Domingo 1 de Enero de 1961

Dentro de muy poco me suicidaré. Siento claramente que estoy llegando al final. Veo cerrado. Ni afuera ni adentro. Simplemente no tengo fuerzas y la locura me domina (una histeria atroz: imposibilidad absoluta de quedarme tranquila, quieta).
Cuando entré en mi cuarto tuve miedo porque la luz ya estaba prendida y mi mano seguía insistiendo hasta que dije: Ya está prendida. Me saqué los pantalones y me subí a una silla para mirar cómo soy con el buzo y el slip; vi mi cuerpo adolescente; después bajé de la silla y me acerqué al espejo nuevamente: Tengo miedo, dije. Revisé mis rasgos y me aburrí. Tenía hambre y ganas de romper algo. Me dirigí a la mesa con el mantel rojo con libros y papeles, demasiados libros y papeles y quise escribir pero me dio miedo aumentar el desorden y me pregunté para qué lo aumentaría con un poema más que luego exigiría ser pasado a máquina y guardado en una carpeta. Me mordía los labios y no sabía qué hacer con las manos. Yo misma me asustaba porque me miraba a mí misma en mi piecita desordenada, andando y viniendo en slip y pullover sin pensar, con la memoria petrificada, con la boca devorándose. Pasé junto a la silla y me subí de nuevo en el espejo pero mi cuerpo me dio rabia y me tiré en la carga creyendo confiada en que el llanto vendría.

Sábado 24 de Diciembre, 9hs. 1960

Lo de ayer me deja asombrada, me deja en harapos. Lo peor de todo es esta comprensión a medias de lo que sucede en mí y de lo que sucede en todo y en todos. Así cuando lloraba, recordé súbitamente a Olga, sus terrores nocturnos, su miedo a la muerte, su sufrimiento increíble, es decir, difícil de creer, de ser creído, porque también ella no parecía sufrir en forma pura, sufrir por sufrir, sino que era como si sufriera para alguien, para apiadar a alguien, para excitar el amor de alguien. Y me dije que no hay para quién llorar, no hay para quién sufrir. A quién demostrar que se sufre, ¿a los demás, a los otros? ¿Es que los demás no sufren? ¿Es que será un sentimiento religioso? Lo que pasa es que cada vez que descubro algo, algo terrible y peligroso, necesito comprobarlo con mi sufrimiento. Quiero decir, por haber descubierto que no hay dios necesito castigarme. O por cualquier otra cosa. Todo es bueno para destruirme. Pero no quiero caer en el convencionalismo psicoanalítico. Si lloro porque sufro, si quiero vivir, si hago un esfuerzo por salir de este estado lamentable, es que no quiero sufrir. Con decir que soy masoquista no resuelvo nada. Si gozo en el sufrimiento (pero es que gozo, pero ¿por qué protesto y grito tanto?) no es posible entonces que haga todo lo posible e imposible por salir de mi depresión. Hace años que estoy protestando y quejándome por mis angustias, en diarios, en poemas, en conversaciones con amigos y enemigos, en el psicoanálisis.
A veces me pregunto si mi enorme sufrimiento no es una defensa contra el hastío. Cuando sufro no me aburro, cuando sufro vivo intensamente y mi vida es interesante, llena de emociones y peripecias. En verdad, sólo vivo cuando sufro, es mi manera de vivir. Pero algo en mí no quiere sufrir. Algo quisiera observar y callar, analizar y tomar nota. (La novelista que llevo dentro, y que cuándo pero cuándo se va a decidir a escribir.) La consideración de mi vida me da vértigos. Me veo en el pasado, me imagino en el futuro, y todo comienza a girar, y todo es demasiado grande, inabarcable, mi vida es demasiado grande para mí; tal vez yo no me merezco, tal vez yo soy demasiado pobre para poder aceptar y contener todo lo que he vivido y sufrido. (Esta sensación de escisión de mi ser me aterroriza. Es constante.) Una sola cosa sé: mi problema esencial es con la gente, con los otros. Y todo es muy sencillo: si los otros me sonríen soy feliz. Si me miran con hostilidad sufro como un personaje de tragedia griega. Pero no es tan simple: también hay una que soy yo a la que le importa absolutamente nada los otros, hay alguien que se encoge de hombros ante los otros y lo que puedan y lo que puedan pensar o hacer.

Jueves 22 de Diciembre de 1960

Me miré en el espejo y tengo miedo. Después de mucho tiempo logré encontrar mi perfil derecho tal cual es en mi mente, es decir, infantil. Cuanto al izquierdo, me horroriza. Perfil de plañidera judía. Todo lo que execro está en mi rostro visto por la izquierda. Y no obstante, a partir del cuello, quiero decir, del cuello a la cintura, amo más mi derecha, lo que no sucede de la cintura para abajo. Todo esto me angustia porque es inexplicable. Pero yo sé a qué me refiero.

Miércoles 21 de Diciembre de 1960

Despierto sonriendo después de una noche infernal. ¿Cómo entenderlo? Anoche releí mis poemas y me dije que no valen nada.
Anoche tomé agua hasta las tres de la mañana. Estaba un poco ebria y lloraba. Me pedía agua a mí misma, como si yo fuese mi madre: «Dame agua. En todas mis vidas tuve sed. Tengo miedo y quiero agua». Yo me daba a beber con asco, como a un animal extraño que me condenaron a saciar.
Tengo miedo. Dónde dejarme.
El día de ayer —la noche de ayer— me deja extrañada y sin saber qué hacer. Esos días infernales se repiten. El miércoles, ayer, días en que tengo una conciencia absoluta de mi imposibilidad de vivir. No puedo psicoanalizarme. No hay qué analizar. Simplemente me niego —alguien en mí se niega— a vivir. No obstante, hoy que estoy más serena me doy cuenta que hay algo fundamental que tengo que saber. «Desgarra el vuelo», dice la voz. Detrás hay algo que me hablará, antes de que muera.

Martes 8 h de la mañana de 1960

Anoche pensé qué medios usaré para suicidarme.
Hoy, al despertar, retornó a mí una canción judía que me apasionaba a los ocho o nueve años. La tarareaba y cantaba sin considerar su texto. Hoy volvió y supe que lo que más me había conmovido era esto: «Adonde iré. Golpeo cada puerta y cada puerta está cerrada». Me sobresalté y me dije si mi sufrimiento no proviene de algo anterior a mis padres. Instantáneamente pensé en el hermetismo que no conozco y en la Cabala, que tampoco. Todo esto es muy raro y lamento, más que nunca, mi adolescencia psicoanalítica. El psicoanálisis me ha hecho racional y desconfiada respecto de las cosas que deberían serme naturales como milagros, significados mágicos, etc.
Todas las puertas están cerradas. Este deseo de creer en el mundo externo me enloquece más que mi alejamiento casi absoluto. Ahora (desde hace un mes) no puedo refugiarme en la imaginación. En nada puedo refugiarme.
Por la noche.
Lo mejor es dormir. El sueño bruto. Aún me niego. Qué se yo de las palabras. Esto que digo no es un juego, no es una imagen.

Domingo 18 de Diciembre de 1960

Noche crucial, noche en su noche. Mi noche. Mi importancia. Mí misma. La asfixiada ama la ausencia del aire. Memorias de una náufraga. Sueños de náufraga. Qué puede soñar una náufraga sino que acaricia las arenas de la orilla. Tengo miedo. Hoy me levanté con ganas de escribir y no lo hice porque: ¿En dónde vas a poner tantos papeles? La pieza es pequeña. ¿Por que llenarías hojas y hojas si después el desorden crece, el número de papeles crece?

Viernes, 16 de Diciembre de 1960

La locura. Ella ronda.
Ayer no se me ocurrió nada mejor que odiar a la empleada de la Prefecture de Pólice. Consecuencia: problemas con la carte de séjour. Lo que no comprendo es cómo mi eterno miedo no me ayudó, por qué le hablé con tanta insolencia. Pero me sentía como una princesa en el exilio y no quería saber nada de que me interrogasen.
Aún estoy dolida y deshecha por lo que pasó en mi persecución frustrada de M.

