones extrañas.)

La pequeña organiza en su lecho de clavos. La fuente ha cesado de manar. La pared ruge prisiones. Extraño escribir aun cuando la única bebida posible es el mar. Un mar envenenado por la salina de peces enamorados. Calla, viento. Calla, noche. ¡Arder! ¡Arder en un milímetro de la noche! Ser eterna un segundo, existir un instante. Sentirse Dios.

Jueves Febrero de 1958

No es posible dejarse vencer y aniquilar por dos fantasmas. Si fueran muchos, en fin... Pero dos fantasmas. Recordar la paloma blanca que devora a una muchacha. El gourmet que la devora; le corta los pechos, mana sangre, él coloca, en sendos agujeros, dos ramos de violetas. La cabeza cortada canta: «Los hombres no son felices y después mueren».

Miércoles Febrero de 1958

Lo único importante es perfeccionarme. Primera medida: evitar la engañosa vocación expandida. Si tuviera que desarrollar todas mis inclinaciones, necesitaría vivir siglos. Considerar que la más profunda y entrañable es la necesidad de escribir. Resta entonces dedicarle todos mis esfuerzos. (Esto es un cuaderno dedicado a edificar reglas morales, formas de vida; todo desde afuera. La única verdad es mi deseo de llorar, mi avidez de sueño y muerte.)

Lunes Febrero de 1958

El sol. Siempre el sol hendiendo la mañana. Para mi voz y mi danza, un féretro a motor de lágrimas. Para mi trascendencia un test de la academia psicoanalítica. Para mi sed sagrada un vestido nuevo, cigarrillos importados y un aire de bohemia que anuncia la roña de los hospicios. He aquí el único problema: entre mis deseos y mi realidad, un puente insalvable. De allí, esta nada.
Hoy no me importa nada. Hoy soy nada. He tomado absoluta conciencia de que no puedo vivir mi vida. No puedo vivir como un ser humano.

Domingo 16 de Diciembre de 1958

Nada. Pero no es la misma de siempre. Es, hoy, una nada henchida de presagios. Una resignación activa. Estuve pensando que nadie me piensa. Que estoy absolutamente sola. Que nadie, nadie siente mi rostro dentro de sí ni mi nombre correr por su sangre. Nadie actúa invocándome, nadie construye su vida incluyéndome. He pensado tanto en estas cosas. He pensado que puedo morir en cualquier instante y nadie amenazará a la muerte, nadie la injuriará por haberme arrastrado, nadie velará por mi nombre. He pensado en mi soledad absoluta, en mí destierro de toda conciencia que no sea la mía. He pensado que estoy sola y que me sustento sólo en mí para sobrellevar mi vida y mi muerte. Pensar que ningún ser me necesita, que ninguno me requiere para completar su vida. Anoche hice fantasías sobre la inmortalidad. Me pensé destinada a no morir jamás. Me asusté mucho. No. Sólo la muerte da sentido a la vida. Esta verdad ha encarnado en mí. En suma, más que la angustia y la muerte, me preocupa mi carencia amorosa. Todo mi ser es un tenderse a..., temblorosa de amor, ávida de amar y amar. ¿Cómo no lo comprendí antes? ¿Cómo hube de pensar en mi futuro exilando el amor? Esta mano helada lacerando mi presente, esta espada pavorosa que anonada mis impulsos, esta sensación inocua de que todos mis actos son irrisorios como si se desarrollaran en un escenario de cenizas, todo esto, es mi carencia de amor. Ahora lo comprendo, ahora me han iluminado. Ahora sé que no basta desangrarme en la soledad de mi cuarto al amparo del «amor imposible». ¡Oh, y qué poca cosa es! Sí. He confundido literatura y vida. Me sedujo, por un instante, reencarnar a Mariana Alcoforado. Pero ella se desgarraba con razón, a posteriori. Ella vibró, estalló en el amor, en un amor real, concreto, correspondido. No como yo, que parto de la inmanencia, después de la cual sólo hay locura y muerte. Y nadie, nadie más que yo lo podría amar así. La única solución, si solución se la puede llamar, es la aceptación de la realidad. De la realidad toda. Entonces, muchas cosas cambiarán.

Profunda sensación del absurdo. Pensar en la vida en sus innombrables fatigas, en esta reconstrucción cotidiana que hacemos de nosotros. Si por lo menos hubiera una tregua, en la que el tiempo desapareciera —o en la que volviéramos a otro más nuestro— una tregua o temporada de felicidad, a la manera de un obsequio que nos darían por el hecho de existir. Es increíble que la vida toda sea un concierto de angustias que desemboca en la muerte. No niego que todo esto me pone de buen humor, como si estuviera leyendo una excelente comedia.

Sábado 15 de Febrero de 1958

Y de pronto, un gran cansancio, no de la vida, mas de la muerte. Pero no hablo de la muerte absoluta, hablo de este lento naufragio cotidiano en las aguas del pasado. Estoy cansada de todo ese mundo de complejos y frustraciones en que nos sus­tentamos yo y la gente que me circunda. Es un no dar más, un gran deseo de respirar aire puro, de reír, de mirar con natu­ralidad las cosas y a mí misma. Hoy se me ha revelado, con una fugacidad y fuerza increíbles, la posibilidad de ser. Todo fue espontáneo, como si hubiera encendido un cigarrillo. Me sentí bien, como si me hubieran aflojado las cadenas, aquellas que ni recordaba, tan resignada a la desesperación estaba. No creo en la felicidad. Pero quiero despojarme de esta tensión, de tanta vigilancia. Estoy fatigada de todas estas historias edípicas, del odio espantoso de padres e hijos, estoy cansada de tanta inter­pretación sexual. Quiero vivir con naturalidad, limitarme, se­ñalarme objetos posibles y luchar por ellos. Quiero liberarme del horror sin semejanzas de mi «amor imposible». Quiero, en suma, aprender muchas cosas, sobre todo, a escribir y a pensar. Cuento con una carencia casi absoluta de recursos internos, a pesar de tener dentro de mí un mundo tan vasto, pero es un mundo dependiente de mí, divorciado de mi yo, sólo unido a mí en ciertos instantes únicos. Es extraño desconocerlo tanto, como si yo fuera la sede de esa otredad innombrable que firma con mi nombre. Nada me es tan ajeno como ella. Buscarla, señalarla, hacerla vibrar con mi sangre, apoderarme de sus raíces, he aquí mi necesidad.

La noche escupe campanas. Un recuerdo con alas se viste de tren. Humo y arena. Una guitarra negra se eleva desde una flor y sube al avión destinado al Gran Pájaro Muerto. Sones perforados por el viento bailan la danza de la muerte mientras las brujas crucifican a la esperanza. Una muchacha hierve de cólera contemplando a los muertos que se encerraron en un ascensor de vidrio para delimitar y reducir los sueños de los vivos. La muchacha incendia la noche mientras una luciérnaga se suicida con una espada de papel. Hay muchos nombres en la espesura. Hay mucho dolor montado en los árboles impasibles que esperan a la lluvia esta noche para cenar. La lluvia con sombrero verde desciende de un automóvil guiado por una mujer encinta que va a morir. La lluvia se abraza con el árbol más chico y pequeños arbolitos ascienden a la estrella más lejana. La mujer encinta va a morir: su vientre contiene palmas funerarias. Es una mujer previsora. Es un himno al odio preexistente entre el mar y el arco iris, la canción y el fuego, el papel y ese señor de anteojos en forma de ratón blanco que quiere escalar el cerebro del mundo. La mujer va a morir y nadie le alcanza un vaso de buen vino.

