Domingo Marzo de 1958

Me disuelvo en la irrealidad.
He vislumbrado. He visto. Fue una luz negra detrás del vidrio. Auguró posibilidades de vida.
Mediodía. Llamé al viento atroz. Es la soledad absoluta. Y tú lo sabes, Alejandra. Puedes enloquecer o morirte. Y las tibias noches de abril. Recuerdo un candelabro de siete brazos. Y la mujer de negro —madame Lamort— cargada de oro. Todos reían. Era la fiesta sabática. Un rabino quemado por una mano invisible aullaba al viento. Y la mujer de negro tenía un miedo atroz, un miedo grande como el mar. No sé qué sucedió después pero algunas flores despertaron bruscamente y comenzaron a bailar. Una de ellas quería desnudarse. Después hay una fábula. Angustias. Muerte. Yo dije la fábula, yo quise desnudarme, yo me vestí de negro. Yo no he sido.
Pronto veré el mar. Ni Dios ni el amor, sino el mar. El mar, única esperanza.

El viento como un loco en llamas estrangulando árboles. La quietud de la tarde se abraza a mi nada. El viento suspira debido a un orgasmo que le sobrevino mientras besaba al árbol. La canción de la infancia duerme en una isla del Pacífico preñada de melodías que hacen morir de dolor a los dioses de la sangre. Todo calla. Como si el mundo fuera el infierno. ¿Sabe el mundo que el infierno es él mismo? Ni las arenas sospechan que la sed del mar es otra cosa que sed. Nada es sino la sed. La sed o la carencia. Pero se me caen los deseos, se me caen las ansias y la infancia. Un poco de tregua, por favor. Mas no... Han invadido la casa de la sangre. Yo no comprendo nada. Me deliro, me desplumo. ¿Estará bien conducirse así o no será mejor darle la razón a la muerte? Una muchacha huye bajo la sonrisa de la luna, corre, corre, no hay tiempo para perder. La tumba espera.
La cuestión es así.
]e me enmerderai [sic] toujours.
Irme.

Ha sucedido algo extraño y nuevo. Fue un silencio. Luego la sensación insostenible de que guardo un desierto de cenizas. Pero apareció una luz, un relámpago, algo más profundo que mi subconsciente, algo anterior a mi vida. Y escuché una voz que dijo así: «Aquel que quiera salvar su vida la perderá, pero el que quiera darla, la volverá, en verdad, viva». Jamás he comprendido como hoy. Todo esto es de una seriedad indefinible. Es como si me hubieran surgido alas.
Cada objeto vive, ahora. Todo tiene perfume, color, presencia.

Sábado 29 de Febrero de 1958

Conflictos sexuales. No vivo el sexo como un problema. Sólo advierto que soy una niña, no una mujer. No tengo conciencia del bien ni del mal. Lo mismo que entonces, cuando era muy niña y me excitaba pensando en Dios. Quisiera ser menos inocente.
Respiración como asfixia. Libertad, única libertad terrestre. Quiero el sol, el mar. Quiero lo imposible.

No puedo creer que esto es la vida. (Ella espera a la vida.) ¿Y el amor? El amor con espumas, con alas, ese amor como un arcoiris, como una música soñada por el viento, ¿dónde, Alejandra, el amor? ¿Dónde la vida, la verdadera vida?

El asunto fue así: los monstruos de madera bailaban la ronda del amor. Yo, en el centro, no podía salir. Gritaba: Ah vivre livre [sic] ou mourirl En esos instantes un pie gigantesco me trizaba y me convertía en una tortuga azul que exhalaba luces blancas. ¿Y para cuándo la vida? —preguntó una muchacha.

No hay duda. Estamos heridos. El signo de la carencia. Soy —somos— carencia.

Quisiera dormirme y no despertar jamás.

Aprender a desinteresarme. Algo llora dentro, hay algo que llora dentro aun cuando lo real sonría. Hay algo absolutamente huérfano, que llora, algo viejo y aún no nacido, anterior a la eternidad, posterior al juicio final.