Jueves 15 de Diciembre de 1960

En efecto, ayer fue mi pequeño y humilde día en que me di en holocausto a la sagrada sombra de la maldita madre. Y si por la noche me arrastré a ver Ubú fue por el deseo de ver masacrar y asesinar y exterminar y destruir. En el teatro no miré a nadie, quiero decir, estuve toda la noche —en los entreactos— mirando el suelo o el cielo, porque todo rostro humano me daba ganas de llorar a gritos.
Y todo porque quise ver a M. en la realidad y a la salida de la oficina me tomé un taxi hasta la suya: Verla salir, hacer como si la encuentro por azar, tal vez tomar un café juntas y hablar un poco, lo suficiente como para que me dé cuenta que es una persona como cualquier otra y no me obsesione más. Pero no la vi, y hay algo de maleficio en ello. Y pensé que tal vez ella sí me vio y qué creerá ahora de este pequeño monstruo que la persigue; creerá que soy una lesbiana infecta, y no me importa sino no haberla visto, lo que me hizo jurar olvidarme para siempre de ella, lo cual es imposible, etc. Odio. Odio. Yo odio y quisiera que todos muriesen, salvo la vieja repugnante mendiga de ayer que dormía en el metro abrazada a una gran muñeca. (Así voy a terminar yo pero será la muñeca la que dormirá conmigo en sus brazos.)
Y no obstante, qué maravilla terrible y horrible es el ser humano; qué hay de móvil y fluyente en el espíritu, que no deja que un estado se detenga, que no deja que un estado onírico se eternice o persista. Por eso, tal vez la atracción de los personajes literarios, seres absolutos, es decir, que llevan el amor o el odio detenidos en ellos. (Así fui yo cuatro años, así me viví cuatro años.) Cuatro años en los que me imaginé y me soñé, en que me vivía como otra. Una sola cosa: La Enamorada.

Domingo 11 de Diciembre de 1960

Anoche me vi sin saber qué hacer. Creo que soñé algo así: un bosque, me adelanto hacia un hombre que es mi enemigo, que está apoyado en un árbol, y me mira con sonrisa de perseguidor. Aterrorizada me doy vuelta y me encuentro con lo mismo: el mismo árbol y el mismo hombre. Todo se desdobló: el sol, el árbol, el hombre. Todos excepto yo que no sé si ir adelante o retroceder.
Esto que acabo de escribir lo recordó la pluma, no yo. Yo quería escribir otra cosa completamente distinta pues ignoraba este sueño.
No sé por qué hago tanto escándalo. Otras gentes nacieron. No sé por qué me porto tan mal.

Sábado 10 de Diciembre de 1960

Peligro, peligro. No quiero caer nuevamente en el psicoanálisis. Lo que no perdono (¿a quién?) es el clima de inutilidad y hastío y de mi infancia. Todos los días, a cierta hora, yo le preguntaba a mi madre:
—¿Qué hago? ¿Qué hago ahora?
Esta pregunta la encolerizaba.
—Date con la cabeza contra la pared.
No obstante, no quiero psicoanalizarme. Pero me pregunto si podré vivir así. La gente me da miedo. Yo me doy miedo. Y tantos otros... Sin hablar de las obsesiones, las sombras nocturnas, «los miedos de las noches veladores». El miedo a desear y su contrario: el deseo absoluto imposible de satisfacer en este mundo. Pero psicoanalizarme nuevamente...

Viernes 9 de Diciembre de 1960

Ayer se celebró en mi cuarto una reunión de tartamudos, presidida por mí. Yo me había olvidado casi de mis dificulta­des. Anoche las reviví cuando vinieron Jean T., Roland G. y su mujer. Roland tartamudea brutalmente: repite la m o la n quince o veinte veces. Yo lo miraba tensa y angustiada como pidién­dole perdón. Sentía que mi propia tartamudez, imperceptible para los demás, era sólo percibida por él. Pero aparentemen­te muestra una admirable indiferencia por sus dificultades. Yo me amparaba en una fingida ignorancia del idioma y cada vez que sentía que mi voz vacilaba decía: «comment dirai-je?». Pero estoy segura que Roland se daba cuenta. Por su parte, Jean también tartamudeaba, lo que no sucede nunca. Es induda­ble que era por contagio, por osmosis. Queda la mujer de Ro­land, que no sólo no tartamudea sino que su voz es hermosa y notablemente fluida. Pero de vez en cuando (muy raramente) saltaba y arrastraba alguna consonante. Es muy evidente que hablaba para compensarnos cada vez que Roland acababa al­guna tirada larga, penosa, llena de abismos y hormigueros. Todo esto puede ser una sensación subjetiva. Tal vez no se dieron cuenta de la situación. Pero me gustaría ser amiga de Roland y sé que no es posible o será casi imposible a causa de nuestra co­mún dificultad. Sin darme cuenta, yo lo ayudaba a finalizar ciertas palabras, como la que le costó más en la noche: morbidité.

Mi desorden es general. Fraenbel me anunció que estoy enferma por mi desorden alimenticio. «Troubles de la nutrición.» Me dijo que soy como los salvajes de África: ocho días sin comer y después se comen un hipopótamo.

—Pero ¿están siempre enfermos? —dije.

—La enfermedad es su manera de ser —dijo.

Pensé en Unamuno: «El hombre es un animal enfermo». No obstante, quisiera ordenar mi vida cotidiana.

7 de Diciembre de 1960

Me obsede lo que me dijo uno de los empleados de la sección Expedición. Le pregunté —mientras hacíamos paquetes— si no se siente muerto de fatiga por las noches. «Apenas llego me pongo el pijama, cocino las legumbres (porque yo las compro crudas), como, y enseguida me meto en la cama y leo, calculo...» Pero en francés era: «je lis, je calcule...». Todos estos días me pregunté qué podría calcular este hombre. Tiene voz de barítono, voz histérica, con inflexiones que asocio a los cantos napolitanos. Y dicho con su voz tensa: «je calcule»...
Ayer había un tartamudo en el hospital Saint-Anne. Casi afásico. Entró en la oficina de informes y habló muchas horas. Daba alaridos y daba como sirenas de barcos hundidos. Quiero decir, primero una e casi interminable, una e como un tren de diez mil vagones. Él aparecía cerca del tren, dispuesto a saltar y a meterse en uno de los vagones. Una vez que la e llegaba a una extensión insoportable, emitía una frase rápida y al instante no podía más y entonces de nuevo se bajaba del tren y construía una vía, un pasadizo, algo en que apoyarse, en que sentarse. (Yo lo escuché llorando.) Pero en verdad, si hubiera estado alguien conmigo, Susana por ejemplo, me hubiera reído como nunca, me hubiera reído como se reían las enfermeras.
Recordar que el viernes me sentí ángel. Locura furiosa.
Y fue a causa de mi enorme silencio interno, de mi éxtasis, de mi volar mientras hacía paquetes en la sección Expedición.
Y el sábado vino una voz que me dijo: Tú nunca morirás...
Una sola cosa sé: llegará la tranquilidad y llegará la paz. Y algún día no me importará nada.

Domingo 27 de Noviembre de 1960

Vi el film Los amantes. He entrevisto, por un segundo, cómo sería una vida hecha de aceptación: de sí en vez de no. Pero el temor a intelectualizar, el temor a detener y endurecer una visión imaginaria del futuro, congelándola, haciéndola pasiva y convertida en arquetipo. Y luego mis esfuerzos penosos por acercarme a ella, por remedar esa visión construida en algún instante pasado de mi imaginación, arbitraria y sola, izada como un ejemplo absurdo, como un ídolo sin cabeza, erguida en su imposible. Y soy yo quien me afano por alcanzarme en esa visión. Soy yo que me busco donde no estoy.
Recordé el negocio de bicicletas y rodados en la av. Roca, (después Perón), en Avellaneda. Mi paraíso. Mi teatro. Mi inalcanzable.
Lo que tiene de nuestra época este film {Los amantes), lo que tiene de nuestra generación, es que Jeanne M. no se detiene a causa de su hija. Quiero decir, la pérdida de sentido del concepto de «amor maternal» o «deber maternal». Ello se demuestra en que yo esperaba que «terminase mal», que vendría alguien a impedirle la felicidad recién descubierta. Pero no viene nadie y todo va bien. Estamos acostumbrados a los finales tristes.
¿Por qué no escribo lo de esa bicicleta mágica y el onanismo y Dios?
Noches blancas - Dostoievski El sentimiento de la soledad y del abandono es una enfermedad. ¿Cuándo comienza? ¿Por qué no hubo una madre para impedirla? Pero tal vez esta enfermedad es justamente que no hubo una madre para impedirla. No es sentir la soledad o el abandono como algo inherente al ser humano, que pesa sobre él y lo acompaña toda su vida. Es algo que le ocurre a algunos (como al «soñador» de D.: una inadaptación que es más que este nombre, una rebelión, una lucidez, un ser muriéndose como una tortuga, alguien que ve más que los otros, que ve mejor, lleno de ternura que dar, de amor, y no obstante se encierra,vive solo y solitario como en una tumba, condenado a una soledad sin remedio. He aquí lo incomprensible, viviendo como un criminal. Es el verdadero «maldito»).