Viernes 14 de Febrero de 1958

Qué fácil callar, ser serena y objetiva con los seres que no me interesan verdaderamente, a cuyo amor o amistad no aspiro. Soy entonces calma, cautelosa, perfecta dueña de mí misma.
Pero con los poquísimos seres que me interesan... Allí está la cuestión absurda: soy una convulsión, un grito, sangre aullando. De allí proviene mi imposibilidad absoluta para sustentar mi amistad con alguien mediante una comunicación profunda y armoniosa. Tanto me doy, me fatigo, me arrastro y me desgasto que no veo que instante de «liberarme» de esa prisión tan querida. Y si no llega mi propio cansancio, llega el del otro, hastiado ya de tanta exaltación y presunta genialidad, y se va en busca de alguien que sea como soy yo con la gente que no me interesa.

Miércoles 12 de Febrero de 1958

No sé qué extraño proyecto tienen algunos de mis yos que están haciendo tentativas para desasirme absolutamente de la amistad y de la comunicación. Siento desde mi sangre que no quiero ver a nadie, ni conversar con nadie, y que nada me importa salvo el aprender a interesarme obsesivamente por la literatura. Yo sé que esto es locura. Yo sé que es un atentado a mi vida. Yo sé muy bien. Pero estoy ciega y muda para todo, como si tuviera algodón en las venas, como si me hubiera tragado nieve. No sé qué es pero el humor desapareció, el deseo de salir, trascenderme. Nada sino yo, este yo que muerde. Estoy cansada de mi yo. Ahora comprendo mi horrible, mi tenebroso amor a mi yo.

10 de Febrero de 1958

No vivir, ahora que la vida me tiende vida, es extraño. Pero voy a confesar la verdad, la confesaré aunque me tenga que morir llorando, diré la verdad, que es ésta: yo no quiero vivir, yo quiero un interés obsesivo por dos cosas: los libros y mi poesía.

8 de Febrero de 1958

Comenzó la lucha por el alba. Quiero estudiar, quiero recobrar mi adolescencia.
Noche
Es como si me hubiera tragado un muerto. Como si me hubiera forrado de cenizas la sangre. Como si la peste se hubiera enamorado de mi destino. Como si la palabra jamás huyera del mundo para venir a buscar amparo en mí. Tal es [tachado].

Domingo 2 de Febrero de 1958

Soledad y silencio. He pensado en la felicidad de dedicarme enteramente a la literatura, sin otros cuidados sino escribir y estudiar. Es necesario recuperar el tiempo perdido. Sé que esta felicidad está a mi alcance y que no depende de mi voluntad, pues entonces ya no sería felicidad sino solamente trabajo. Sólo necesito creer con todo mi ser, creer obsesiva y lúcidamente. Y también olvidarme de todos. Pero sobre todo continuar sosteniéndome en la durísima tarea de no pensar en «el amor imposible», causa de todos mis males. Esto es lo más difícil. Y particularmente para mí, que no me llegan compensaciones externas que pudieran impulsarme a sustituir al objeto amado. Pero sé que mi única posibilidad de salvación consiste en aceptar con naturalidad esta carencia afectiva.

Mi única posibilidad de salvación, sí. Ahora comprendo absolutamente que jamás mi amor se verá correspondido, que hasta hoy me sustentaba alguna esperanza absurda e infantil, sin fundamento alguno en la realidad. Pero hoy, recordando el ayer, recobrando palabras y sucesos que dormían debajo de mi memoria he tomado conciencia de la futilidad de mi espera. Ahora bien, resta la locura o la muerte, porque yo comprendo que sólo por mi amor vivo, que sólo él me enlaza a la vida. Y tal vez no quisiera que fuese así, si bien reconozco que a ello debo mis horas más intensas, más fecundas emocionalmente, las que no poco hicieron por mis poemas. A mi amor debo casi todos mis estados de exaltación. Pero también es útil saber que el hombre que los produjo es absolutamente «inocente» de mis procesos, que su actitud fue siempre pasiva, que, en suma, no tiene «culpa» alguna de lo que me acontece, así como el desierto no es culpable de los que mueren sedientos. De cualquier modo, comprendo que es necesario estrangular todo atisbo de esperanza y aceptar la idea de que jamás seré amada por la persona que he elegido. Podría agregar que no la he elegido sino que me ha sido impuesta, podría repetir los viejos argumentos científicos respecto de los orígenes de mi sentimiento amoroso. Pero es como en la poesía. Palabras, palabras... El amor es otra cosa. Y no me importa que maltraten el mío ni que lo castiguen con la indiferencia más extrema. Yo sé que es real, yo sé que existe y me duele más que mi vida, o igual, porque es mi vida. Lo mismo que la poesía. ¿En que la desmedra el análisis o la disección? Está, y es lo único importante. Pero ahora, sobre materiales rotos y roídos, entre el caos y la angustia, trataré de reconstruirme. Sobre tanto dolor, sobre tantas ganas de morir y de no sufrir más el peso de este amor, he de reconstruirme. Con humildad y silencio.

Este yacer anegada en mí misma, este no perderme jamás de vista —aun en la enajenación— ¿a qué obedece? A que no encuentro nada que sea más importante que yo. Sólo me entero de las cosas cuando me golpean. Así, gracias al silencio de Orestes, he pensado por vez primera en él. Cosa que jamás hice cuando deliraba de amor por mí. Esta manera de ser me hace perder y ganar. Perder en cuanto a que me encadena, me impide enfrentar el mundo, y más aún, me deja a merced del mundo. Pero, por otra parte, en el reverso del mundo, donde yo estoy, se ven muchas cosas vedadas para los otros. A propósito de mi incomunicación estuve pensando en la posibilidad de enloquecer, posibilidad que me aterroriza. Pero estoy demasiado cansada como para inquietarme «activamente». Pensándolo bien, ¿no será demasiado tarde para reconstruirme? ¿No habré perdido definitivamente?

Sábado 1 de Febrero de 1958

Todos los fracasos del mundo martillean en mis sienes.

Tanta tristeza. Pero hay sol. Pero hay un viento dulce. (El sólo de escribir esto demuestra que mi intento suicida es aparente. El anhelo de trascender persiste. Luego, vivo.)

La poesía no es artesanía ni nada tiene que ver con ella. Pero para trascender el lenguaje debo antes hacerlo mío. En verdad es un poco estúpido hablar de poesía: o se la hace o se la lee. Lo demás no tiene importancia. Aunque yo quisiera tener algunas pequeñas verdades literarias, me sentiría más segura de mí si las tuviera. Para comenzar, he aquí un enigma: ¿Por qué me gusta leer la poesía luminosa, clara, y casi execro de la oscura, hermética, cuando yo participo —en mi quehacer poético— de ambas? Y si fuera por no tomarme el trabajo de comprender los poetas oscuros: Ello daría la explicación exacta de una manía de relacionarme con personas cuyos procesos interiores son más simples que los míos. O al menos, así parece. Pero, Alejandra, en el fondo de los fondos, ¿qué es claro y qué es oscuro?

Para la novela: el aprender a leer. Lady D.

Viernes 31 de Enero de 1958

¿Es posible que hable así, como una piedra en el camino que se sabe echada allí hasta el fin de la eternidad? ¿Es posible que crea, con los niños, que la muerte es algo que les sucede a los demás pero no a mí? ¿Es posible que Dios continúe siendo el «buen señor» de la infancia, ese que ve en todas partes, para quien no existen puertas ni silencios? Así es, pero es increíble. Y no lo lamento por vergüenza sino con el dolor de alguien que se veda una gran parte de la realidad que le sería plenamente accesible a no ser por ese infame anhelo de persistir en una niñez que ya no tiene razón de ser aunque sí estupidez y anacronismo.

