20 de Mayo de 1961

Una loca gritaba en el jardín del hospicio Sainte-Anne. Dos hombres la arrastraron hacia un pabellón gris.

Por la tarde, desde el ómnibus, vi los últimos reflejos del sol en el Sena. Los paseantes parecían figuritas recortadas. Me acordé de un cuadro de Rousseau, el de la niña idiota. Y he sabido que mi esfuerzo atroz por vivir como una adulta, ganarme la vida, pensar, amar, es una imposibilidad de imposibilidades. Las figuritas inofensivas en la lejanía me eran detestables con sus ojos vacíos y sus caras viciosas. Es preferible gritar en el jardín, dije.

15 de Mayo de 1961

«Me creo en el infierno, luego estoy en él.» Pero no es el infierno. Es algo tan poco simbólico y evidente como un cuchillo hundido en la garganta. Dentro se quema, se rompe, dices que me voy a desvanecer pero no es así, no es así, es sólo un súbito no poder hablar, un buscar a qué asirte porque algo, de pronto, no te deja. Qué cosa no te deja. Qué quisieras hacer que eso no te deja. Quisiera hablar, quisiera escribir, quisiera contarlo de manera que no se preste a confusiones. Miseria viva de la que ronda en el espejo. Los que mueren de hambre me hacen morir de risa. Sería tan fácil decir tengo hambre, exigir el derecho a una continuidad de mis visceras, tan fácil robar, asesinar, ganar derechos, leyes, aperturas a algo que tú sabes dónde está. Pero lo imposible es estarse en cualquier lado, en un café, mientras realizas una inofensiva visita, porque súbitamente un ruido a cosas de lata girando, a cintas de lata, a algo sumamente oxidado que rueda lentamente por tu pecho (pero en la parte interior, en la parte interior siempre). Todo sucede entre la cintura y la garganta (en lo interior, siempre en lo interior) y yo tiemblo, yo no hablo, yo tiempo, yo espacio, yo busco adonde asirme para no caer pero yo no caigo, estoy clavada en mi asiento mientras dentro trepida, me lleva para donde quiere, dolores giratorios que no son dolores, veo doble, veo triple, no veo nada, no puedo levantar los ojos, vértigos, mareos, pero lúcida no obstante, sabiendo que no hay nada, no hay nadie a quien asirse. Algo te quiere morir y dejarte viva, algo te aleja de cualquier gesto conocido, de cualquier recuerdo familiar. Tu sentimiento de abandono quisieras gritarlo aunque fuere en el parque entre las hojas muertas y la turbia soledad verde. Miseria misteriosa. Quisiera verlos a todos viéndome a mí, súbitamente poseída por una rueda dentada y oxidada que gira lentamente en lo interno del pecho, ¿o es en la memoria?, ¿o es en el cerebro? Si fuera una enfermedad horrible, algo con nombre y final. Pero esto no terminará nunca. Algo te obsesiona, te siniestra, te remite a una zona espantosa en la que sólo hay miedo y miedo y miedo.

9 de Mayo de 1961

Días en que me ofrezco en holocausto a una mirada invisible. Me sucede entonces andar por las calles y rejuntar amigos y viejos conocidos. Como las ratas detrás del famoso flautista, mi sonrisa extraña saca de su cuarto a cuanto poeta y pintor he conocido desde que llegué a París. Y me veo caminando ebria, dirigiendo a los que he convocado e invocado, y avanzo como si hiciera el amor. Sin duda bebo mucho en esos días, hablo mucho, bailo, canto, cuento, beso, toco, me dejo, me la dejo, me dejo por todas partes, estoy receptiva, disponible, abierta como una herida, aceptando todo lo que venga (dedos, sal, semen, alcohol) hacia la gran devoradora que no examina, no discierne, no identifica.