Sábado 24 de Noviembre de 1960

Todo sustituible. Todo reemplazable. Todo puede morir y desaparecer: detrás están los sustitutos, como en los parques de diversiones esos muñecos que caen a cada tiro de escopeta y son súbitamente sustituidos por otros y otros. Es decir, que no hay nada que obligue a vivir, ni nada que desobligue. Todo o casi todo es mentira porque cae o puede caer. Lo único que es fiel es esta sed de algo por lo que vivir. Pero tampoco lo es absolutamente puesto que está entre otras sedes y hambres y se alterna con ellas, y puede desaparecer por varios años y reaparecer.
No creo en nada de lo que me enseñaron. No me importa nada. Sobre todo no me importan los convencionalismos y el demonio sabe hasta dónde y hasta qué extremo infecto somos convencionales.
Convencionalismos poéticos y literarios.
Hasta el ser joven en un convencionalismo. Y la rebelión y la anarquía pueriles. Y el mito del poeta. El mito de la cultura. Hasta el comunismo y el socialismo de mis amigos es un nauseabundo convencionalismo. Como si se pudieran cambiar las cosas hablando y negando. Yo estoy en contra. Ni religión ni política ni orden ni anarquía. Estoy contra lo que niega la verdadera vida. Y todo lo niega. Por eso quiero llorar y no me avergüenzo o sí me avergüenzo y quiero esconderme y hasta tengo vergüenza de suicidarme.
Las luchas o contiendas poéticas de Bs. As. me hacen reír, ahora que estoy lejos. Arte de vanguardia, sonetos dominicales. Todo esto es tan imbécil.
Minúsculas, puntuación y rima. Como si alguno se hubiera despertado, una mañana, con ganas de bañarse en alcohol y prenderse fuego porque las palabras no dicen, y el lenguaje está podrido, está impotente y seco. Mis jóvenes amigos vanguardistas son tan convencionales como los profesores de literatura. Y si aman a Rimbaud no es por lo que aulló Rimbaud: es por el deslumbramiento que les producen algunas palabras que jamás podrán comprender. Además, las contiendas literarias sólo las hacen los que están contentos y bien instalados en este mundo. Es una actividad suplementaria, un hobby nocturno, mientras se está en la cama reposando, tomando café o whisky.
Todo esto es tan idiota. Y yo, yo también hablé. Yo también abrí la boca y la llené de miasmas. Pero ahora sí. Ahora sé que no me importa nada. Ahora sé que todo me importa y quiero reventar y quemarme y estallar. Porque esto no es la vida. Y esto no es la poesía. Y quiero cantar y no hay qué cantar, a quién cantar. Sólo hay mierda y a la mierda se la insulta. Pero yo quisiera cantar.

16 de Noviembre de 1960

Tuve un trompo. Un trompo que giraba. Muchos juguetes viejos y arruinados de antemano. No es que yo los gastaba y rompía: me los daban de esa manera.
La bicicleta mágica. El lápiz que dividía y multiplicaba solo, de por sí.

Sábado 11 de Noviembre de 1960

Huida de mi casa en 1955. Mamá me buscó en lo de Arturo Cuadrado. La imaginé angustiada como en mis peores momentos, en mis estados horribles. No sé si durmió las noches de mi ausencia. ¿Pensó que tal vez me iba para siempre? ¿O conocía mi poca seriedad? Pero ¿por qué estoy tan segura de su angustia? ¿No se habrá sentido, más bien, culpable? No. Nunca se sintió culpable respecto de mí. Y todo lo que hice toda mi vida no fue más que una larga demostración —ante ella: la sorda, la ciega— de su enorme culpa. Pero tal vez no es a ella a quien quise convencer sino a mí. Tal vez necesito de culpables para no morir de absurdo, para no aceptar la realidad, la verdad desnuda: no hay culpables, no hay causas malignas ni monstruos preocupados en perseguirte y hacerte daño, lo único que hay es nada. Nada. Nada. ¿Es que acaso lo comprendes? Casi lloré al pensar en su rostro lloroso a causa de mi huida. Y la segunda fue venirme a Francia. Esta vez no podía tomar el tren a las seis de la mañana y buscarme en lo de Arturo Cuadrado. Pero tal vez mi triunfo de esclava sería que me viniera a buscar a París. Si lo hiciera creo que me pondría yo tan idiota que hasta perdería el habla. Me veo a los cuarenta años en una plaza con ella, yo jugando (como los idiotas) con una flor rota o una piedra y ella gritando, diciendo que me voy a ensuciar y le voy a dar más trabajo aún del que le doy. Debo releer El retorno del hijo pródigo. Muchas veces me imaginé cómo me expresaría si fuera pintora. Lo sé: como Emil Nolde. Hoy vi las bailarinas (rojas, malvas, deformes como seres no nacidos aún) huyendo y danzando entre velas y cirios enloquecidos por un viento lila y azul y celeste y violeta. También vi algo de Munch, que asocio fuertemente con Kafka. Esos rostros vacíos a causa de un miedo paralizador, avanzando por una avenida transitada por seres-sombras, cuerpos sin caras. Esos rostros fijos, «con el miedo pegado a la piel como una máscara de cera». Lo más impresionante es la perfección fúnebre de su vestimenta. (Mi sueño con mi padre que se viste con más elegancia que nunca, cinco minutos antes de acudir a su cita con la muerte.)
Entonces, después de mi deseo de llorar de miedo por el miedo improbable de mi madre a causa de mi evasión pensé en esa persona de la que no quiero enamorarme. Y las ganas de llorar subieron porque supe, más que siempre, que esa persona puede salvarme, si tan sólo me amase. Lo cual es imposible porque si me ama desaparece su imposibilidad y mi amor, por consiguiente.

Viernes 11 de Noviembre de 1960

¿Quiénes aman a don Quijote? Los cuerdos, los lúcidos. Los que se le parecen lo viven con malestar.
Me miré en el espejo. Parezco Dylan Thomas antes de morir, cuando decía: «Quiero desgarrar mi carne».
Anoche, mientras hablaba con las sombras, comprendí algo de lo que me pasa —había alguien en mí científicamente lúcida— . Yo decía si todo esto vale la pena, puesto que me voy a morir muy pronto. La respuesta fue la de siempre: «Si alguien te ama no morirás pronto; vivirás muchos años y tu vida crecerá como la higuera de Rilke». Pero la realidad es otra. Nadie me ama a pesar de mí, contra mí. Nadie me atraviesa como a un escollo, condición de este amor esperado y jamás hallado.
Caída en las «noches blancas». Metamorfosis. El ratón se sueña ibis de la China. Alguien vendrá a castigarlo: no un gato ni ningún peligro conocido. Lo harán sufrir porque no acepta ser ratón y además (y sobre todo) porque habiendo osado pensarse ibis de la China, sufre, siente miedo y espera que lo castiguen por eso. ¿Qué sucedería si no tuviera miedo de soñarse otro?

6 de Noviembre de 1960

Despierto alegre. Tal vez a causa de ello, imposibilidad de escribir un poema. Entonces, ¿alianza definitiva entre la angustia y la poesía? No. Hay un plano que está más allá del estado anímico del poeta. Ese plano es habitado por los poetas adultos, los enamorados de la forma, los que creen, y hacen y se hacen en y por la poesía a causa de ella misma: no como sustitución sino como creación.

Martes 1 de Noviembre de 1960

Un rostro. Un rostro que no recuerdo, ya no está en mi memoria. Ahora es el combate con la sombra, con las nubes difusas y confusas. Le he dado todo. Lo hice y lo puse en mí. Le di lo que los años me quitaron, lo que no tengo, lo que no tuve. Ahora falta mi vida, falto a mi vida, me fui con ese rostro que no encuentro, que no recuerdo.
No podrá conmigo ese rostro. Es tarde para andar otra vez invadida por una presencia muda. Ya no más los amores místicos, un rostro clavado en el centro de mí.
Pero sé que mi vida sólo tiene sentido cuando amo como ahora no quiero amar, cuando intento un rostro y un nombre, que colorean mi silencio, que me permiten seguir buscando y no encontrando, que me permiten lo que de otra manera es hastío, tiempo en que nada pasa.