Martes 28 de Enero de 1958

Respiración como asfixia. Esperanzas como cuchillos. Carencia. Mi vida se llama carencia. Necesaria o no, yo soy. Pero noy una carencia. Tú quisieras reírte del mundo, de un mundo como un equilibrista ebrio que te saluda desde muy arriba. Lo quisieras, tal vez. Pero no puedes negar lo esencial, es decir, que ya has renunciado, que no sólo has perdido, sino que jamás pudiste intentar la victoria porque de antemano te expulsaron del juego. Y ahora que lo sabes ya, puedes enloquecer o morir. Pero también puedes escribir poemas, no porque creas que con ellos te salvarás, sino por salvarlos a ellos, los prisioneros del aire, de tu aire. O aunque sólo fuera para que no digan que viajaste gratis por la vida. ¿Su tributo, mademoiselle Alejandra? Un poema, monsieur, un poema bello como la sonrisa del sol, de ese sol que no brilla para mí. Y esto es todo. También me queda el derecho a la blasfemia y al vicio. Protestar y amenazar. Pero ¡qué diablos! ¿Qué importancia pueden tener mis derechos? ¿Los he pedido? No, yo no quiero derechos. Quiero un poco de paz.

Lunes 20 de Enero de 1958

Un encuentro sexual no compromete a nada. Sólo dos seres sedientos que se unen en el desierto para ir en busca de la calma.
Pero esto es independiente del hecho fundamental: el encuentro sexual no compromete a nada.
Profundo asombro. ¿Qué relación hay o puede haber entre ética y sexualidad? ¿Por qué? «lo prohibido»? No puedo comprenderlo.

(quiero nadar desnuda en tu sangre)

Lunes 16 de Diciembre de 1957

Es como si me hubieran amputado la sangre.
Alzarse en la noche con un puñal en la mano y devastar el país de los sueños. De aquellos sueños divorciados de la realidad.
Y sobre todo una gran vergüenza, no sólo de ser yo, sino, simplemente, de ser. Vergüenza de vivir o de morir. También estaré avergonzada cuando me muera. Seré una gran muerta inhibida.
¿Posibilidades de vivir? Sí, hay una. Es una hoja en blanco, es despeñarme sobre el papel, es salir fuera de mí misma y viajar en una hoja en blanco.

Miércoles 11 de Diciembre de 1957

Es menester volver al silencio y pensar.
Asombro de ser yo.
En verdad, el asombro, a pesar de su valor maravilloso, en mí significa desarraigo, un no sentirme en familia en el mundo, como si hubiera ido por unas horas a visitar la casa de un pariente raro, y yo contemplo los muebles y las paredes extrañada, llena de pasmo y de admiración.
Certidumbre de mi muerte próxima, cercana, deducida de la imposibilidad de imaginarme en el futuro.
El tiempo y los Conway. No quiero ser Kay.

Martes Diciembre de 1957

La mañana para llorar. La noche para desear. La tarde para jugar a la vida.
¿Renace la alegría? No. Es el amor que encendió un fuego cerca de mi corazón.
En mi amor todo es pérdida. Pero he aquí mis ojos lucientes como perros rabiosos. He aquí mis manos dulces como la lluvia. En mi amor todo es pérdida. (Hoy y siempre, recordarlo. Hoy y siempre.)

Lunes Diciembre de 1957

La noche insiste en ser un silencio. Yo golpeo a las puertas de la noche.
Nada de autocompasión. Es menester volver al silencio, no al silencio redondo, compacto, sino al silencio relativo.

Domingo 8 de Diciembre de 1957

Un esfuerzo sostenido, sólo la posibilidad de mantenerme varias horas. Un poco de constancia, Señor, si me haces el favor, ¡si me haces el favor!

Es la disociación que viene galopando en sus tijeras bajo el cinto, dispuestas a cortar inexorablemente el desmayado hilo que me enlaza a la cordura. Es la disociación galopando un caballo blanco —el manto flotante ornado de recuerdos prenatales— que otea el punto más sensible de mi ser de manera de realizar la aniquilación completa. ¿Luchará la triste muchacha o cerrará sus ojos dolidos y se dejará ir lentamente hacia las tinieblas? Sabido es que la salvación exige sólo el interés. Sí, se salvará por ahora: he aquí un poema dando aletazos en el aire.

Vuelve la obsesiva —o siniestra— necesidad de escribir una novela. ¿Y por qué no la escribo, entonces? Seguramente porque me siento culpable de no estar en el mundo. Esto es difícil de comprender. No obstante, observo con risueño dramatismo que mi vocación literaria oscila entre los poemas metafísicos, los diarios o confesiones que expresarán mi búsqueda de posibilidades de vivir (lo que no contradice con los poemas) y —ahora viene lo peor— una suerte de teatro de títeres en el que todo el mundo revienta de risa. Pero la aspiración oculta es ésta: La historia de una muchacha, es decir, una suerte de «retrato de la artista adolescente», novela que debiera reflejarme, a mí y a mis circunstancias. Dos cosas me maniatan: la ausencia de confianza en mis instrumentos (estilo, lenguaje, dominio de los diálogos) y el desconocimiento cabal de mis circunstancias. No es esto todo. Hay también un gran deseo de dormir y de no despertar jamás.

Viernes 6 de Diciembre de 1957

La Gran Pitonisa sonríe:
—¿Por qué has dejado al hombre traspasar tu umbral?
—... Tuve miedo de soñarlo, por eso.
La Gran Pitonisa sonríe.
(Ella, sólo ella sabe de mis ojos mendigos.)

4 de Diciembre de 1957

He leído La epístola a los pisones, de Horacio. Siempre me sorprende saber que los poemas sirven de solaz, de esparcimiento del corazón ultrajado por la fatiga, como dice Horacio. No obstante, H. me corrobora la necesidad de adquirir una técnica sólida. (Cada palabra debe estar llena de polvo, de cielo, de amor, de orín, de violetas, de sudor y de miedo. Cada palabra ha de ser gastada, pulida, retocada, sufrida.) ¡Al diablo con las poéticas! Hoy he leído la de Boileau, quien no hace otra cosa que repetir a Horacio. Leer estos libros en un día lluvioso de 1957 es como bailar el rock con peluca.

Porque la poesía no es un grato esparcimiento. La poesía es un aullido que hicieron —que hacen— los seres en la noche. (Esto que digo peca de trágico.) Idiota decir: La poesía es... etc., etc.

Piensa, Alejandra, [tachado] tus ideas a la luz de la tristeza. Piensa en la carencia, en la mía, en la tuya, en la suya. Piensa, piensa en la carencia.

Curioso es vivir. Raro es vivir. Asombroso es vivir. ¿Y por qué vivir?

(La Gran Pitonisa se encoge de hombros.) «Soy la Gran Pitonisa, tengo los oídos llenos de whisky y el corazón colmado de salamandras.» (Así se presentó. Tuve miedo.)

Sábado 30 de Noviembre de 1957

¡Soy una exaltada! ¡Soy una exaltada! (Maldito sea todo.) El arma más potente es la simpatía (sentir con...). Esto pa­rece trivial. Y sin embargo pertenece a «lo difícil». Primer descubrimiento:2


2 Texto Inconcluso

Lunes 25 de Noviembre de 1957

Es necesario deshacerse de todo prejuicio artístico. Hay que interrogar a la propia sensibilidad, sólo a ella. Ahora sé de mis numerosos errores.
He roto muchas poesías. No escribiré hasta que mi sangre no estalle.
Estoy leyendo los poemas de Dylan Thornas.