He releído todo lo escrito hasta hoy. Me exaspera el abuso de las grandes palabras: vida, muerte, eternidad. Debiera resignarme, debiera aceptar, alabar. Si por lo menos tuviera un deseo —siquiera uno—posible de concretar. Pero ¿cómo apoderarme del sol? ¿cómo obligar al amor? ¿cómo [tachado]? ¿cómo colmar esta carencia de infinito? Nada es en mí, nada me interesa sino ver el mar, ser besada por el viento... ¡Oh sí! El viento y el mar como un cuchillo feroz devasta mi cordura. Yo no sé nada. Yo no quiero nada sino que no me asfixien, que no me peguen tanto. Todo sería muy sencillo sí yo pudiera creer en algo real, posible de obtener. ¿Debo pensar, entonces, que soy una nada? (Simone de Beauvoir y [tachado]: Quieren ser todo y por eso son nada.) Y aunque así fuese ¿qué me da a mí?

La noche. Es ella, detrás de los cristales. La infancia muerta esboza un saludo. La Madre Universal. Ella gime detrás de mi sangre. Disolverme en el humo de mi cigarrillo. (Si por lo menos fuera puta —dijo la muchacha.) Pienso en el mar. En sus olas fosforescentes. En mi miedo la noche aquella cuando los caballos silbaban en la alameda y dentro de mí un ser crecía hasta hacerme reventar de existencia. Y yo me dejaba seducir por las aguas. Las aguas rodeaban mi cuerpo desnudo. Y era en una noche carente de luna, enferma de nubes. Y fue una noche de banderas que aleteaban para festejar a la muchacha enamorada del mar. Y yo era inocente. Y el mundo fue en mi sangre.
Pero ¿qué?

Viernes 28 de Febrero de 1958

Bajo el trono de la luna.
Amarilla es la tierra.

Miércoles Febrero de 1958

No dudo que las estrellas malas devoren a las estrellas buenas, que las flores gordas devoren a las flores flacas, que el desierto de cenizas devore al desierto en llamas. No dudo de nada. Sólo una tregua, sólo una tregua. Y entonces creeré en todo, aun en mí misma.
Quiero ser lo que ya soy —dijo.
Ni sombra, ni nombre,
mi carencia.
Todo se reduce
a un sol muerto.
Todo es el mundo
y la soledad
como dos animales muertos
tendidos en el desierto.

Tus deseos. Tu mano negra hambrienta de realidad, tu manía de alabar al mundo muerto, tu ausencia de nombre, tu vigilia atroz, tu descenso en las escaleras de tu conciencia, tu hábito malsano de morirte cada día, ¿qué es?

Ah vivre livre [sic] ou mourir!

¿Quién no cree en esto o en aquello? ¿Quién no se desangra en la lucha? ¿Quién no llora pensando en el mar? ¿Quién no duerme en un lecho de amapolas? ¿Quién no posee un silencio, un tiempo, una música? ¿Quién no baila su propio ritmo? ¿Quién no tiene un sexo para alegrarse, una palabra en que sentarse, una manía para tener vergüenza? ¿Quién no tiene vergüenza de ser? ¿Quién no está enojado con la muerte?
Yo.

Martes Febrero de 1958

Si no obtengo recursos de mí misma, ¿de qué vale todo? Es como si tuviera un desierto detrás de mi pecho, es como si me hubiera tragado una loca incendiada que corre por mi sangre dando alaridos, es como si fuera una fuga. Yo no quiero ser una fuga, yo no quiero que me pongan agujas en la sangre. Quiero vivir y ser yo. (¿No estaré luchando con la locura?)
El examen del sábado es el causante de mi estado actual.

Sábado Febrero de 1958

Sólo arena y niebla.

Imposible la libertad en la irrealidad. ¿Cómo vencer mi manía de la idealización? ¿Cómo cortar el cordón umbilical? ¿Y para cuándo la aceptación de la adultez? ¿Cómo trascender si me vienen unas ganas irreprimibles de ser una niña muy pequeña, sin pensamientos, sin actos, una niña que llora mucho y pide amor? Una mano, unos labios, una caricia... Todo levísimo, con espuma, con alas. He aquí lo único que me interesa. Lo demás, es interés forzado. Obligación. De allí mi imposibilidad de comunicación con los otros. Ando en busca de esa mano, de esos labios... Y no es posible encontrarlos. Y aunque los encontrara nada sería posible, porque me da horrenda vergüenza sentir esto que siento mientras el espejo certifica una muchacha de veintiún años, devorada por la irrealidad.