31 de Octubre de1960

El cielo ausente, sin nombre. Hubo árboles junto al río. El verde duro de las hojas erguidas. Ramas seguras y para siempre en los troncos mudos. Hubo un agua en bloque, posible de dividir en pequeños ríos sin sentido. Sólo los barcos avanzaban y flotaron. Y ello porque no existían sino en mi memoria.
Visita al Louvre. Admirado de nuevo y de nuevo a Lucas Cranach, los flamencos, los holandeses y los alemanes del siglo xv. Conocido Zurbarán. Amado de nuevo a Vermeer y a de Latour. Desdeñado Rubens y Rembrandt.
Sed sin desenlace. Separada del acto de beber, de saciar. Deseo puro. Ángel bebedor. Sed de todo, de todos.

Jueves 4 de Junio de 1960 1

La imagen de un gato que se asoma y comienza a mostrarse pero no termina nunca, su cola jamás aparece, su lomo es infinito. Un gato de millares de metros que saca rollos y rollos de lomo.
Cada vez más temerosa de la locura. Recién, por ejemplo, sentí que dentro de mi cerebro hay plomo, o que mi cuero cabelludo recubre una esfera de metal. Además mi temor de que se me caiga el pelo, de que me crezca una barba, de perder los dientes. La historia de un ser que deviene viejo a los pocos instantes de haber nacido. Pero yo no he nacido aún...
Le envié una carta ridicula y gemidora a O.2 Espero que me responda seriamente, sin consuelos fáciles. Yo sé que la angustia suele engendrar poemas. Pero yo tengo miedo de volverme loca. Miedo y deseos.
Pienso que uno de los motivos por los que persisto viviendo con mis familiares es este famoso temor. Si bien ellos no me dan amparo ni afecto ni nada sino una cortesía lamentable y una benevolencia forzada, creo que me ayudarían —casi digo me ayudarán— cuando llegue, quiero decir, si me llegara a sobrevenir un ataque o cualquier cosa por el estilo. Yo, nada menos que yo, quiero escribir libros, ensayos, novelas, y etc., yo, que no sé decir más que yo... Pero que lo siga diciendo durante mucho tiempo, Dios mío, que lo siga diciendo y que no me enajene en la demencia, que no vaya adonde quiero ir desde que nací, que no me sumerja en el abismo amado, que no muera de este mundo que odio, que no cierre los ojos a lo que execro, que no deje de habitar en lo horrible, que no deje de convivir con la crueldad y la indiferencia, pero que no deje de sufrir y decir yo.


1 Entre abril y agosto de 1960, A. P. vivió en casa de sus tíos, en Cha-tenay-Malabry, un suburbio de París.
2 León Ostrov (psiquiatra).

Lunes 8 de Febrero de 1960

Profunda, constante y obsesiva seguridad de que voy a morir dentro de pocos años. L. leyó las líneas de mi mano y se asombró de la brevedad de la «línea de la vida». ¿Y bien? Todo está bien. Así debe ser.
Fumo y bebo más que nunca. Ya no hay tiempo para recuperar mi infancia. Sólo un poco de indiferencia. Y quiero ir a París cuanto antes.1



1El 11 de marzo de 1960 zarpa rumbo a Francia a bordo del Laenec.

3 de Enero de 1960

Me estoy destruyendo con cigarrillos y comida. Mi cuerpo no soporta más. Ataque de ayer. Asfixia. Es el precio que pago por haber vendido mi vida al demonio de los ensueños.
Ayer me di cuenta claramente que floto como un fantasma. No participo de nada. Huyo de la ley de la vida, de sus leyes, del destino personal. Siempre desde mi infancia he guardado cosas mágicas llegadas a mí por obra y gracia del misterio.
Y aún ahora me parece absurda la vida de casi todas las mujeres de mi edad: amar o esperar el amor, cristalizado en un hogar, hijos, etc. Es más, todo me parece absurdo: tener un empleo, estudiar, ir a reuniones, etc. Siempre he sentido que yo estaba designada o señalada para una vida excepcional. No sé cómo saldré de todo esto, si llegaré a salvarme o si lo mejor será suicidarme ahora mismo.
Profunda tortura cuando camino por Santa Fe entre el 1200 y el 1800, donde transitan, no comprendo por qué, las mujeres más bellas de Bs. As. Las miro o mejor dicho no las miro porque yo cuando camino no miro nada ni a nadie, sino que las intuyo o las veo de alguna manera, y sólo yo sé cuánto y cómo me fascinan los rostros bellos, y qué culpable me siento, inexplicablemente, de andar con mi ropa vieja, toda yo desarreglada, despeinada, triste, asexuada, cargada de libros, con mi expresión tensa, dolorida, neurótica, obscura, y mi ropa ambigua, mis zapatos polvorientos, en medio de mujeres como flores, como luces, como ángeles. Está dicho: una mujer tiene que ser hermosa. Y no hay excepciones válidas: aunque escriba como Tolstoi, Joyce y Homero juntos.
Gabriela Mistral y Marina Núñez del Prado, recorriendo y reviviendo América por obra de su añoranza y nostalgia materna. Ambas feas, lesbianas y voluntariosas. Enamoradas de la madre tierra.
Si yo despertara, haría, posiblemente, lo que hubiera hecho de no haberme vendido al demonio de los ensueños: casarme con un comerciante judío, vivir en algún suburbio depresivo y trivial, tener un buen receptor de televisión y uno o dos hijos. Soñaría con un automóvil y me preocuparía por el funcionamiento digestivo de mis hijos. Mis diversiones serían el cine (americano y argentino) y los casamientos.
Por lo menos es algo. Es mucho más real que mi vida. A veces creo comprender por qué Rimbaud abandonó la poesía. Pero yo no soy Rimbaud. Y el quehacer poético no tiene que justificar mi mala fe (o mi enfermedad).
Me estoy asfixiando. Temo estar enferma. Ojalá reviente.

Viernes 1 de Enero de 1960

Que este año me sea dado vivir en mí y no fantasear ni ser otras, que me sea dado ponerme buena y no buscar lo imposible sino la magia y extrañeza de este mundo que habito. Que me sean dados los deseos de vivir y conocer el mundo. Que me sea dado el interesarme por este mundo.

31 de Diciembre de 1959

Iré a París. Me salvaré. Tristeza reciente. No he tenido a quién comunicar mi alegría del viaje. Ahora la angustia. Ahora la abandonada.
Me gustaría estar con Olga y con Elenita. Me gustaría que vinieran algunas personas y beber vino y alegrarme.
No soy adolescente, soy una niña. A mi edad soy una niña. Una niña que tiene miedo de jugar. Una niña sin la inocencia de los niños. O quizá soy una vieja reblandecida. (Esto me gusta más.)

Lunes 28 de Diciembre de 1959

He releído mis poemas de los años 56 y 57. He adelantado notablemente. Me sorprendió el exceso de imágenes cursis y fáciles. Pero también me alegró reconocerlas ahora y considerarlas con una sonrisa conmovida y divertida. No obstante, el misterio de mi quehacer persiste oculto: escribo poemas cuando ello o algo o alguien lo quiere. Así sucedía a los diez y siete años y así continúa.
El peligro de mi poesía es una tendencia a la disecación de las palabras: las fijo en el poema como con tornillos. Cada palabra se hace de piedra. Y ello se debe, en parte, a mi temor de caer en un llanto trágico. Y también el temor que me provocan las palabras. Además, mi desconfianza en mi capacidad de levantar una arquitectura poética. De allí la brevedad de mis poemas.

Viernes 25 de Diciembre de 1959

He dormido once horas. El viaje a París se hace cada vez más posible: Quieren que me salve.
Salvarme, en mi caso, es salir de los ensueños. Amar la tierra, reconocerla y reconocerme.
Pienso en el día de ayer, y cómo estoy de enferma, cómo no puedo conducirme o contenerme o ser yo. Toda la mañana caminando, es decir, mi cuerpo caminaba, yo estaba lejos, en el país de la infancia, y vivía aventuras felices, hasta que al mediodía volví a mi casa, y me enfrenté con mi habitación silenciosa, llena de libros, de hojas sueltas con poesías escritas que me esperaban para que las corrigiera, y traté de sentarme y leer, pero no pude. Al final me senté en el suelo y leí el «pesa-nervios» de Artaud, que compré ayer, sabiendo que no debía hacerlo. Leí varias horas, con un silencio indecible: si hay alguien que puede o está en condiciones de comprender a Artaud, soy yo. Todo su combate con su silencio, con su abismo absoluto, con su vacío, con su cuerpo enajenado, ¿cómo no asociarlo con el mío? Pero hay una diferencia: Artaud luchaba cuerpo a cuerpo con su silencio. Yo no: yo lo sobrellevo dócilmente, salvo algunos accesos de cólera y de impotencia. Finalmente, arrojé el libro que me quemaba, hice un poema lleno de alaridos y me fui a la cocina a hundirme en revistas idiotas de cine y folletines y comencé a comer sin hambre. Después vino Nelly B. Me sentí tan culpable de recibirla habiendo comido tanto y leído tantas estupideces, que me sentí enferma y vomité.