Domingo 24 de Noviembre de 1957

Desalentada por mi poesía. Abortos, nada más. Ahora sé que cada poema debe ser causado por un absoluto escándalo en la sangre. No se puede escribir con la imaginación sola o con el intelecto solo; es menester que el sexo y la infancia y el corazón y los grandes miedos y las ideas y la sed y de nuevo el miedo trabajen al unísono mientras yo me inclino hacia la hoja, mien­tras yo me despeño en el papel e intento nombrar y nombrar­me. Aparte de ello no olvido lo correspondiente al lenguaje, ex­presión, etc., materias en las que soy una completa intrusa.

Sábado 23 de Noviembre de 1957

Ni buen fuego ni mal hielo. Sólo un vacío, roído por la fatiga y por la espera.
Soñé que todos me abandonaban.
Sólo tú. Flores perseguidas por monstruos nacidos del barro. Sólo tú. En el triste lamentar de la tarde cuando lágrimas en mis manos me anuncian que vivo.
Hay olor a viejas melodías. Sábado tristísimo. Quisiera querer. Deseo deseos. He aquí un problema más, tal vez el esencial, recién ahora afluido a la conciencia.

Y por todas partes la vieja carencia. Una melodía suavísima, tierna hasta el llanto. Una melodía que impulsa a tirarse al suelo y comenzar a llorar hasta la muerte de la eternidad. Por todas partes una herida inmemorial, una insatisfacción angélica, algo con plumas y con espumas, algo sin palabras, anterior a la palabra.

Viernes 22 de Noviembre de 1957

Fe en ti sola, Alejandra. Fe en ti sola.

Imposible la plena comunicación humana. Los otros, siem­pre nos aceptan mutilados, jamás con la totalidad de nuestros vicios y virtudes. O nos detestan por algún aspecto nuestro que les mortifica o nos aceptan por algo que es ángel en nuestra carne. También solemos tener días en los que nos permiten comunicarnos y días en que nos amurallan. Estos últimos coinciden con los días en que más necesidad de con­tacto humano tenemos. Seguramente nos rechazan por ese aspecto de mendigos repelentes que proporcionan la angus­tia y la soledad.

Todo esto, dicho de un modo confuso. Porque no entien­do casi nada del asunto. Pero hoy y mañana y siempre repito que sólo es posible vivir si en la casa del corazón arde un buen fuego.

Jueves 21 de Noviembre de 1957

Lasitud. Desprendimiento. Ausencia de interés. Me paso la vida creándome motivos convincentes como para vivir. (Ella no sabe preguntar)

Y en el fondo, ¿quién creó el miedo? (¿Dijo Dios: «Hágase el miedo» y el miedo se hizo? ¿O dijo: «Hágase Alejandra» y el miedo se hizo? ¿Qué es el miedo sino un bicho ávido de mi futuro?

Calle Florida desde Av. De Mayo hasta Corrientes. Hoy. Hoy. La risa pugnaba por estallar en mis labios. El pozo de las víboras. Las hormiguitas viajeras. Los únicos felices eran los ciegos.

La vieja del colectivo.

Era la madre de los Malos.

Es una cosa muy seria el nacimiento del ángel vaginal.

Los poemas de [tachado] me sugieren a un señor que está jugando una infinita partida de ajedrez y que, como no pue­de fumar, para colmar su hastío escribe poemas.

Miércoles 20 de Noviembre de 1957

Tristeza y candor. Deseos de llorar como un niño recién nacido. Inmensa ternura por mí. Ganas de hacerme pequeña, sentarme en mi mano y cubrirme de besos.

Por la impaciencia me perderé. Horrendos problemas li­terarios. Hay demasiados libros, todo ya ha sido escrito, so­bre cada cosa, sobre cada sombra hay millares de libros. He llegado tarde al banquete de la cultura universal, y si bien no me vedan la entrada se divierten proponiendo a mi hambre tal cantidad de platos y de variaciones, que yo ya no sé dife­renciar un poema de una sonrisa, un ademán de odio de una plegaria japonesa. Y en medio de esta orgía de la insatisfacción, rodeada de elementos capaces de satisfacerme, ¿qué hago? Pues abalanzarme sobre todos: el mejor camino para no colmarme jamás. (Pero ¿de qué estoy hablando, de la literatura? ¿De mi amor imposible? Tal vez en el fondo sea lo mismo...)

Llueve sangre.

Martes 19 de Noviembre de 1957

Cada vez entiendo menos sobre poesía. ¿Será que no la sien­to? Si debiera elegir un solo poeta para leerlo en una isla desier­ta, ¿cuál elegiría? Los pocos poemas de Hölderlin que conozco, tal vez... pero aun Hölderlin, ciertos días no me da nada, me parece muy viejo, muy de otro siglo.

Comenzado a leer Sombras del paraíso de Aleixandre. Des­pués de la primera hoja lo abandoné. ¿Qué tiene Aleixandre que me hastía tanto? Tal vez su mundo espiritual no merece poemas tan cargados de imágenes densas y de momentos her­méticos. Creo que sus saltos interiores, sus giros subjetivos, son simples; y quieren, no obstante, concretarse en un universo sofocante y difícil. Sea como fuere, no me impresiona como un poeta auténtico...

No oculto que me gustaría tener un maestro literario. Pero mi situación de huérfana no es deplorable: hay libertad, mi única libertad, por el momento.

Lunes 18 de Noviembre de 1957

Oscilación entre distintas expresiones poéticas: Hölderlin o los densos poemas surrealistas. Poesía desnuda (Ungaretti, Jiménez) o exceso de imágenes fundidas tan estrechamente que devienen inexplicables. Gusto por expresiones como «lo incier­to», «lo devastado», «lo sagrado», frecuentes en Trakl, Hölder­lin, remíniscentes de la metafísica, de vida antigua. Dificulta­des con adjetivos y adverbios. («El adjetivo cuando no da vida, mata.» Huidobro.)

Domingo 17 de Noviembre de 1957

El cielo es la carne; el infierno, el alma.

Comprender, no el «para qué», sino la necesidad del «para qué».

Tristeza de ser. Tristeza por haber nacido. Tristeza frente a la dulzura del vivir. Tristeza del viento que raptó muchos niños y que ahora lloran o cantan en el espacio. Llueve piedras.

Todas las desdichas de la infancia están levantando levemente los párpados y se desperezan tristemente como monstruosos animalitos que hubieran dormido durante muchos años.

No es queja, no es protesta, no es preguntar por qué. Es como golpear las paredes irrisoriamente herméticas de una cueva laberíntica.
Es como un feto batiendo las entrañas de su madre y rogando que lo dejen salir, que se asfixia, que ya no puede más.

Dentro de mí se ha formado un tribunal que juzga —sin apoyo en ley alguna— mi existencia desde la antigüedad hasta nuestros días.