He meditado en la posibilidad de enloquecer. Ello sucederá cuando deje de escribir. Cuando la literatura no me interese más. De cualquier modo, me es indiferente enloquecer o no, morirme o no. El mundo es horrible, y mi vida no tiene, por ahora, ningún sentido. (No obstante, creo que nadie ama la vida más que yo. Sólo que entre mis sueños y mi acción pasa un puente insalvable. He aquí la causa de que yo deba desangrarme como un animal enfermo, detrás de la vida.)

Música infinita con velo blanco sale del bolsillo del mediodía. Los actos bailan la ronda del absurdo y esa necesidad pavorosa de ser secuestra a una muchacha de cabellera silenciosa que quisiera encenderse y estallar en un segundo como un fuego fatuo. Los sueños se sientan arriba del mundo. Hay un no dar más, manos negras clavando estatuas en las sonrisas de los muertos, [tachado] se suicida y un niño abre las puertas del cielo y pregunta por qué. Vuelan trenes. Los pájaros se colocan monturas y huyen a la llanura a buscar a la mujer loca que acaba de robar el fuego. Él le corta los pechos, él se la devora mientras un pueblo de hombres-plantas llora en las orillas del Swaney river. Él escupe los huesos de la muchacha. Campanas tocan a la muerte. El sepulturero del cielo se arrodilla frente a mi retrato y pide perdón. Perdón por el puente insalvable entre el deseo y la palabra. Perdón. Y nadie, nadie más que yo comprende la soledad de las flores. Luces intermitentes caminan en la espesura mientras el código de las sombras augura la soledad absoluta. Pero el portero en llamas luce la insignia de la muerte porque la jaula ha heredado —también ella— la vocación del perdón. Aunque te revuelques en las cenizas, el florero dará siempre la hora del dolor. Y el reloj que da las horas al revés ríe suicidándose en una mano invisible. No está bien ofender al tiempo, al viento. Ni a las anchas noches de luna cuando las alamedas tienen los ojos pesados de llanto y un mago celeste —el brujo de la tregua de los muertos— se acerca a la condenada irremisible y le pide perdón en nombre del mundo. Toda esta escena debe dar la impresión del infierno más puro. Pero una familia de golondrinas se desnuda en Mar del Plata. Se beben todo el mar. También yo beberé el mar. Cuando estalle el puente que corre entre mi deseo y mi palabra. Viento. Tiempo, mi sangre [tachado] de una luciérnaga que roe la distancia de la vida y la muerte. No quiero ser. Y la casa de mi sangre se desmorona —¡qué cosa!—. Cálida dulzura la del verano verde y su trémulo cortejo de golondrinas ahogadas. ¡Soy yo! ¡ Soy yo!

No llamar a dios. Aún cuando las flores desgarren mi pasado con su perfume a sueño frustrado. No invocarlo. Esta es la prueba suprema. Esto consiste en tenerse la sangre, apretarse los gritos, reventar en las propias venas, pero callar. Así te amaré, dijo la bruja escupiendo sus últimos dientes. ¿Por qué mágica lejanía luce en el pecho de la noche? ¿Qué corola de hierro se ha comprado mi flor? ¿Qué niño imbécil me encendió el fuego, quién transformó la vida en un vaso de agua inalcanzable? Y todo fluye como lava del infierno. Todo se hace cuerpo. La luz tiene piernas, la noche testículos, la luna brilla con sus muslos de gitana encinta.

Llorar, arrancar ríos de mis ojos. Secuestrar todas las lágrimas y guardármelas. Llorar, es necesario hundirse en un rincón y llorar muchos años.

Aunque yo corra en llanuras y mendigue amor de puerta en puerta ¿no llorarás para mí? No invocarlo, no invocarlo. Morderse los dientes, comerse la voz, pero callar, callar como las piedras cuando meditan en la muerte, callar como los árboles cuando se enferman de pájaros. Llorar, callar. He aquí el único posible. Porque no se acepta la vida. No se la acep-ta. Pero aquí no se acepta la vida. Oh, y cómo ruge la sangre, cómo se puebla de tigres este corazón viajero, cómo se sacude el polvo de mis ojos, cómo me bendice la ceniza. Y todo está. Y todo se reduce a un silencio.

El viento desgarra la noche. Tanto llanto, tanta ausencia, tanta desazón. Esto es la vida. (Ponerse la mano en el cuello. Se obtienen visiones extrañas.)