7 de Mayo de 1961

Lo posterior a la risa, lo que queda después de haberme reído es exactamente lo que queda después de haber hecho el amor toda la noche: un gusto a muerte, un desierto de cenizas. Creo que si de algo estoy dotada es de un extraño poder de metamorfosear en materia risible todo lo que miro y toco. A veces lo ejerzo con mis amigos, a veces con gente que vengo de conocer. Me interesa en especial esta última. Que te presenten un rostro grave, alguien que se toma muy en serio, se retoma y recrea con enorme respeto, y de pronto decirle algo enormemente divertido con una voz infantil, falsamente ingenua, y ver su rostro abrirse, agitarse, bailar delante de ti que lo miras como la domadora con el látigo. En verdad, mi sentido del humor proviene de mi odio a la llamada «realidad».

Por eso, deformar las cosas, las palabras, los rostros, me fascina y lo hago como quien sale a la calle con un revólver: «Entonces mataré a todo el mundo y me iré».1

1 La cita es de Alfred Jarry.

25 de Abril de 1961

Tristeza de los libros eróticos y tristeza del erotismo. (Una vez terminado el acto de amor hay una tristeza de deseos apagados, un desorden mudo, un arrepentimiento absurdo.) Sade me hace morir de tristeza, Restif de la Bretonne me aburre, Casanova —el más lejano, casi irreal— no me resulta erótico, y los italianos (Are-tino, Baffo, Nicolás Chorier me divierten y me angustian. Ayer leí les Mémoires d'une chanteuse allemande.

Pero digamos que la obscenidad, todo lo que es erotismo de una manera rara y distinta, me halla disponible. Odio las posturas «naturales», las palabras tiernas y ya conocidas. Pero ¿qué es distinto, qué es raro? ¿Las posturas del Kama-Sutra? ¿Las del Jardín Parfumé? No sé. Pero sin una vida sexual extraña y peligrosa no puedo vivir pero tampoco puedo incorporar el escándalo a mis deseos de trabajar, de aprender, de estudiar. Imposible ninguna orgía si me levanto a las 8 para ir a la oficina. Si es orgía tiene que abolir el tiempo y si el tiempo está abolido no tengo por qué levantarme temprano para ir a trabajar. Quiero decir, hay dos maneras de vida que me seducen igualmente y que en mí son incompatibles.

E. se está enamorando de mí: por eso me atrae menos. Uno de estos días le diré que no nos veremos más porque yo no puedo amarle, ya no puedo amar a nadie, yo estoy muy lejos, muy enferma.

20 de Abril de 1961

Anoche me dormí preguntándome por qué no escribía cuentos fantásticos. La pregunta debe de haber rodado mucho tiempo por mi memoria porque hoy al despertar, aún en duermevela, corrí al espejo murmurando: «El sueño es una segunda vida, ¿por qué habría de escribir cuentos fantásticos si yo no existo, si yo misma soy una creación de algún novelista neurótico?». Después retrocedí, el espejo me daba miedo, ojos alucinados, y me corrí de mí, desnuda, tambaleante, tropezando con muchas cosas porque la alfombra estaba llena de valijas, ropas, libros, papeles, y en los papeles poemas, y en los poemas este miedo, esta concentración inigualada en un dolor viejo, indiscernible de mí. Por lo tanto me acosté pensando en mis piernas, en mis brazos, en mi espalda. Cuando llegué a la columna vertebral tuve miedo porque supe que nunca llegaría a un modus vivendi con mi cuerpo. Eso era lo extraño, que no me soportaba en mis huesos, me recorrían dolores fantasmas, yo los perseguía como con una red para mariposas y siempre me huían, me burlaban. Pensar en la columna vertebral: nunca, nunca vas a poder pensarla en su totalidad, porque apenas comenzaba los dolores me impedían seguir, los hacía desaparecer pero reaparecían.