Jueves 14 de Noviembre de 1957

No se puede echar dos veces la misma carta en un buzón.
El ocio no existe. Sólo hay esta cuestión: tener o no tener deseos de vivir... y de morir. Una vez comprendido esto o se quiere más vida o se desea la muerte. Lo curioso resulta cuando el mundo se opone a mi sed de más vida, entonces me voy al otro extremo, a la muerte. Pero tampoco ella me hospeda. ¿La solución? Sí, hay una, hay un arrancarse de raíz todo ímpetu, todo frenesí, hay un disfrazarse de monja a pesar suyo, hay, en suma, un hacer la plancha en las aguas de la vida.
Un loco desflora a una flor. La flor da a luz una muchacha y luego muere. La muchacha queda herida por una carencia innombrable que aumenta hasta la locura cuando se enamora del león más inteligente de la selva. (El león es una especie de sr. Nadie disfrazado de Todo... o viceversa.)
Vagidos, llanto. Y un estar siempre al borde de, pero nunca en el centro.
Anhelos de lo anhelado, de lo jamás anhelado.
Hermana estrella: soy Alejandra. Buenas noches.

Un pájaro sale a buscar la inocencia y vuelve muerto debajo de sus alas. Campanas en los bolsillos de la noche.

Martes 5 de Noviembre de 1957

José María me habló de Blake. Yo no decía nada, sólo murmuraba una suerte de aprobación, para ocultarme, para cubrir mi profunda vergüenza, mi dolor de no poder partici-par de ese ámbito místico porque yo ya estoy muerta.

Después de muchas resistencias debo hablar de él, de él, a quien no quería hacer entrar en este cuaderno. Hoy dijo: «¿Y qué quiere? ¿Que la eche?». Ésta es la situación. Por eso no puedo hablar de Blake ni de nadie. Sólo un adherirse a un ser que no me estima, sólo un desgarrarme, un golpear del cora¬zón, sólo un no poder más, un reventar a gritos, a llanto, porque no puedo más, porque quiero su mano amiga y no la tengo.

Lunes 4 de Noviembre de 1957

Amamos a lo que se nos hace carencia. Imposible desear lo que ya está en mi mano (vieja verdad socrática que recién ahora encarna en mí conscientemente). De allí el Mito de Mi Amor Imposible: carencia, nada más. Una muchacha sedienta en el desierto y un manantial que no da de beber cuando ella se acerca. ¿Qué sucedería si ella pudiese beber? Ah, muchas cosas cambiarían. Me sería beneficioso puesto que yo no amo la sed. (Gide...)

Siempre el bicho. La poesía. Una muchacha mordida y un aullido que quiere trascenderse y ser lo más universal posible.

«Oú sont les hommes? —dit le petit prince—. On est un peu seul dans le désert.»

Extrañeza cuando converso con alguien. No, no soy yo la que habla. No hay pruebas de que soy yo.

Miedo. Candor. Y mucha locura. Y campanas. Y senos mater­nos colmados de piedras.

Pero sobre todo soledad. En gran desierto. Sólo el desierto. Nada que el desierto [sic]

Estoy perdiendo mis últimos objetos. Se acercan la locura o la muerte o ambas o es lo mismo.

Soy un vacío convulsionado por el dolor. Sufro. Sólo sé que sufro. Sólo sufro. Y nada más. Y nunca más.

Digamos que siempre fue así.

Domingo 3 de Noviembre de 1957

Una revolución para calmar mi herida, un terremoto para sustituir su ausencia, el suicidio del sol para mi fervor físico, la locura de la noche para mi sed sagrada, el fin del mundo para contentar a mi angustia preferida.

El Mesías no vendrá sino cuando ya no sea necesario, no vendrá sino un día después de su llegada, no vendrá al último día, sino al final de todo.

KAFKA

Sábado 2 de Noviembre de 1957

Estado vegetal.

Cada mañana despertar, tener que llorar y tomar café. No puedo gozar de la vida. No encuentro en ella ningún interés. Sólo algunos consuelos. Yo no quiero consuelos.

Ojalá enloquezca o muera pronto. Estoy segura de que pronto va a suceder algo. No es posible continuar así, tan sola, viviendo y llorando. Y en resumen ¿qué quiero? Ah, no sé, no sé. Tal vez no quiera nada. Pero un gran vacío, un bicho que es vacío me muerde. Siento que me duele el corazón. Y no hay solución para mí.

Ahora sí, ahora conozco la soledad de mi infancia. Como si hubiera nacido del aire, como si hubiera quedado huérfana el día de mi nacimiento. Por eso mis padres me son extraños. Y todavía exigen de mí. Ellos, que nada han sido para mí.

Horrenda sensación de fracaso. ¿Qué importa ser vencida?

Viernes 1 de Noviembre de 1957

Escribí tres poemas. Sometí al último a una serie de retoques. Sí, es eficaz el hacerlo: se siente cada palabra como un cuchillo de doble filo.
(Me empiezan a molestar las oraciones subordinadas. Me fastidia el «que», pero ¿cómo se hace para hacerlo desaparecer? Encontré un poema de J. R. J.1 sin un solo «que».
Mi tercer poema tenía quince «que». Luego los reduje a seis. Pero ¿es tan importante?)


1 Juan Ramón Jimenez

Miércoles 30 de Octubre de 1957

Escribí un poema; hablo de las cosas en oposición al absoluto.

Lunes 28 de Octubre de 1957

Ella no eligió aún la vida. Ella se lanza hacia la puerta de la vida y hacia la puerta de la muerte, sin querer golpear en ninguna de las dos porque todavía no está segura de su deseo de golpear alguna de ellas. Ni siquiera sabe si quiere que alguna de las dos se abra. Pero dicen que no puede estar siempre afuera, esperando... Una se morirá de sueño, de sed y de frío. Sabido es que una persona puede ayudarla a levantar el puño para golpear. A esa persona la hubiera bastado mirarla un segundo con ternura, o estrecharle la mano con más fuerza, o decirla Alejandra con un poco de calor en la voz. Pero esa persona no quiso o tal vez no se dio cuenta del inmenso poder de esos pequeños actos suyos. O tal vez sí se dio cuenta y justamente por eso los reprimió.
Señor, alguien me ha dicho que basta con un leve ademán de mi parte para que se salve.

Pues esto hacemos: darnos sombra los unos a los otros. No importa que yo no vea el sol. Lo esencial es que tampoco tú lo veas.

Asombro. Asombro de ser yo. Asombro de ser una muchacha en la noche preñada de augurios. Asombro ante mi asombro.

Cerrad los ojos de la cara y abrid los ojos del corazón.

Domingo 27 de Octubre de 1957

Quiero llegar a ser lo que ya soy.

Empecé a leer a Neruda «en serio». Neruda es un verdadero poeta, un auténtico vidente. Sus pies están muy adheridos a esta tierra pero algo lo lleva a una patria mucho más original y cierta (hablo de las Residencias). Es curioso que a veces se obliga a detener su vuelo poético, como si tuviera miedo de caer en la realidad de la fantasía pura. Su insistencia en los objetos trizados, en los fragmentos que más que dispersión impresionan como una unidad terrible, romántica, no deja de desalentar. A pesar de su grandeza no suscita en el lector esa admiración mezclada de amor que sucede con Rilke, con Hölderlin. Es que Rilke me toma la mano y me habla suave, hondamente, y su voz recuerda algo que jamás fue en verdad, su voz es reminiscente de algo que viví sin haberlo vivido, como si fuera un acontecimiento que me sobrevino en otra vida, muy antigua, inmemorial, pero más verdadera que ésta, o como si hubiera degenerado en ésta.

Descubro que mis poemas son balbuceos. Necesito leer más poesías, averiguar la forma, la construcción

Sábado 26 de Octubre de 1957

Escribí un poema. No tiene ninguna importancia.
Soy una enorme herida. Es la soledad absoluta. No quiero preguntar por qué.