La pequeña organiza en su lecho de clavos. La fuente ha cesado de manar. La pared ruge prisiones. Extraño escribir aun cuando la única bebida posible es el mar. Un mar envenenado por la salina de peces enamorados. Calla, viento. Calla, noche. ¡Arder! ¡Arder en un milímetro de la noche! Ser eterna un segundo, existir un instante. Sentirse Dios.

Jueves Febrero de 1958

No es posible dejarse vencer y aniquilar por dos fantasmas. Si fueran muchos, en fin... Pero dos fantasmas. Recordar la paloma blanca que devora a una muchacha. El gourmet que la devora; le corta los pechos, mana sangre, él coloca, en sendos agujeros, dos ramos de violetas. La cabeza cortada canta: «Los hombres no son felices y después mueren».

Miércoles Febrero de 1958

Lo único importante es perfeccionarme. Primera medida: evitar la engañosa vocación expandida. Si tuviera que desarrollar todas mis inclinaciones, necesitaría vivir siglos. Considerar que la más profunda y entrañable es la necesidad de escribir. Resta entonces dedicarle todos mis esfuerzos. (Esto es un cuaderno dedicado a edificar reglas morales, formas de vida; todo desde afuera. La única verdad es mi deseo de llorar, mi avidez de sueño y muerte.)

Lunes Febrero de 1958

El sol. Siempre el sol hendiendo la mañana. Para mi voz y mi danza, un féretro a motor de lágrimas. Para mi trascendencia un test de la academia psicoanalítica. Para mi sed sagrada un vestido nuevo, cigarrillos importados y un aire de bohemia que anuncia la roña de los hospicios. He aquí el único problema: entre mis deseos y mi realidad, un puente insalvable. De allí, esta nada.
Hoy no me importa nada. Hoy soy nada. He tomado absoluta conciencia de que no puedo vivir mi vida. No puedo vivir como un ser humano.

Domingo 16 de Diciembre de 1958

Nada. Pero no es la misma de siempre. Es, hoy, una nada henchida de presagios. Una resignación activa. Estuve pensando que nadie me piensa. Que estoy absolutamente sola. Que nadie, nadie siente mi rostro dentro de sí ni mi nombre correr por su sangre. Nadie actúa invocándome, nadie construye su vida incluyéndome. He pensado tanto en estas cosas. He pensado que puedo morir en cualquier instante y nadie amenazará a la muerte, nadie la injuriará por haberme arrastrado, nadie velará por mi nombre. He pensado en mi soledad absoluta, en mí destierro de toda conciencia que no sea la mía. He pensado que estoy sola y que me sustento sólo en mí para sobrellevar mi vida y mi muerte. Pensar que ningún ser me necesita, que ninguno me requiere para completar su vida. Anoche hice fantasías sobre la inmortalidad. Me pensé destinada a no morir jamás. Me asusté mucho. No. Sólo la muerte da sentido a la vida. Esta verdad ha encarnado en mí. En suma, más que la angustia y la muerte, me preocupa mi carencia amorosa. Todo mi ser es un tenderse a..., temblorosa de amor, ávida de amar y amar. ¿Cómo no lo comprendí antes? ¿Cómo hube de pensar en mi futuro exilando el amor? Esta mano helada lacerando mi presente, esta espada pavorosa que anonada mis impulsos, esta sensación inocua de que todos mis actos son irrisorios como si se desarrollaran en un escenario de cenizas, todo esto, es mi carencia de amor. Ahora lo comprendo, ahora me han iluminado. Ahora sé que no basta desangrarme en la soledad de mi cuarto al amparo del «amor imposible». ¡Oh, y qué poca cosa es! Sí. He confundido literatura y vida. Me sedujo, por un instante, reencarnar a Mariana Alcoforado. Pero ella se desgarraba con razón, a posteriori. Ella vibró, estalló en el amor, en un amor real, concreto, correspondido. No como yo, que parto de la inmanencia, después de la cual sólo hay locura y muerte. Y nadie, nadie más que yo lo podría amar así. La única solución, si solución se la puede llamar, es la aceptación de la realidad. De la realidad toda. Entonces, muchas cosas cambiarán.