Viernes 18 de Diciembre de 1959

Pavoroso amor al dinero. Todo se ha unido para hacer mi codicia y ambición: el signo Tauro, la raza judía, y mi infancia desdichada y humillada. Lucho con todas mis fuerzas. Lo terrible de los deseos que se desprecian.
Y qué sucedería si aceptase mi amor al dinero y a la gloria (gloria en el sentido de salir en revistas tipo Varis-Match). No. He de luchar conmigo misma. En verdad, el mundo del dinero es el mundo de mi familia. Seguramente lo que yo deseo es que me acepten: y tener dinero o ganarlo o conseguirlo es la única forma de conquistar su admiración y estima.
Pero el signo Tauro, la raza judía, la infancia desdichada.
El problema de mi mente en blanco. Mi inteligencia sólo y exclusivamente funciona cuando un estímulo cualquiera me arrastra a «regresar» en un sentido psicoanalítico: entonces, en dos minutos, tejo una historia perfectamente lógica, hermosa y seductora sobre un episodio cualquiera de la infancia que jamás viví pero que anhelo y extraño (?). Generalmente, los estimulantes son las escenas callejeras o de ómnibus, de niños y niñas con sus madres que evidencian inquietud y preocupación por sus hijos, o si no el llanto de un niño oído desde mi habitación, o cualquier hecho semejante. Entonces me hundo, caigo, me precipito, y tengo una hora, un día, seis meses, ocho años, catorce y veintitrés años de edad en diez minutos. Hasta que «despierto» y me acerco al espejo y me imagino a los cuarenta o cincuenta años, una mendiga loca, con manía depresiva hundiéndose en la misma y perenne y eterna fantasía. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Y me doy asco, y me desprecio y me repugno y lloro hasta que mi llanto me trae a la fantasía otro episodio, esta vez de carácter masoquista, pero que termina bien, con abrazos y besos profundos de una madre con rostro de esfinge, una suerte de Virgen María silenciosa, mágica y todo poderosa que no ama a nadie sino a mí, sino a ésta que no soy yo, porque yo no soy más que una infeliz neurótica con ambiciones y proyectos que jamás se cumplirán.
El estatismo de mi mente. Su inmovilidad pétrea. Ausencia absoluta de pensamientos. De allí la tartamudez.
La falta de espontaneidad.
Pero no hay qué exteriorizar espontáneamente porque dentro no hay nada. Sólo silencio y dolor.

Viernes 10 de Diciembre de 1959

Ya está. Me estoy volviendo loca. Ahora lo sé. Tengo miedo.
Cerebro paralizado. Mejor dicho: no hay cerebro, no hay pensamiento. Mi cabeza está hueca. Y ahora sé que hace muchos años que estoy loca. Pero antes me engañaban las imágenes, la fantasía. Ahora se han ido. Ni conciencia ni inconsciencia. Ni mundo externo ni interno. Vacío absoluto. Soy una poeta cibernética. Una máquina de hacer poemas. Pero pronto fallará: nada la alimenta. Nadie la cuida.
Debiera ir a París. Allí me curaría. No lo creo. Y pensar que yo debiera ser la más grande poeta en lengua castellana. Esto lo digo por la carencia de buenos poetas. En el país de los tuertos...
Taquicardia desde el miércoles. Fumo demasiado. Pero no. Me sobreviene cuando pienso en el viaje.
Quejarme y protestar. Basta de reglas de higiene. Llorar y clamar. De todos modos, ya estoy perdida. Ya no me queda esperanza de hacer ni lograr nada. ¿Cómo sería posible si no vivo?
He dormido trece horas. Las jornadas de la vigilia son atroces. Felicidad al acostarme.
Por qué diablos me moriré. Pero ¿para qué?

1 de Diciembre de 1959

Soñé que mi cuerpo envejecía tanto que teniendo veintitrés años la gente pensaba que tenía cuarenta.

Domingo 29 de Noviembre de 1959

He leído unas piezas de teatro Noh moderno, de Yukio Mishima. Verdadera poesía. Así tiene que ser el teatro. Atmósfera semejante a los films de Bergman, en cuanto a su conténido conceptual. En ambos, la demostración de la futilidad, del absurdo de la existencia humana, encarna en imágenes oníricas y en conceptos breves, terribles, bíblicos. Siempre me ha sorprendido y maravillado que se pueda realizar obras bellas partiendo de la imposibilidad de la felicidad o del absurdo de la existencia

Jueves 4 de Noviembre de 1959

Ayer, antes de morir hice este plan: vivir hasta los treinta años. En estos seis años y medio hacer una novela. Vivir sólo para el arte.
Voy al cine casi todos los días. Huyo de mi casa, de su oscuridad, de mis padres, de mis viajes a la cocina con mis complejos orales.
Cap. III. A don Quijote no sólo no lo toman en serio el ventero, los mercaderes, Juan Haldudo, etc., sino tampoco Cervantes. Tal vez por eso, se lo ve tan desamparado, tan conmovedor.

Sábado 31 de Octubre de 1959

No puedo leer La condición humana. No comprendo lo que leo. Pronto habré de retornar a los cuentos para niños. Pero tal vez ni a ellos los comprenda. No puedo leer. (Tal vez sea a causa de las pastillas para las glándulas. Me enervan.)

Martes 27 de Octubre de 1959

Cada vez más obesa. O al menos así lo siento. Fui a ver al dr. R. «Usted es anormal», dijo. «¿Cómo?», dije. «Quiero decir que sufre de las glándulas», dijo.
Ahora tomo unas cápsulas que me afectan los nervios.
He descubierto mi tendencia a conversar de temas obscenos, tratándolos con humor. Como dejando soslayar que participo en terribles orgías sexuales. Debe ser una manera de encubrir mi forzosa o forzada castidad, o lo que fuere. O también, para demostrar que soy absolutamente heterosexual, dado que mi vestimenta bohemia y mi voz ronca pueden hacer pensar en la homosexualidad. Lo cierto es que hablo como una devoradora de hombres. Moi! La pauvre petite.
La pauvre petite tiene que adelgazar. Esto es urgente. Pero ¡Dios mío! Cada vez me asquea más mirarme al espejo. No hago nada.
«Kyo sufría con el dolor más humillante: el que se desprecia experimentar.»

Domingo 26 de Octubre de 1959

Poesía es lirismo. La poesía es experiencia, así decía Rilke. Y yo digo: experiencia de la palabra.
Hay que leer muchas poesías. Experimentarlas.
A la tarde vinieron L. y G. L. me dio la medida de mi enorme diferencia con las demás muchachas de mi edad. Habló de la necesidad de rebelarse contra esas instituciones llamadas «novio» y «casamiento». Yo la miraba con asombro. Para mí ya no existen —si es que alguna vez existieron— esas cuestiones. Ni rebeldía ni aceptación. Nada.
No obstante, me gustaría casarme, por el solo hecho de experimentar un estado tan famoso. Estar casada una semana o un mes. De esta manera, podría casarme cinco o seis veces o más, sin ningún problema. Creo que me gustaría mucho y me divertiría bastante. L. insinuó que le gusto. ¿Cuándo conoceré a una muchacha sin tendencias homosexuales? Pensándolo bien, no conozco ni he conocido ninguna.
Comienza a seducirme «lo español».

Sábado 24 de Octubre de 1959

No es tartamudez. Es imposibilidad de pronunciar ciertas consonantes, particularmente las nasales.