Jueves, 24 de Octubre de 1957

Los estados de angustia impiden sentir la poesía. Me refiero a la angustia que produce el fracasar en los intentos de comunicación con los otros. Una queda reducida a una espera. No. Espera, no. O tal vez sí. Una espera la llamada de afuera. Sólo es posible vivir si en la casa del corazón hay un buen fuego. Dentro de mi pecho tiene que estar la morada del consuelo, quiero decir, de la certeza. Sólo entonces se vive la poesía, que parece estar reñida con la imaginación. Tengo miedo de fracasar por culpa de mi angustia. Es necesario olvidarse de todos.

Miércoles 23 de Octubre de 1957

La poesía, no como substitución, sino como creación de una realidad independiente —dentro de lo posible— de la realidad a que estoy acostumbrada. Las imágenes solas no emocionan, deben ir referidas a nuestra herida: la vida, la muerte, el amor, el deseo, la angustia. Nombrar nuestra herida sin arrastrarla a un proceso de alquimia en virtud del cual consigue alas, es vulgar. No es lo mismo decir: «No hay solución» que

No saldrás nunca sin embargo de
tu gran prisión de alcatraces.


Creo que estos dos versos son más naturales y más espontáneos que el ejemplo anterior. Hay mucho más convencionalismo en nombrar las cosas con palabras avejentadas que hacerlo con palabras que nos surgen de algún lado, como pájaros que huyen de nuestro interior, porque algo los ha amenazado. La mayor parte de los poemas surrealistas son mucho menos convencionales y cerebrales y literarios que los poemas sencillos y beatos a que nos acostumbró la literatura española. Poemas de John Donne. Huelen a sol viejo, a muro derruido y rajado pero cuyas grietas dejan escapar palabras de distintos colores, frescas, calientes, y, sobre todo, reveladoras. Se puede objetar esa intromisión del espíritu pedestre que le acontece después de un verso colmado de lirismo, ej.

Enséñame a oír el canto de las sirenas,
a guardarme del aguijón de la envidia.


A veces estremece. Es hondo, irónico:

Y ahora buenos días a nuestras despiertas almas,
que se vigilan entre sí con miedo.


Aunque llegara a definir la poesía —aspiración estúpida, por otra parte—, aunque descubriera su esencia, aunque desvelara su origen más profundo, aunque la poesía toda y todos los poetas me fueran tan conocidos como mi propio nombre, llegado el instante de escribir un poema, no soy más que una humilde muchacha desnuda que espera que lo Otro le dicte palabras bellas y significativas, con suficiente poder como para izar sus pobres tribulaciones y para dar validez a lo que de otra manera serían desvarios. Escribí dos poemas: «El desencuentro» y «Ella está muerta debajo de sus alas y sonríe». No me conforman mucho.

1956

VERANO

tanto miedo Alejandra
tanto miedo
la nada te espera
la nada
¿por qué temer?
¿por qué?
por más imaginación que tenga
no puedo esbozar la muerte
no puedo pensarme muerta
¿he de tener esperanzas?
¿he de ser eterna?
¿qué es entonces este vacío que me recorre?
¿qué es entonces la nada que camina por mi ser?
Sólo sé que no puedo más
siento envidia del lector aún no nacido que leerá mis poemas yo ya no estaré
No comprendo el anhelo de «lo fantástico», ni a la literatura de «misterio». Es que ¿es posible hallar más misterio que en la propia existencia?
¿Qué tienen los viajes que producen tanta alegría? Aun el más breve sugiere algo a modo de renovación, o de muerte.


Mar del Plata, 2 de febrero

1
El mar le hizo cosquillas a una mujer que salió gritando: «¡Encontré un fantasma! ¡Encontré un fantasma!».

2
Las olas flirtean con el sol... pero las escolleras observan y luego
lo comentan, con gran escándalo de un viejo pulpo.

3
El mar quería sacarme el traje de baño para tocar mis pechos;
yo no lo dejé pues aún no existe «confianza» entre nosotros.

4
Un niño lloraba porque lo mordió una ola; ésta, de lejos, sonreía
traviesa...

5
El mar no sabe de dónde viene ni adónde va, a pesar de las mil teorías al respecto.

6
Esa ola pisó la sombra de un hombre, que huyó avergonzado.

7
El mar gritó de alegría cuando un pájaro de papel rojo le pisó
la espuma.

8
El mar firma con su pseudónimo [falta texto].

9
Todos los años el mar realiza un acto de alegría. La causa: la
posesión de su amada Alfonsina Storni.

10
Cuando miro el mar, el sol se siente celoso y me oprime los ojos.

11
Pensé que era una ola encendiendo un cigarro: luego vi al barco.

12
El mar se enredó en el corset de una mujer, mientras las olas
se morían de risa.

13
El salvavidas es el pendiente de esa ola tan coqueta.

14
Las olas luchan en el crepúsculo, cansadas, llenas de sueño.

15
Una ola arrastró un zapato viejo. Un señor se lo puso y le dijo
«gracias». La ola tendió la mano a la espera de la «propina».

16
Cuando el atleta entró al mar, una ola, pudorosa, se bajó la falda.

17
Conmovía aquella olita que tenía miedo de saltar.

18
El mar se restrega los ojos todas las mañanas, cuando el barco toma el café con leche, y las lunas se [ilegible] y se maquillan con mermelada.

19
En los carnavales, el mar es humillado a la categoría de obje¬to: lo revuelven y tiran sobre los cuerpos, y a él le da vergüenza esos aullidos de terror de las mujeres gordas.

20
Una ola se suicidó al ver su retrato tremolando [falta texto].

¿Qué nos queda para esperar? ¿Para qué luchar? ¿Cuál es el fin? Preguntas, palabras, frases, estamos llenos de definiciones, de conceptos, de ejemplos. Pero la situación de la juventud se detiene en el signo de interrogación. Mis diecinueve años me conceden el derecho de decir algo, de agregar algunas confusas explicaciones a este caos que estamos viviendo. Nos llaman «la esperanza de la patria», nos dicen que tenemos «el futuro abierto y virgen» y que la vida, como un juguete fácil de manejar, «es nuestra». La tenemos, es cierto. Pero ¿qué hacer con ella? ¿Tenemos ideales? ¿Tenemos algo que nos sostenga? ¿Qué podemos hacer, si estamos solos, sin Dios, sin fe, sin nada? Nos habla de la trágica situación general, de las dos guerras mundiales, rezagos del existencia-lismo francés nos congregan en los cafés para... ¿para qué? Ni siquiera somos «existencialistas legítimos». Ni ateos. Ni revolucionarios, [ilegible] entre los estudios, las religiones, las ideas, con una debilidad espantosa. Nada nos conmueve. Nada estalla en nuestro medio. ¿Los intelectuales? ¿Algún joven ha escrito un libro de poemas que haya tenido resonancia general? ¿Algún cuadro de un joven pintor pasmó al público? ¿Qué ocurre con nuestra sangre, con nuestra vehemencia? ¿Hemos de practicar esnobismo en la conocida esquina céntrica, entre la confusión del sexo y un equívoco deseo de olvidar la vida? Pues ¡sí! ¡Hagámoslo! Sangre vital, ebullición febril. ¡Sí! ¡Sí! ¿Dónde están los renovadores, los creadores, dónde está la juventud que juegue legítimamente con las únicas palabras verdaderas?

Oye, Alejandra, niña triste de la ciudad: acá van tus poemas, esos trozos condensados de tu angustia, que tú has decidido historiar.

Hoy cumples veinte años, y por eso te obsequias tus poe¬mas vestidos de fiesta. Te has maquillado, puesto hermosa, y tus labios apagan veinte llamitas.