Profunda sensación del absurdo. Pensar en la vida en sus innombrables fatigas, en esta reconstrucción cotidiana que hacemos de nosotros. Si por lo menos hubiera una tregua, en la que el tiempo desapareciera —o en la que volviéramos a otro más nuestro— una tregua o temporada de felicidad, a la manera de un obsequio que nos darían por el hecho de existir. Es increíble que la vida toda sea un concierto de angustias que desemboca en la muerte. No niego que todo esto me pone de buen humor, como si estuviera leyendo una excelente comedia.

Sábado 15 de Febrero de 1958

Y de pronto, un gran cansancio, no de la vida, mas de la muerte. Pero no hablo de la muerte absoluta, hablo de este lento naufragio cotidiano en las aguas del pasado. Estoy cansada de todo ese mundo de complejos y frustraciones en que nos sus­tentamos yo y la gente que me circunda. Es un no dar más, un gran deseo de respirar aire puro, de reír, de mirar con natu­ralidad las cosas y a mí misma. Hoy se me ha revelado, con una fugacidad y fuerza increíbles, la posibilidad de ser. Todo fue espontáneo, como si hubiera encendido un cigarrillo. Me sentí bien, como si me hubieran aflojado las cadenas, aquellas que ni recordaba, tan resignada a la desesperación estaba. No creo en la felicidad. Pero quiero despojarme de esta tensión, de tanta vigilancia. Estoy fatigada de todas estas historias edípicas, del odio espantoso de padres e hijos, estoy cansada de tanta inter­pretación sexual. Quiero vivir con naturalidad, limitarme, se­ñalarme objetos posibles y luchar por ellos. Quiero liberarme del horror sin semejanzas de mi «amor imposible». Quiero, en suma, aprender muchas cosas, sobre todo, a escribir y a pensar. Cuento con una carencia casi absoluta de recursos internos, a pesar de tener dentro de mí un mundo tan vasto, pero es un mundo dependiente de mí, divorciado de mi yo, sólo unido a mí en ciertos instantes únicos. Es extraño desconocerlo tanto, como si yo fuera la sede de esa otredad innombrable que firma con mi nombre. Nada me es tan ajeno como ella. Buscarla, señalarla, hacerla vibrar con mi sangre, apoderarme de sus raíces, he aquí mi necesidad.

La noche escupe campanas. Un recuerdo con alas se viste de tren. Humo y arena. Una guitarra negra se eleva desde una flor y sube al avión destinado al Gran Pájaro Muerto. Sones perforados por el viento bailan la danza de la muerte mientras las brujas crucifican a la esperanza. Una muchacha hierve de cólera contemplando a los muertos que se encerraron en un ascensor de vidrio para delimitar y reducir los sueños de los vivos. La muchacha incendia la noche mientras una luciérnaga se suicida con una espada de papel. Hay muchos nombres en la espesura. Hay mucho dolor montado en los árboles impasibles que esperan a la lluvia esta noche para cenar. La lluvia con sombrero verde desciende de un automóvil guiado por una mujer encinta que va a morir. La lluvia se abraza con el árbol más chico y pequeños arbolitos ascienden a la estrella más lejana. La mujer encinta va a morir: su vientre contiene palmas funerarias. Es una mujer previsora. Es un himno al odio preexistente entre el mar y el arco iris, la canción y el fuego, el papel y ese señor de anteojos en forma de ratón blanco que quiere escalar el cerebro del mundo. La mujer va a morir y nadie le alcanza un vaso de buen vino.

Viernes 14 de Febrero de 1958

Qué fácil callar, ser serena y objetiva con los seres que no me interesan verdaderamente, a cuyo amor o amistad no aspiro. Soy entonces calma, cautelosa, perfecta dueña de mí misma.
Pero con los poquísimos seres que me interesan... Allí está la cuestión absurda: soy una convulsión, un grito, sangre aullando. De allí proviene mi imposibilidad absoluta para sustentar mi amistad con alguien mediante una comunicación profunda y armoniosa. Tanto me doy, me fatigo, me arrastro y me desgasto que no veo que instante de «liberarme» de esa prisión tan querida. Y si no llega mi propio cansancio, llega el del otro, hastiado ya de tanta exaltación y presunta genialidad, y se va en busca de alguien que sea como soy yo con la gente que no me interesa.