Viernes 23 de Octubre de 1959

Soñé con D. A. Dessein. Tenía un atril maravilloso. Yo le decía «un viejo atril es como un vino: cuánto más viejo más delicioso». Y en verdad, me gustaba muchísimo ese atril.
Comencé a leer el diario de Cesare Pavese. Profunda sorpresa. Y miedo. Porque casi todo lo que ha escrito me parece pensado por mí. Es más: yo lo he pensado —mejor decir: sentido— y hasta he tomado notas de ello en mi diario. Me desilusiona un poco tanta semejanza y, al mismo tiempo, me siento salvada. ¿Salvada de qué? No sé. Pero de algo oscuro y viscoso. Posiblemente me refiero a la locura.
Blasón de Águila, V. Inclán.
Leí los primeros cuentos de Katherine Mansfield. Tiene un profundo sentido del ridículo, y algunos son casi tan deliciosos como los cuentos posteriores. ¿Cómo podía sentir lo cotidiano con tal intensidad?
Anoche hice planes para mi «importantísimo» futuro. Busco comprometer todas mis fuerzas en algo, en algo que me secuestre de dormir diez horas por día, de comer por hastío, de leer folletines, de sufrir junto al teléfono porque no me llaman X o Z. Traté de ponerme un plazo de cinco o diez años dedicada a una sola actividad, un solo aprendizaje. Tengo que salir de mi estado actual. ¿Actual? Hace veintitrés años ya que estoy con él. ¿Qué me hace suponer que cambiará? Y ahora que lo escribo me hago trampas. Siento que lo escribo para romper el hechizo, para que se interrumpa. Pero cinco o diez años en una tarea y después suicidarme no es un futuro desdeñable.
Cada día tartamudeo más. Pero no sé si es tartamudez. En el fondo, no quiero hablar. Así como me alimento sin querer hacerlo sino que lo hago por compulsión o por temor del vacío, así hablo, sabiendo no obstante, que debería callar.
Mi sufrimiento es el ómnibus cuando pido el boleto, mi temor de que mi voz no salga y todos los pasajeros contemplen, tentados de risa y asombrados, a ese ser monstruoso que se debate y pelea con el lenguaje.
Mi sufrimiento cuando hablo por teléfono y no me surge la fórmula de despedida «adiós» o «hasta luego» sino una serie de estertores ininteligibles que anulan todo lo que dije precedentemente y transforman mi conversación anterior en una broma, en un simulacro o, tal vez, como alguien que pensó que hablaba con un ser humano y descubre, por un detalle final imprevisto, que no es un ser humano sino algo extraño, ambiguo, no poco repugnante en su misterio.
Peor sería si fuera muda. (Ahora me entró el terror de enmudecer.)

14 de Octubre de 1959

¿Por qué no ir en marzo a París? En un barco de carga. Con O. y M. Me parece inaudito no perecer ahogada si vamos en un barco de carga. Pero con ellas no tendría miedo. (Presiento que yo moriré ahogada. O mi miedo hará, tal vez, que mi presentimiento se cumpla).
Estoy muy animada con la idea de ir en un barco de carga. Es injusto trabajar tanto para un pasaje. Lo esencial es ir gratis.

Jueves 8 de Octubre de 1959

Moira, de Julien Green. Siempre, tanto en sus novelas como en su diario, Green me impresiona como un ser que escribe con silencios, no con palabras. Creo que es el novelista que más amo.

6 de Octubre de 1959

Vi de nuevo La sed. Salí del cine transformada en una estatua. No más sentir. No más luchar. Un perfume a fin de mundo me rodeaba como un halo. La muerte se me apareció como la única salvación. Pero no se trata de salvarse sino de terminar lo antes posible.
Hoy he leído Le voyage sur la terre, de Green. Lo comencé despacio pero después tuve que apurarme porque estallaba de angustia y sólo quería saber más y más de esta historia. La película y el libro me han arrastrado a un urgente deseo de morir. Pero ahora llueve. Y me dejo seducir por la dulzura de la lluvia. Yo moriré bajo el sol. El enemigo.
La homosexual de La sed. Sus ojos, en la escena de su encuentro con la mujer histérica, tenían un brillo tan mítico, una fijeza tan terrible, que hubiera querido levantarme e introducirme en la pantalla. Una mujer así no es homosexual, no es nada. Es de otro mundo. Por eso aún vibro y me disuelvo de deseos de encontrarla. (Posiblemente esta noche fantasee con ella muchas horas).
No tendré que esperar a la noche. Ya siento las señales familiares: un fuego en la casa del corazón. Un yacer sorda, ciega y despreocupada respecto del tiempo y del espacio en que estoy. Me siento protegida. Los seres mágicos —aquellos a los que les atribuyo magia— me hacen vivir. Los demás son «fantasmas trémulos recorridos de cólicos». Hasta hoy, ¿cuántos seres «mágicos» he conocido? La señora vieja y la joven, de negro ambas, que pasaban junto a mí todas las mañanas. La casa que habitaban —cercana a la mía— era el castillo encantado. Años después, la profesora de física, el profesor de historia, Lilia Deniselle y por último, Ostrov. Olvidaba a Greta Garbo, a Edwige Feuillére en Le ble en herbé y a la esfinge de La sed. Creo que se llama Eva Herring. Olvidaba también a la Virgen María y a Picasso. También la muchacha que juega con una mano en Le chien andalou.
Hay, además, instantes fugacísimos en que un ser exhaló magia: ciertas cartas de Clara, Jackie cantando canciones francesas, Juliette Greco en una canción que no recuerdo, Olga cuando se arrodilló a buscar algo y yo sentí su perfume y vi sus ojos y temblé, pero al instante ya se había pasado. No obstante, el más perfecto ha sido Ostrov. Y cierta mirada de Greta Garbo.
Debo agregar el retrato de Beatrice en la habitación de Elenita.
Ahora que detallé a estos seres o instantes. ¡Es tan poco! ¡Tan nada! ¿Y para esto he vivido tantos años? Porque lo demás no existe, jamás ha existido para mí. Pero ¿qué tienen estos seres, estas voces, que así me atraen o me han atraído? ¿Por qué me llenan de suspenso y de misterio? ¿Es sólo un oscuro presentimiento relacionado con mi presunta carencia de ternura materna? Yo sólo sería feliz en un mundo de esfinges. Sin palabras. Sólo la música, el vino, y los ojos más intensos del universo contemplándome.

5 de Octubre de 1959

No sé si quiero ir a Francia. Creo que no. ¿Qué haría allí? Probablemente haría planes para mi retorno. No obstante, debo ir. Ahora o nunca.
Me angustiaría vivir con mi familia. Lo ideal sería vivir sola, mágicamente sola.
Poemas de Milosz en la nueva traducción de Galtier. Desilusión. Hasta ahora, el mejor poema es «La berlina detenida en la noche». Y ello, porque carece de dos defectos esenciales para M.: exceso de invocaciones y decir cosas metafísicas por medio de conceptos.
Mi lucha por leer despacio y bien, por no devorar, avaler, los libros. O por desbrozar en la selva de las imágenes que me pueblan y hallar un claro por el que pueda penetrarme algo proveniente del exterior, un poema, una voz.
Murió Juvenal Ortiz Saralegui. Una hora antes de saber de su muerte pensé en mi infidelidad a la promesa de escribirle, y me prometí hacerlo. No obstante, confiaba en que pasara algo que me permitiera huir de este compromiso. Bueno, ya pasó. ¿Estás contenta, ma petite Alexandra? «Qa m'est égal». Si por mí fuera se pueden morir todos. Lo esencial es que yo «tome té». Merde alors!
Releí mi último libro. Hay poemas tan malos, tan horriblemente malos que jamás hubiera creído que pueden ser míos. ¿En qué demonios pensaba cuando no los rompí?
Huyo de lo esencial. Estoy enferma. Desintegrada. Agotada. Casi loca, o tal vez completamente. No cuento con casi nada o nada —¿qué defensas usar ante la gran evidencia?—. Ahora bien: ¿qué hago conmigo? ¿Qué haré conmigo? Voy a Francia o me quedo aquí. Estudio pintura o sigo con los poemas. O ambos. No. Ambos no. Le laurean est lent.
De a uno. Despacio. Siempre haré poemas. Miento. No me conmuevo. En el fondo no respeto nada. Soy de las que ponen bigotes a la Gioconda. La poesía. La poesía. Mi único amor es el sexo. Mi único deseo ser puta. O no serlo. Pero legiones de hombres. Y si quieren, vengan las mujeres y los niños. Particularmente niños y niñas de doce años. Alejandra Nabokov. (Pero es que yo tengo doce años...)
Lo del sexo es otra mentira. Un instante de onanismo, nada más. La gente debería masturbarse. Amarse platónicamente y masturbarse. Así sería el reino de la poesía. Fornicar sería como rascarse. Hasta podría ser público. La chair est triste. Y en verdad, mucho mejor si no hubiera sexo. Sin deseos, sin anhelos, un flotar, un deslizarse, sin sed sin hambre. El vientre materno.

