4 de Diciembre de 1957

He leído La epístola a los pisones, de Horacio. Siempre me sorprende saber que los poemas sirven de solaz, de esparcimiento del corazón ultrajado por la fatiga, como dice Horacio. No obstante, H. me corrobora la necesidad de adquirir una técnica sólida. (Cada palabra debe estar llena de polvo, de cielo, de amor, de orín, de violetas, de sudor y de miedo. Cada palabra ha de ser gastada, pulida, retocada, sufrida.) ¡Al diablo con las poéticas! Hoy he leído la de Boileau, quien no hace otra cosa que repetir a Horacio. Leer estos libros en un día lluvioso de 1957 es como bailar el rock con peluca.

Porque la poesía no es un grato esparcimiento. La poesía es un aullido que hicieron —que hacen— los seres en la noche. (Esto que digo peca de trágico.) Idiota decir: La poesía es... etc., etc.

Piensa, Alejandra, [tachado] tus ideas a la luz de la tristeza. Piensa en la carencia, en la mía, en la tuya, en la suya. Piensa, piensa en la carencia.

Curioso es vivir. Raro es vivir. Asombroso es vivir. ¿Y por qué vivir?

(La Gran Pitonisa se encoge de hombros.) «Soy la Gran Pitonisa, tengo los oídos llenos de whisky y el corazón colmado de salamandras.» (Así se presentó. Tuve miedo.)

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