11 de Diciembre de 1961

Aprender a tocar los objetos, acariciarlos como quien conoce largamente sus misterios.

7 de Diciembre de 1961

Otra mañana perdida en dar tributo a la infancia que no tuve. Obligarme a amar sombras como si al no haber sombras se cortara inexplicablemente mi leve conexión con la susodicha realidad. Propiedad tan mía de anonadar esto que miro y esto que leo y esto que todo: lo viviente se atemoriza ante mi mirada de sonámbula y se vuelve inerte, rígido. Mi pequeño cuarto poseído por la perdición. Todo lo que se cae al suelo desaparece: el paquete de cigarrillos, los zapatos, los poemas, la ropa, como si yo viviera sobre una gran boca que se abre cuando me descuido.

5 de Diciembre de 1961

Escribir sobre los habitúes del restaurant de santé Guen-Ma'i. Sobre esa vieja que seguramente adoptó el regime Oshawa para dejar de serlo. Y la verdad es que ahora parece viejo. Y sobre la mujer que vino hoy, la que comía leyendo el libro del profesor Oshawa y que sacó de su cartera un cuchillo, un tenedor, un vaso y una servilleta y movía las manos enloquecidas para espantar el humo de mi cigarrillo.

23 de Noviembre de 1961

Ya no importa tanto que J. se case con otra: un cuento de Henry James y una carta de Lewis Carroll me han consolado.

16 de Noviembre de 1961

Recién iba por la rué du Bac. Cuando pasó el ómnibus 68 me dije: Tal vez G. viaja en él. Entonces puse cara de poeta muy espiritual que se descompuso cuando un nene tropezó con un viejo ridículo y le tiró el bastón al suelo. Pero no me reí de una manera directa sino pensando en G.: está en el 68, sentado del lado por donde yo camino, por donde sucede esta escena grotesca, que él aprecia sin duda así como apreció antes mi rostro espiritual y así como aprecia ahora mi sentido del humor siempre alerta, a pesar de todo.

9 de Octubre de 1961

En verdad, no hay de qué hablar. Yo hablo como un nene cepillándose los dientes: sin convicción. Puedo hablar de todo con todos. Puedo hablar de nada con nadie. Cuando oigo a mis amigos decir «la vida es hermosa» me sucede un gusto a velorio en el diafragma.

Capri, Septiembre de 1961

Tuve miedo y me fui y nunca más creer en el juego de las miradas, nunca más creer en las promesas de los ojos, nunca más creer posible la invención de algo a modo de amor. No quise ir a Pompeya. En vez de una ciudad fantasma preferí los amores fantasmas. Regreso al lugar de la espera. La turbia sensación de estar de más a la espera. La horrible visión de la puerta cerrada; algo más denso, sin embargo, que cualquier cosa parecida a la espera y no obstante eso, nada más que eso: la turbia sensación de estar de más en el lugar en que todos esperan. La preparación a la muerte como un estado superior a la espera de ella. La espera metafísica en modo alguno aliada al suplicio triste de esperar al fantasma del amor. Pacto con la vida: no me hieras. ¿Cuál vida? Historia de mi vida tal como se vive sin que yo me dé cuenta. No es lo mismo estar en silencio que no decir nada. Escribir sin dejar de decir nada. «Danos la nada de cada día.» La espera del amor, el amor a la espera. Cuando venga con sus ojos de niebla. La noche me transforma en la esperadora del amor.

22 de Agosto de 1961

A veces soy tan exactamente genial —le dije— que tengo ganas de enterrarme y llorarme tres días. Desaparición de G. Estoy sin amores fantasmas. Por eso este sabor a entierro, este no saber dónde posar los ojos. En busca de un rostro que amar. En busca de la noche del alma, de la sed sin desenlace, del deseo incumplido. Denme rostros mágicos, no perros calientes en la noche tenebrosa. Denme cabezas coradas, ojos de esfinge, persecución inigualada de algo o alguien que no es de ningún mundo.

31 de Julio de 1961

La ausencia, el sin amor, la certeza —su descubrimiento— de que sin amor me ahogo y siempre me ahogué. Pero la ausencia viva, el cuerpo de la ausencia, tocarla ahora, respirarla. Esfuerzo inédito esta espera sostenida por mí, hecha a mano, a alma.

28 de Mayo de 1961

He visto en una zanja un dibujo infantil firmado QUI suis-JE? He tratado de leer los rostros en la ínfima porción de ciudad que recorrí esta mañana. He sentido piedad por las caras de los otros y mucha más por la mía reflejada en la ventanilla del autobús. He sentido miedo, temblor en el lugar por donde respiro y no me senté, no me alcancé un vaso de agua, sino que seguí por las callecitas miserables llenas de tachos de basura y de niños que me sonreían y a quienes yo sonreía, pero con un dolor inigualado porque sabía que de nada vale la boca abierta en posición horizontal y los ojos brillantes de simpatía que no protegen de nada, no les han de servir mientras avanzan con sus triciclos entre los tachos de basura. Luego pensé en mi cuerpo, pensé en mis piernas, en mis brazos, en mi penosa manera de respirar, en mi dolor fantasma debajo de cada hueso, muy en lo hondo, muy en lo oculto.