25 de Agosto de 1955

Despierto a las 11.15 h. Me siento triste y vacía. Releo lo que escribí ayer. Sonrío. ¡Qué extraño! Estoy muy cansada. Muy, pero muy cansada. Tengo miedo. Un miedo terrible. Leo un cartelito que pegué en la pared de mi cuarto: «¿De qué ángel o demonio está hecha nuestra personalidad?».

¡Oh! ¡Quiero ser mi destino! ¡Quiero que mis manos ta­llen mi dorado molde!

Extraño. Siento que algo se me desliza. No estoy muy triste. Pienso pero me pierdo. No siento mucho.

Los libros de crítica son muy dañinos. Leo a Kierkegaard. Aparece Unamuno y lo aprueba. Viene Marjorie Grene11 y señala sus tremendos errores. Es terrible. Los libros de filosofía podrán ayudarme a pensar, pero me inclino a las obras de imaginación. Son más reales. De los ensayos e interpretacio­nes ni hay que hablar. Sencillamente, no debo leerlos.

23 h. D. M. insiste en la necesidad de leer a los clásicos. Garcilaso:

Pensando que el camino iba derecho, vine a parar en tanta desventura, que imaginar no puedo,    aun con locura, algo de que esté un rato satisfecho.

Está bien, lo leeré. Pero no será con placer. ¡Oh, busco expresarme y no sé cómo! No hallo belleza en Garcilaso. Pre­fiero a Quevedo y a san Juan de la Cruz. Y a santa Teresa. Pero ¡sólo sé que vivo realmente con Vallejo, Neruda, Apollinaire y a veces Rimbaud!

D. M. habla con su voz serena. Su cuerpo de treinta y cuatro años sólo desea un amor cálido, un puesto en Sur y una biblioteca nutrida de clásicos. Hablamos de Aleixandre. Dice que su ideal es escribir como éste. Es decir, llegar a imitarlo, crear imágenes semejantes. D. M. no se tortura. Su mente es clara y recta. Pienso en Van Gogh, el pobrecito Vincent. En Rosalía de Castro:

¡Felicidad, no he de volver a hallarte en la tierra, en el aire, ni en el cielo, aun cuando sé que existes y no eres vano sueño!

Gran mujer. Maravillosa Rosalía.

Tomo una antología lírica española. Yo, una ignorante que no conoce nada. Veamos, aparece R. de Campoamor. (A los diez años leí algunos poemas suyos):

Con mis coplas, Blanca Rosa,
tal vez te cause cuidados,
por cantar
con la voz ya temblorosa,
y los ojos ya cansados
de llorar
.

Sonrío tristemente. Es un poema muy desagradable. Cam­poamor queda relegado a la categoría de poetastro de tercer orden. Viene Lope de Vega:

A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos.

César Vallejo «también» se sentía solo:

Corre de todo, andando entre protestas incoloras; huye subiendo, huye a paso de sotana, huye alzando al mal en brazos, directamente a sollozar a solas.

A las 17 h estaba sentada en una mesa del Florida. Llega Dor-musch. Hablamos de Pío Baroja. D. lo tacha de mezquino y bestia por un libro antisemita que escribió. Miro sus bigotes, ¡qué mal, pero qué mal le sientan! Viene el mozo. Le pide «un sandwichito de salame sin corteza». Me estremezco de materia­lismo. ¡Salame! Hablar de literatura con un sandwich de sala­me en la mano. Y lo que más me choca es la falta de corteza. Un sandwich de salame «debe» tener corteza y ser tosco y crocan­te. De lo contrario, es como beber champagne mientras se come asado. ¡Oh, las pequeñas cositas!

Hay más: mientras masticaba el paradójico sandwich, be­bía un pocillito de café «liviano», fumaba un cigarrillo rubio fino, leía ha Razón y conversaba conmigo.


11. Marjorie Grene. Filósofa inglesa de gran prestigio. Especialista en Spinoza y Sartre

No hay comentarios:

Publicar un comentario