5 de Julio de 1955

Pensando sobre la obra literaria.

Lo mejor que se me ocurre es una especie de diario dirigi­do a (supongamos, Andrea). Es decir; no serían cartas ni un diario común. Podría estar dividido en dos o tres partes. Una dedicada al amor, la otra a la angustia, la tercera a mon dieu!, acá ya sería cuestión de resolverse, de elegir: o captar al mundo o rechazarlo.

¡No! No podré realizarlo debido a mi heart with two faces (Hoy lo acepto, mañana lo rechazo). Sería cuestión de escri­birlo todo en una noche. ¡Imposible!

(Seguiremos haciendo poemas.)

Heredé de mis antepasados las ansias de huir. Dicen que mi sangre es europea. Yo siento que cada glóbulo procede de un punto distinto. De cada nación, de cada provincia, de cada isla, golfo, accidente, archipiélago, oasis. De cada trozo de tierra o de mar han usurpado algo y así me formaron, condenándome a la eterna búsqueda de un lugar de origen. Con las manos tendidas y el pájaro herido balbuceante y sangriento. Con los labios expresamente dibujados para exhalar quejas. Con la frente estrujada por todas las dudas. Con el rostro anhelante y el pelo rodante. Con mi acoplado sin freno.

Con la malicia instintiva de la prohibición. Con el hálito negro a fuer de tanto llanto. Heredé el paso vacilante con el objeto de no estatizarme nunca con firmeza en lugar alguno. ¡En todo y en nada! ¡En nada y en todo!

(Hoy me dijo una compañera del curso de francés que en París «hay mucha degeneración» pues le contaron que las parejas que se aman se besan en la calle «¡en público!».)

Pienso que seres así hacen la vida aún más dura. Y ello sin decir lo que ellos mismos hacen cuando no estás «en público». Y estos seres son «la sociedad». Los representantes del orden, de la corrección, de la moral. ¡De la moral! Moral que ellos establecen a su criterio y sin derecho. Y nosotros somos los expulsados, los rechazados, ¡los sifilíticos espirituales! Como si de nuestro rostro resbalaran materias putrefactas. Como si no nos mereciéramos ese cielo candoroso que nos cubre, detrás del cual está Dios, manantial de toda estrechez y mezquindad ima­ginarias.

¡Dios!, que en caso de ser se limita a su empleo de cubre-tapas del Código Civil y Penal. No me importa verificar algo tan vulgar como la existencia de Dios, pues me basta con sentir mi ser. No me importa el Código Civil sino en la medida en que ensució mi alma cuando realizó ese viaje por ella durante mis primeros años. ¡Quiero borrar sus inmundas manchas! ¡De­jar a mi ave lustrosa! (Como un aviso de propaganda de la belleza infinita.)

Una de las preguntas que no puedo contestar: «Pero... ¿de dónde has salido tú que eres así?».

(En ese momento me siento un producto de la cruza entre el Minotauro y una Amargada Marciana.)

Buenos Aires es como un costurero de una modista que traba­ja en su profesión de hace unos treinta años. Cada vez que de­sea hallar el hilo dorado se lastima irremediablemente con infi­nidad de alfileres de cuya existencia no se percató.

¡ Vivir como Jarry! Aquí me hablaría Mme. de Beauvoir de mi si­tuación de mujer. ¡Desear vivir como Jarry cuando no se puede estar una hora en un café sin que surjan dos gusanos por minuto para perturbar la existencia que esta pobre hembra desea desa­rrollar!

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