Domingo 6 de Septiembre de 1959

Katherine Mansfield y V. Woolf. Vitalmente, o mortalmente, me siento más cerca de la primera. Dada mi situación y educación, jamás comprenderé, creo, la vida de una aristócrata inglesa. No obstante, he comprobado que mis poemas son más profundamente sentidos y vividos por personas de —digamos— clases altas que por las demás. Lo que sucede es que yo, como judía, no me considero de ninguna clase. Y jamás comprendería a quien despreciara mi origen. Es más: creo estar orgullosa de él. (Esto se relaciona con fantasías infantiles.)
He pensado que comenzaré a escribir de 10 a 13 h (hoy me levanté a las 10.30 h).

Si sólo fuese menos oral. Un poco menos de complejos orales. Imposible estar una hora sin un cigarrillo, una uña o alimentos, en mi boca. Cada día fumo más. Y ciegamente.
Ayer vino Susana. Hicimos juntas un artículo obscuro sobre un poema de Estrella Gutiérrez. Nos divertimos mucho. Yo, no obstante, no me atrevía a mirarla a los ojos. Parecíamos dos niñas jugando.

3 de Septiembre de 1959

Las horas han volado. Las hice volar. El ensayo de Picón. Si yo tuviera una mesa cómoda trabajaría más (pero si me voy a París).
No quiero consignar mi estado mental. He hojeado las obras de Artaud y me contuve de gritar: describe muchas cosas que yo siento —en esencia: ese silencio amenazador, esa sensación de inexistencia, el vacío interno, la lucha por transmutar en lenguaje lo que sólo es ausencia o aullido—; y también habla de los períodos de tartamudez: la lengua rígida, la asfixia. Y también he hojeado un ensayo de Jung. Y tuve miedo de estar loca. Es más: me desilusioné. Porque si yo estoy loca, ¿por qué me pliego a las convenciones? ¿Por qué no me cubre la inconsciencia, el frenesí, el delirio? Y si no estoy loca, ¿por qué hay este silencio en mí, esta tensión interrumpida ocasionalmente por la angustia, la ansiedad y el llanto?
Envidio profundamente a Virginia Wolf.
La mente humana es un misterio.

Domingo, 30 de Agosto de 1959

Lectura de Góngora: bastante penosa. No entiendo la mitad de las alusiones a la mitología. Pero estoy cediendo a la magia de su lenguaje. Después de diez o quince lecturas más me será claro y accesible.
Leer la Biblia.
Góngora: primera lectura.
Escena del joven embebido en la encina mientras las zagalas, paridas por las montañas, cantan y bailan. La dificultad de G. (una de las tantas) es la supresión de referencias de las imágenes. No dice que «esto» es como «aquellos» sino que menciona directamente el «aquello». Su sensibilidad de «gigante de cristal».

18 de Julio, Sábado de 1959

Me avergüenza escribir un diario. Preferiría que fuese una novela. Estoy confusa. Lo de siempre. Siento que no quiero nada y me siento culpable de ello. No quiero vivir de pie, o no puedo; quiero dormir. Estoy ciega para la realidad y para los otros. Ésta es la conclusión definitiva. Sé que Dios no existe (es un problema que no me interesa), no hay vida futura, no hay nada, no me prohibo nada, y, no obstante, no hago nada. Es mi única posibilidad de vivir. Una vez, no más. Y no obstante, no hago nada.

29 de Junio, domingo de 1959

Investigación y búsqueda de la poesía. Comienzo con Góngora.
Dostoievski: leer repetidas veces Los hermanos Karamazov: su equivalencia con el psicoanálisis

24 de Junio de 1959

Yo debiera pintar. La literatura es tiempo. La pintura es espacio. Y yo odio el tiempo y querría abolido. Pero ni la pintura. Hablo de poder expresarme en un arte que fuera como un aullido en lo oscuro, terriblemente breve e intenso como la muerte.

18 de Junio de 1959

He abandonado todos los estudios. Trabajo. No me gusta trabajar. No quiero nada. Quiero morir. He aquí, etc. etc.
«Estás enamorada de la muerte», dijo Roberto. Yo me ruboricé.
Siempre. Siempre. Bella palabra.

20 de Mayo de 1959

El sábado me operaron. Un ataque de apendicitis agudo. Me dolió horriblemente. Yo no estaba preparada para un dolor tan grande. Pero lo sobrellevé bien, demasiado bien tal vez. El cirujano, mientras me operaba, comentó «lo sufrida que es esta chica». En verdad, me siento capaz de sobrellevar pacientemente grandes sufrimientos físicos. (Pensar en mi paciencia —física— y en mi impaciencia íntima.) Aún estoy débil. La prohibición de fumar me anonada. Descubro qué imprescindible es en mi vida el cigarrillo. El deseo de fumar crece después de [tachado]. Entonces añoro el humo, el gusto agrio, triste, soledoso y promisorio del cigarrillo del cigarrillo. Y más lo añoro aún cuando siento [tachado] que sólo podría ser velada por el humo. No obstante, trataré de comer lo menos posible: estoy muy asustada por las complicaciones —la operación y demás— que ha traído mi alimentación des¬ructora de estos últimos meses.

9 de Mayo de 1959

Lady Macbeth lavándose las manos... Sorprendente en Macbeth cómo todos pasan del deseo a la acción. Ese cuidado de no frustrarse. Como si ello fuera lo natural, lo esperado, cuando en verdad, debiera ser lo opuesto el hecho natural. Además si las brujas hubieran predicho circunstancias desdichadas, M. no hubiera actuado para concretarlas. Las brujas son, en esta obra, horriblemente seductoras. Son el inconsciente, la voz infantil que lo quiere todo y ahora. La locura es obedecerla. Macbeth hubiera tenido que suspirar de nostalgia o, en nuestros días, hacerse psicoanalizar.

8 de Marzo de 1959

Recién terminé de leer Un cuento propio de V. Woolf. S. De Beauvoir ha tomado mucho de allí para su Segundo Sexo. V. W. es sencillamente adorable. Pero la siento un poco vieja, como del siglo pasado. Estuve pensando sobre las quinientas libras al año y el cuarto propio. Yo tengo un cuarto propio, no tengo dificultades económicas apremiantes, gozo de libertad para ir adonde yo quiera. No obstante, soy el ser menos libre. En verdad exagero: la posibilidad de una experiencia rica y vasta está hoy tan vedada como lo estuvo siempre. No me puedo ir al puente a mirar los barcos por la noche, etc., etc. Pero mi carencia de libertad es debido a mi no asunción de la realidad. Nada es objeto de mi interpretación ni de mi examen, salvo cuando declaro que no vale la pena. Pero hay una cosa: basta de reglas éticas. Hay que entrar. (He aquí otra regla ética.)

5 de Marzo de 1959

Como si hubiera tomado mescalina. Quiero irme a Europa. Y también estudiar aquí. El 11 me voy al Uruguay. Si no adelgazo no iré a ver a Clara ni a Orestes. Qué responsabilidad la mía tener que ofrecerle a Clara un rostro que coincida lo más posible con mis retratos, con los cuales poco o casi nada tengo en común.

Estoy intranquila. Horriblemente nerviosa. ¿Y para qué? Ah, E. me hace existir cuando me cuenta sus aventuras. Tal vez por lo que me dijo hoy estoy trastornada. ¿Por qué soy tan falsa, aun en la soledad, aun en el mí misma?

3 de Marzo de 1959

Despertar angustiado. La soledad se dio cuenta y ahora duele. Me presentaré a las becas del Fondo de las Artes. Sólo que no debo tener ninguna esperanza.

2 de Marzo de 1959

Estoy leyendo por tercera vez El retrato del artista de Joyce. Amo la relectura. Qué libro delicadísimo éste. Y como mi sangre corrobora el proceso de Stephen. Sólo que Stephen es sano y puro. Quiere aprender, no exhibirse como yo.

20 de Febrero de 1959

Despierto mejor. Dormí toda la noche abrazada a la almohada.
Pensando en ir a Europa. Quiero y no quiero. Quisiera ir y ver cosas bellas, aunque sólo fuera un cielo puro y grande. No es justo que yo muera habiendo probado lo horrible, solamente lo triste y angustioso.
Ayer hice un poema que no me disgustó.
Pienso que nadie menos neurótico que don Quijote. Es equilibrado y dulce como un niño. Sólo que al revés. Sería neurótico si oscilara entre creer que son molinos de viento u otra cosa. Y sería más neurótico aún si tuviera miedo de esta oscilación. Me gusta mucho cuando sale por vez primera de su casa, al alba, y ve qué fácil es pasar del deseo a la acción.