Pero la situación real es muy otra. ¡Alejandra! Has vestido de fiesta a tu sangre, a tu angustia. Tú no lo quieres, ¿verdad? Tú deseas escribir silenciosamente, esconderte, no mostrar los poemas a ser humano alguno.1

hoy es carnaval

y yo tengo diez y nueve años dos amores mil libros y una foto de Picasso

pero hoy se me cae el llanto al vacío porque pienso en la vida

Alejandra, preguntáronte «cómo te trata la vida». Tú dijiste: No la conozco.

Alejandra, esta noche rogaremos por nuestros compañeros de angustia: Pascal, Unamuno, Huidobro y Vallejo.

Futuro
me dicen
tienes la vida por delante
pero yo miro
y no veo nada

Rezo
pequeño poema
no me huyas
no armes abismos
entre mi alma y tú



1. Cumplía años el 29 de abril, de manera que pudo haber escrito esta anotación en abril de 1956, y no en febrero en Mar del Plata.

25 de Noviembre de 1955

Pensé que, teniendo la máquina de escribir, ya no necesitaría más estos morbosos cuadernillos. Mas creo que no es así: escribo como siempre, por lo de siempre: me estoy ahogando.

El calor me inunda dejándome yerta de fatiga, débil, amargada. Vengo del mundo, de ese mundo que no es mío, del mundo exterior.

¡Oh, claro que no entiendo mi tierra! Dura y cruel falacia. Mi pureza. Mis cánticos. Todo derruido y enviado lejos, allá, al cajón de las cosas inservibles.

¡Poesía! ¡Dulce poesía de Huidobro y de Vallejo! ¿Dónde estás? ¿Dónde tus cristales han venido a quebrarse? Sí. Ahora comprendo claramente que la asesinan. Mejor dicho, la asesinamos. Recorro mi breve itinerario lírico y me vuelvo loca de dolor, de remordimientos. Yo he contribuido (contribuyo) a perderla. Millones de epígonos con cuadernillos indigestos que vagan junto a los prostitutos del arte a comprar una aprobación. Excusas: juventud, inexperiencia, falta de tiempo, cotejo con los arrastrados inferiores aun que uno mismo. ¡Oh, infierno de mis horas! ¡Oh, calumnia de mi alma! ¡Crispación de mis dones naturales! ¡Mercachifle vana y superflua! ¡Meretriz del arte!

12 de Noviembre de 1955

Terminé de leer el libro de B. Casares. ¡Muy bueno!

Me siento maquinal. No quiero pensar. Me atormenta el interrogante de mi «vital necesidad» de escribir. ¿Qué he de crear? ¿Qué? Es una pregunta que gira y gira.

He leído un cuento de Evelyn Waugh: «Amor entre ruinas». ¡Qué bien escribe! Me ha gustado la introducción y el final. Compruebo que es muy difícil «presentar» una obra. Creo que eso es el «algo» que advertía en Bioy Casares.

Además, la mayoría de los escritores comienzan sus novelas en una forma común para todas. Por ej.: K. Mansfield (como muchos) empieza con un decorado natural, señalando el tiempo, los ruidos y los movimientos de los pájaros. Personalmente, esta forma es la que menos me gusta. ¡Cuán lejana de las maravillosas «magdalenas» de Proust! He leído un cuento de Henry James. Es un cuento extraño y sutil. Hay algunas cosas que no entiendo: ¿Pensó realmente Warren Hope en el desquite que tendría al publicarse las cartas de L. Northmore?

¿Lo deseó?

¿Y su exceso de modestia?

En un momento dado, pensé que el libro de N. tendría éxito pues estaría formado por las cartas de Warren que todos decían «no tener».

Lo que me admira de este cuento es que comienza con la muerte de dos hombres que siguen siendo los protagonistas por medio de seres vivos pero horrorosos, que están allí como instrumentos, aún la sra. Hope aparece velada, fantástica.

Está muy bien ese «pase» del tiempo que hace James: para llegar de enero a marzo, dice que madame Hope «se volvió contra la pared» (en enero); unas líneas sobre sus malestares y se «levanta» en marzo.

11 de Noviembre de 1955

No quiero ver a nadie. Necesito soledad. Desearía estar en un lugar desolado, o en una clínica. Dormir bien, tener un florero con violetas frescas, fumar poco y beber limonada.
No llorar ni reír. Tomar en serio mis apuntes y mis libros. ¡Oh, cómo deseo vivir solamente para escribir!

No sé por qué estúpida idea se me ocurre que cuando tenga la máquina de escribir, mis novelas «saldrán solas».

K. Mansfíeld dice: «No vivo más que para escribir». «La gente no me importa. La idea de la gloria y del éxito no es nada, menos que nada.» Luego, escribe una novela y la envía al día siguiente para ser publicada.

Acabo de recibir una carta de A. R. en la que me dice, hones tamente, que no entiende mis versos. Me ruega que se los explique. Sonrío tristemente. Y a mí, ¿quién me los puede explicar? No sé de dónde han surgido, ni cómo. Han sido momentos aislados y mágicos, que me raptaron de estos odiados tiempo y espacio, y me sentaron en una nebulosa de arena sobre la que escribí lo que un ángel, un poco travieso, quiso dictarme.
Pero ¿cómo decirle a A. R. que no he sido yo la tutora (o la culpable) de esas palabras inhumanas? Rilke decía: «La mayor parte de los acontecimientos son indecibles».

Dos horas después.

He terminado de leer el diario de K. M.
Me pregunto una sola cosa: ¿tengo vocación literaria?

Respuesta:
Temo que mis deseos de escribir no sean más que medios para conseguir el fin anhelado éxito, gloria, fe en mí.
También pueden ser excusas, ya que no estudio «en serio», ya que no actúo «en serio», ya que no vivo «en serio».

Puede ser también, que, dada mi escasa facilidad de expresión oral, apele al papel para no atragantarme, para escupir el Riego de mis angustias. Por eso, quizá, amo tanto estos cuadernillos de quejas, cuyo valor es exclusivamente psicológico, pero nunca literario.

He leído dos cuentos de Apollínaire, llenos de gracia y encanto y de esa dulce fantasía traviesa que jamás he encontrado en ningún otro escritor.

Luego, comencé un libro de Bioy Casares. Escribe muy bien. Pero hay algo que falla. Aún no he descubierto qué es. Quizá no lo encuentre, pero es una vaga sensación de falta de plenitud.

Octubre de 1955

Escena en el tranvía: una señora gorda con tres paquetes y una niñita muy hermosa. Está parada a mi lado:

—¡Dios mío! ¡Ni un asiento!

(Mira los rostros de los agraciados, los que están sentados. Yo continúo leyendo. Los demás, a falta de libros, se amparan en las ventanillas o en el divino mosquito que zumba.)

—¡Y encima con la nena!

(Mutis.)

—¡Y estos paquetes de porquería!

(Mutis. Pero su rostro se ilumina. Algo le dice que hace calor.)

—¡Y todas las ventanillas cerradas!

(Mutis. La nena está por llorar.)

—¡Mamá! ¡Quiero sentarme!

—¡Callate! (La amenaza con la mano.)

(Sigue aferrada a la idea del calor.)

—Y todas las ventanillas...

—¡Mamá!

—¡Querés callarte o...!