Miércoles 12 de Febrero de 1958

No sé qué extraño proyecto tienen algunos de mis yos que están haciendo tentativas para desasirme absolutamente de la amistad y de la comunicación. Siento desde mi sangre que no quiero ver a nadie, ni conversar con nadie, y que nada me importa salvo el aprender a interesarme obsesivamente por la literatura. Yo sé que esto es locura. Yo sé que es un atentado a mi vida. Yo sé muy bien. Pero estoy ciega y muda para todo, como si tuviera algodón en las venas, como si me hubiera tragado nieve. No sé qué es pero el humor desapareció, el deseo de salir, trascenderme. Nada sino yo, este yo que muerde. Estoy cansada de mi yo. Ahora comprendo mi horrible, mi tenebroso amor a mi yo.

10 de Febrero de 1958

No vivir, ahora que la vida me tiende vida, es extraño. Pero voy a confesar la verdad, la confesaré aunque me tenga que morir llorando, diré la verdad, que es ésta: yo no quiero vivir, yo quiero un interés obsesivo por dos cosas: los libros y mi poesía.

8 de Febrero de 1958

Comenzó la lucha por el alba. Quiero estudiar, quiero recobrar mi adolescencia.
Noche
Es como si me hubiera tragado un muerto. Como si me hubiera forrado de cenizas la sangre. Como si la peste se hubiera enamorado de mi destino. Como si la palabra jamás huyera del mundo para venir a buscar amparo en mí. Tal es [tachado].

Domingo 2 de Febrero de 1958

Soledad y silencio. He pensado en la felicidad de dedicarme enteramente a la literatura, sin otros cuidados sino escribir y estudiar. Es necesario recuperar el tiempo perdido. Sé que esta felicidad está a mi alcance y que no depende de mi voluntad, pues entonces ya no sería felicidad sino solamente trabajo. Sólo necesito creer con todo mi ser, creer obsesiva y lúcidamente. Y también olvidarme de todos. Pero sobre todo continuar sosteniéndome en la durísima tarea de no pensar en «el amor imposible», causa de todos mis males. Esto es lo más difícil. Y particularmente para mí, que no me llegan compensaciones externas que pudieran impulsarme a sustituir al objeto amado. Pero sé que mi única posibilidad de salvación consiste en aceptar con naturalidad esta carencia afectiva.

Mi única posibilidad de salvación, sí. Ahora comprendo absolutamente que jamás mi amor se verá correspondido, que hasta hoy me sustentaba alguna esperanza absurda e infantil, sin fundamento alguno en la realidad. Pero hoy, recordando el ayer, recobrando palabras y sucesos que dormían debajo de mi memoria he tomado conciencia de la futilidad de mi espera. Ahora bien, resta la locura o la muerte, porque yo comprendo que sólo por mi amor vivo, que sólo él me enlaza a la vida. Y tal vez no quisiera que fuese así, si bien reconozco que a ello debo mis horas más intensas, más fecundas emocionalmente, las que no poco hicieron por mis poemas. A mi amor debo casi todos mis estados de exaltación. Pero también es útil saber que el hombre que los produjo es absolutamente «inocente» de mis procesos, que su actitud fue siempre pasiva, que, en suma, no tiene «culpa» alguna de lo que me acontece, así como el desierto no es culpable de los que mueren sedientos. De cualquier modo, comprendo que es necesario estrangular todo atisbo de esperanza y aceptar la idea de que jamás seré amada por la persona que he elegido. Podría agregar que no la he elegido sino que me ha sido impuesta, podría repetir los viejos argumentos científicos respecto de los orígenes de mi sentimiento amoroso. Pero es como en la poesía. Palabras, palabras... El amor es otra cosa. Y no me importa que maltraten el mío ni que lo castiguen con la indiferencia más extrema. Yo sé que es real, yo sé que existe y me duele más que mi vida, o igual, porque es mi vida. Lo mismo que la poesía. ¿En que la desmedra el análisis o la disección? Está, y es lo único importante. Pero ahora, sobre materiales rotos y roídos, entre el caos y la angustia, trataré de reconstruirme. Sobre tanto dolor, sobre tantas ganas de morir y de no sufrir más el peso de este amor, he de reconstruirme. Con humildad y silencio.