19 de Febrero de 1959

Ayer he roto alrededor de cien poemas y prosas. He quedado asombrada de mi falta de calidad poética, mis gritos, mi exasperación. Hay que empezar de nuevo. Además, quedan doscientos poemas más que seguramente romperé.
He leído un cuento de Brentano que no me impresionó mucho debido a su problema: el bien, el mal. Una imagen me subyugó: el joven mata un pájaro y con su sangre escribe canciones en el libro sagrado del espíritu de las aguas.
También leí, y muy mal —atropellándome—, algunos poemas de Hölderlin. Algunas veces parece un oráculo.
He comenzado Cervantes: Don Quijote. Lectura desapasionada y fría, por ahora.
También una Historia de la literatura alemana de H. Rohl. Bastante estúpida por cierto.

17 de Febrero de 1959

He pasado una mala noche. Ayer robé La Chartreusse de Parme del Instituto de Lit. Francesa. Lo hice —no sé por qué, pero me gustó hacerlo—. Es una forma de pedir, ya que nadie me da nada. «Je vous arracherai en tonnes ce que vous m'avez refusez en grammesl» No siento la menor culpa.
He decidido encerrarme a estudiar y trabajar. Ayer hojeé en la biblioteca la correspondencia de Pound. Lo primero, dice, hacerse de un instrumento para trabajar. Tengo que dejar de leer los autores prescindibles, aquellos que por ahora no me ayudan. Ayer no hice nada. Estuve en el infierno. Los otros son mi infierno. El más grande. Engordé mucho. Ya no debo angustiarme. No hay remedio. Es un círculo vicioso. Para no comer necesito estar contenta. No puedo estar contenta si estoy gorda.

16 de Febrero de 1959

No daré el examen. Hoy he salido y ahora estoy nuevamente vencida. Me encontré con L. Todos proyectan libros, antologías, se mueven en grupos, están fuertes. Yo pienso en mí: soy una estudiante. No quiero actuar hasta no saber qué quiero. Por otra parte, quiero ser indiferente al exhibicionismo literario.
Comenzaré El Quijote.
He dicho que estoy vencida: sí, he salido, visto muchachas hermosas. No hay excusa posible. Una mujer tiene que ser hermosa. Y yo soy fea. Esto me duele más de lo que yo creo. Tal vez por eso piense que jamás me amarán. ¿Estoy errada? No.

11 de Febrero de 1959

Ayer escribí un poema. Mi poesía, ahora, es anémica. No tengo potencia poética y si aparecen rastros de ella queda paralizada por mi temor. En el fondo, quiero escribir la novela. No la escribo porque antes quiero leer mucho. ¿Qué he leído ayer? Dos poemas de Neruda y una fábula de La Fontaine. A este paso la escribiré a los ochenta años.
Es inconcebible cómo se renuncia inconscientemente a todo. Yo, sin darme cuenta, he renunciado a la fama, al matrimonio, a los viajes, a la amistad. Ello no significa que los rechazaría sino que ya no se presentan a mi conciencia como cosas probables o aspiraciones.
No se puede amar en la realidad. No obstante, hay tantas neuróticas enamoradas.

21.30 h. Muero de cansancio. He buscado cinco mil palabras en el diccionario. Pensando en la novela. Temo que sea una excusa para mi exhibicionismo y que, en el fondo, no haya más que el deseo de ser conocida y celebrada. No estoy segura de esto. Pero lucharé contra toda forma de exhibicionismo. Es que ¡oh señor! yo no soy una muchacha: soy un muestrario de los pecados capitales.

8 de Febrero de 1959

Una poesía que diga lo indecible —un silencio—. Una página en blanco.

2 de Febrero de 1959

Duermo mal. Algo me urge y al mismo tiempo algo me estanca. Ganas de lanzarme y de quedarme clavada. Interés e indiferencia. He temido la locura. Estoy también segura —o calmada— respecto de mi fortaleza mental. Pensé en el amor. Esperanza y desesperanza. Superficial y profunda. Ángel y demonio. Genio e idiotez. No puedo morirme, me disperso, me ilusiono, me desespero. Estoy y no estoy en el mundo. Quiero y no quiero. Pensé mucho tiempo en el escribir y quiero aprender. Presiento un lenguaje mío, un estilo que no se dio nunca, porque será mío. A la casa de él, entonces. Quiero escribir en prosa. Hoy llamé a O. Me alteró su voz. No quiero analizarme. Mi única salvación es comenzar a pensar, es decir, interesarme por objetos concretos. Basta de absolutos, basta de la nada.
No creo aún en mi muerte. Por eso soy una niña.
Mi imagen de la felicidad es un dedicarse al estudio, un escribir. Y amar. No puedo amar. No amo a nadie. Pero lo quisiera. Quiero amar a un hombre. Creo que no será posible debido a mi imposibilidad de amar. 1) No veo a los otros sino que me reflejo en ellos, recojo en ellos mi imagen. 2) Sólo me siento a mí, es decir, a mi [tachado]. 3) Ningún ser me da la medida del misterio que yo busco desesperadamente. Y cuando siento ese misterio es porque ese ser me niega (caso O. cuando lo conocí). Hay otros motivos: mis complejos de inferioridad: creer que nadie se hará cargo de mí por el amor. Esto es erróneo. Podría ser un amor equivalente en el que nadie se hace cargo de nadie sino que hay dos compañeros, dos que se aman y se sostienen mutuamente. Pero mi infantilismo, mi horrible anhelo de padres, mi deseo de ampararme en otro y que me ame como a una niña enferma. Por otra parte, soy tan ficticia que mi aspecto desmiente cualquier deseo mío de protección. Nadie como yo tiene una apariencia tan sólida y fuerte.

15 de Enero de 1959

Tal vez esté enloqueciendo. Porque lo deseo, lo deseo tanto como la muerte. Cierro los ojos y sueño la locura. Un estar para siempre con los fantasmas amados, llámense paraíso, vientre materno, o lo que el demonio quiera. «Loin! Loin de l'immonde cité! Lejos de las ciudades en que se compra y se vende.» Allí, una niña llamada Alejandra, aprendería a sonreír con menos amargura.
He pensado: ¿por qué desear la huida de mis angustias? Aceptar la fatalidad de algunos seres. Yo he nacido para sufrir. Esto es sencillo. Duele.
Quiero estudiar, quiero aprender, quiero escribir. Tengo veintidós años. No sé nada. Nada fundamental. No sé lo que debería haber aprendido hace muchos años. Nadie me enseñó nada. Sé, en cambio, lo que debería saber mucho después. De allí que me sienta anciana y niña al mismo tiempo.

6 de Enero de 1959

He soñado que vivía a principios del siglo. Me extrañó mi «conocimiento» de ciertas costumbres.

3 de Enero de 1959

He dejado el psicoanálisis. No sé por cuánto tiempo. Estoy muy mal. No sé si neurótica, no me importa. Sólo siento un abandono absoluto. Una soledad absoluta. Me siento muy pequeña, muy niña. Y me van abandonando todos. Absolutamente todos. Mi soledad, ahora, está hecha de quimeras amorosas, de alucinaciones ... Sueño con una infancia que no tuve, y me reveo feliz —yo, que jamás lo fui—. Cuando salgo de estos ensueños estoy anulada para la realidad externa y actual. Jamás hubo tanta distancia entre mi sueño y mi acción. No salgo, no llamo a nadie. Cumplo una extraña penitencia. Y me duele funestamente el corazón. Tanta soledad. Tanto deseo. Y la familia rondándome, pesándome con su horrible carga de problemas cotidianos. Pero no los veo. Es como si no existieran. Siento, cuando se me acercan, una aproximación de sombras fastidiosas. En verdad, casi todos los seres me fastidian. Quiero llorar. Lo hago. Lloro porque no hay seres mágicos. Mi ser no tiembla ante ningún nombre ni ninguna mirada. Todo es pobre y sin sentido. No digamos que yo soy culpable de ello. No hablemos de culpables.
He pensado en la locura. He llorado rogando al cielo que me permitan enloquecer. No salir nunca de los ensueños. Ésta es mi imagen del paraíso. Por lo demás, no escribo casi nada.
Hay sin embargo, un anhelo de equilibrio. Un anhelo de hacer algo con mi soledad. Una soledad orgullosa, industriosa y fuerte. Es decir: estudiar, escribir y distraerme. Todo esto sola. Indiferente a todo y a todos.