(De pronto, se levanta una mujer madura y le ofrece el asien to. Contemplo el inmenso ramo de flores que lleva. La mujer gorda no quiere aceptar, pero se comprime toda para que su benefactora pueda levantarse. Acaricia a la nena que la supe ró en cuanto a argumentos «pro-en-busca-del-asiento-vacío». La sienta de un golpe. La nena es feliz. La mujer madura con templa con tristeza sus pobres flores estrujadas. De pronto, se levanta el compañero de asiento de la nena. La mujer gorda empuja a la mujer madura y rompiendo definitivamente una flor, se sienta. Noto que hace calor, pero la mujer gorda ni siquiera mira la ventanilla cerrada. Siento deseos de decirle por qué no la abre. Se acerca una mujer muy anciana. Trato de levantarme, pero un agudísimo dolor o punzada en el apéndice me lo impide. La mujer gorda la mira sonriendo esperando que se ría de las frases graciosas de su nena. La anciana se está cayendo. Siento deseos de decirle a la mujer gorda que siente a su niña en su anchísima falda y conceda el asiento a esta mujer. No lo digo. Vuelvo a san Juan de la Cruz.)

Mi única culpa consiste en no poder recordar dónde puse mi cordón umbilical, aquella noche que nací.

31 de Agosto de 1955

10 h.

Anoche soñé que estallaba una revolución.12

Despierto y mi madre me dice que hay serios disturbios políticos. Pienso en mi sueño (¿premonitorio?). No he leído los periódicos desde la última hecatombe fechada en 16 de junio. Tampoco he querido oír los comentarios de mis compañeros. ¿A qué se debe pues este sueño mío? No sé...

¡Maldito encierro! Este suceso retrasa la impresión de mi libro.

¿Qué haré hoy?

Creo que volveré a Proust. Su mundo de princesas y duquesas es ideal para apartarse de esta masa llena de miedo y proyectos sangrientos.

Viene mi tía. Masoquísticamente, habla de Hitler y del antisemitismo. La tranquilizo. ¡Siempre con lo mismo! Estos días, Dormusch me «obligó» a tomar un poco de consciencia sobre mi condición de judía. Lo hago a pesar mío. ¡Si sólo fuera eso! Mi angustia no permite lamentos intrusos. Exteriormente, me siento fuerte, capaz de soportar cualquier cosa. Si me asesinan, ¡tanto peor! ¡Si no lo hacen, tanto mejor! ¿Verdad, A. Gide?


12. La así llamada Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domin go Perón en 1955.

Sábado 27 de Agosto de 1955

24.00h.
Terminé el librito de Huidobro. Estoy semiinconsciente. Es bellísimo. La profusión de imágenes me ha dejado cansada y débil. ¡Qué pureza! ¡Eso es poesía! ¡Eso es desflorar el papel en el sentido más dramático! Cierro los ojos. Tristeza profunda dentro de mi alegría. Sí. Alegría de haber encontrado a Huidobro, otro agonizante. Otro amante compañero de mi soledad. ¡Él sí que sufrió del sentimiento trágico de la vida! Siento que me duele la sensibilidad. Siento que desaparecieron mis órganos, visceras, sangre, etc. Y únicamente hay cuerdas de colores que permanecen tensas. A ratos, alguien las tañe y ellas se mueven eléctricamente nerviosas y producen un sonido chirriante.

Me identifico con Huidobro en su relación con los objetos, en ese percibir de su vitalidad. Es como cuando yo decía que siento que cada objeto me grita.

No sé por qué causa al leer: «Cuando el cielo trae de la mano una tempestad... Hurra molino girando en la memoria» sentí unos desesperantes deseos de llorar. Me conmueve profundamente ese «hurra» tan hermanado, tan bondadoso, tan resignado. ¡Pobre molino que siempre da vueltas y vueltas! ¡Claro! Así es la vida. Gira y gira. Y Huidobro lo sabe, y le da ánimos al molino.

25 de Agosto de 1955

Despierto a las 11.15 h. Me siento triste y vacía. Releo lo que escribí ayer. Sonrío. ¡Qué extraño! Estoy muy cansada. Muy, pero muy cansada. Tengo miedo. Un miedo terrible. Leo un cartelito que pegué en la pared de mi cuarto: «¿De qué ángel o demonio está hecha nuestra personalidad?».

¡Oh! ¡Quiero ser mi destino! ¡Quiero que mis manos ta­llen mi dorado molde!

Extraño. Siento que algo se me desliza. No estoy muy triste. Pienso pero me pierdo. No siento mucho.

Los libros de crítica son muy dañinos. Leo a Kierkegaard. Aparece Unamuno y lo aprueba. Viene Marjorie Grene11 y señala sus tremendos errores. Es terrible. Los libros de filosofía podrán ayudarme a pensar, pero me inclino a las obras de imaginación. Son más reales. De los ensayos e interpretacio­nes ni hay que hablar. Sencillamente, no debo leerlos.

23 h. D. M. insiste en la necesidad de leer a los clásicos. Garcilaso:

Pensando que el camino iba derecho, vine a parar en tanta desventura, que imaginar no puedo,    aun con locura, algo de que esté un rato satisfecho.

Está bien, lo leeré. Pero no será con placer. ¡Oh, busco expresarme y no sé cómo! No hallo belleza en Garcilaso. Pre­fiero a Quevedo y a san Juan de la Cruz. Y a santa Teresa. Pero ¡sólo sé que vivo realmente con Vallejo, Neruda, Apollinaire y a veces Rimbaud!

D. M. habla con su voz serena. Su cuerpo de treinta y cuatro años sólo desea un amor cálido, un puesto en Sur y una biblioteca nutrida de clásicos. Hablamos de Aleixandre. Dice que su ideal es escribir como éste. Es decir, llegar a imitarlo, crear imágenes semejantes. D. M. no se tortura. Su mente es clara y recta. Pienso en Van Gogh, el pobrecito Vincent. En Rosalía de Castro:

¡Felicidad, no he de volver a hallarte en la tierra, en el aire, ni en el cielo, aun cuando sé que existes y no eres vano sueño!

Gran mujer. Maravillosa Rosalía.

Tomo una antología lírica española. Yo, una ignorante que no conoce nada. Veamos, aparece R. de Campoamor. (A los diez años leí algunos poemas suyos):

Con mis coplas, Blanca Rosa,
tal vez te cause cuidados,
por cantar
con la voz ya temblorosa,
y los ojos ya cansados
de llorar
.

Sonrío tristemente. Es un poema muy desagradable. Cam­poamor queda relegado a la categoría de poetastro de tercer orden. Viene Lope de Vega:

A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos.

César Vallejo «también» se sentía solo:

Corre de todo, andando entre protestas incoloras; huye subiendo, huye a paso de sotana, huye alzando al mal en brazos, directamente a sollozar a solas.

A las 17 h estaba sentada en una mesa del Florida. Llega Dor-musch. Hablamos de Pío Baroja. D. lo tacha de mezquino y bestia por un libro antisemita que escribió. Miro sus bigotes, ¡qué mal, pero qué mal le sientan! Viene el mozo. Le pide «un sandwichito de salame sin corteza». Me estremezco de materia­lismo. ¡Salame! Hablar de literatura con un sandwich de sala­me en la mano. Y lo que más me choca es la falta de corteza. Un sandwich de salame «debe» tener corteza y ser tosco y crocan­te. De lo contrario, es como beber champagne mientras se come asado. ¡Oh, las pequeñas cositas!

Hay más: mientras masticaba el paradójico sandwich, be­bía un pocillito de café «liviano», fumaba un cigarrillo rubio fino, leía ha Razón y conversaba conmigo.


11. Marjorie Grene. Filósofa inglesa de gran prestigio. Especialista en Spinoza y Sartre