Este yacer anegada en mí misma, este no perderme jamás de vista —aun en la enajenación— ¿a qué obedece? A que no encuentro nada que sea más importante que yo. Sólo me entero de las cosas cuando me golpean. Así, gracias al silencio de Orestes, he pensado por vez primera en él. Cosa que jamás hice cuando deliraba de amor por mí. Esta manera de ser me hace perder y ganar. Perder en cuanto a que me encadena, me impide enfrentar el mundo, y más aún, me deja a merced del mundo. Pero, por otra parte, en el reverso del mundo, donde yo estoy, se ven muchas cosas vedadas para los otros. A propósito de mi incomunicación estuve pensando en la posibilidad de enloquecer, posibilidad que me aterroriza. Pero estoy demasiado cansada como para inquietarme «activamente». Pensándolo bien, ¿no será demasiado tarde para reconstruirme? ¿No habré perdido definitivamente?

Sábado 1 de Febrero de 1958

Todos los fracasos del mundo martillean en mis sienes.

Tanta tristeza. Pero hay sol. Pero hay un viento dulce. (El sólo de escribir esto demuestra que mi intento suicida es aparente. El anhelo de trascender persiste. Luego, vivo.)

La poesía no es artesanía ni nada tiene que ver con ella. Pero para trascender el lenguaje debo antes hacerlo mío. En verdad es un poco estúpido hablar de poesía: o se la hace o se la lee. Lo demás no tiene importancia. Aunque yo quisiera tener algunas pequeñas verdades literarias, me sentiría más segura de mí si las tuviera. Para comenzar, he aquí un enigma: ¿Por qué me gusta leer la poesía luminosa, clara, y casi execro de la oscura, hermética, cuando yo participo —en mi quehacer poético— de ambas? Y si fuera por no tomarme el trabajo de comprender los poetas oscuros: Ello daría la explicación exacta de una manía de relacionarme con personas cuyos procesos interiores son más simples que los míos. O al menos, así parece. Pero, Alejandra, en el fondo de los fondos, ¿qué es claro y qué es oscuro?

Para la novela: el aprender a leer. Lady D.

Viernes 31 de Enero de 1958

¿Es posible que hable así, como una piedra en el camino que se sabe echada allí hasta el fin de la eternidad? ¿Es posible que crea, con los niños, que la muerte es algo que les sucede a los demás pero no a mí? ¿Es posible que Dios continúe siendo el «buen señor» de la infancia, ese que ve en todas partes, para quien no existen puertas ni silencios? Así es, pero es increíble. Y no lo lamento por vergüenza sino con el dolor de alguien que se veda una gran parte de la realidad que le sería plenamente accesible a no ser por ese infame anhelo de persistir en una niñez que ya no tiene razón de ser aunque sí estupidez y anacronismo.

Martes 28 de Enero de 1958

Respiración como asfixia. Esperanzas como cuchillos. Carencia. Mi vida se llama carencia. Necesaria o no, yo soy. Pero noy una carencia. Tú quisieras reírte del mundo, de un mundo como un equilibrista ebrio que te saluda desde muy arriba. Lo quisieras, tal vez. Pero no puedes negar lo esencial, es decir, que ya has renunciado, que no sólo has perdido, sino que jamás pudiste intentar la victoria porque de antemano te expulsaron del juego. Y ahora que lo sabes ya, puedes enloquecer o morir. Pero también puedes escribir poemas, no porque creas que con ellos te salvarás, sino por salvarlos a ellos, los prisioneros del aire, de tu aire. O aunque sólo fuera para que no digan que viajaste gratis por la vida. ¿Su tributo, mademoiselle Alejandra? Un poema, monsieur, un poema bello como la sonrisa del sol, de ese sol que no brilla para mí. Y esto es todo. También me queda el derecho a la blasfemia y al vicio. Protestar y amenazar. Pero ¡qué diablos! ¿Qué importancia pueden tener mis derechos? ¿Los he pedido? No, yo no quiero derechos. Quiero un poco de paz.

Lunes 20 de Enero de 1958

Un encuentro sexual no compromete a nada. Sólo dos seres sedientos que se unen en el desierto para ir en busca de la calma.
Pero esto es independiente del hecho fundamental: el encuentro sexual no compromete a nada.
Profundo asombro. ¿Qué relación hay o puede haber entre ética y sexualidad? ¿Por qué? «lo prohibido»? No puedo comprenderlo.

(quiero nadar desnuda en tu sangre)