18 de Abril de 1961

De pronto no es ni siquiera el día —el sol tal veloz, el sol rompiendo la dulce mañana hecha de niebla y de ausencia— ni la noche, sino el alma, el tenue lugar del alma descubierto en el sexo a causa de algo o de alguien entrevisto un instante, alguien indeterminado, indefinido, que tú viste durante un segundo o menos aún, para encontrarte luego sin ti. Pero esto es confuso. Quiero decir: voy por la calle mirando el sol recién nacido y las pequeñas nubes sobre el reloj de Saint-Germain-des-Prés y doblo, el cuerpo dobla una esquina (nada más simple) y de pronto lo que en ti siempre estuvo a la espera, lo que siempre fue en ti espera, se justifica, se corrobora, por obra y gracia de un rostro apenas visto, que no acertarías a describir, y sigues caminando con algo que empieza a romperse: algo se desgarró en ti y quisieras estar en tu habitación y llorar o al menos tratar valientemente de hacerlo. Luego el miedo se va y sólo queda el sexo como morada del sentimiento trágico de la vida: en él se cumple un rito de criaturas ávidas que esperan a alguien que no vendrá porque no existe. Mientras tanto, mientras no viene, bebo alcohol, abrazo, me abrazan, mis amigos no son mis amigos, son sexos, los que me rodean son sexos, todo es sexo, y yo voy abierta y ultrajada, a la espera, y aunque me acueste con todos no es eso lo que mi sexo espera, lo que mi sexo espera es una orgía absoluta de gritos gritados por alguien que grita con todo, grito desde lejos y desde cerca, alguien grita tanto que todo se obstruye bruscamente.

11 de Abril de 1961

Lo que llamamos contradicción, la simple frase de que el ser es contradictorio, encarna recién ahora, se hace acción y vida. No saber qué quiero, adonde voy, qué será de mí, adonde me llevará este modo de vida, esta manera de morir. Frases llenas de sentido, ritmo hastiado de mi silencio inquieto, como algo que se desarma. Algo se desbarata, se desajusta, se de sintegra de una manera contraria a la esperada, como cuando hacía una casa de muchos pisos con el mazo de naipes y de pronto, súbitamente, todo caía por obra y gracia de un suspiro, un aire leve, algo indefenso e inesperado.

La imposibilidad de reproducir mis monólogos callejeros, los bellos delirios que me acosan en la calle, me hacen desesperar del lenguaje y me dan deseos de buscar otra manera de expresión. Tal vez sería conveniente tener un magnetófono, pero tampoco, pues su instalación, la conciencia de su existencia me producirían una extraña tensión. En suma, no hay arte para mis contenidos espirituales que son excepcionalmente artísticos. Esta imposibilidad de definición me obliga a vagar entre cosas provisorias, a no saber sino mediatizar las cosas más urgentes, a irme, a pesar de todo, lejos de la poesía y de la palabra escrita, lejos del amor y sus terribles caminos. Pero cómo hacer real mi monólogo obsesionante, cómo transmutar en lenguaje este deseo de ser. La vida perdida para la literatura por culpa de la literatura. Quiero decir, por querer hacer de mí un personaje literario en la vida real fracaso en mi deseo de hacer literatura con mi vida real pues ésta no existe: es literatura.

La antigua causa de este impedimento es mi imposibilidad congénita de comunicarme espontáneamente con los otros, de sobrellevarlos, de tener amigos, amantes, etc., de preferir, en su lugar, los amores fantasmas, las sombras, la poesía. El amor fantasma o solitario. Lo que me fascina de la masturbación es la enorme posibilidad de transformaciones que ofrece. Ese poder ser objeto y sujeto al mismo tiempo... abolición del tiempo, del espacio...

10 de Abril de 1961

Problemática del odio. No puedo mirar rostros sin sentir un odio súbito e irreprimible. Lo terrible es que me sucede con todos, sin excepción.
Ahora sé que siempre haré poemas. Y sé —qué extraño— que seré la más grande poeta en lengua castellana. Esto que me digo es locura. Pero también promesa. A otros de ser feliz. Yo quiero la gloria, mejor dicho, la venganza contra los ojos ajenos.
M. tiende a borrarse porque vuelve la imagen central, la de la madre única.

Et c'est toujours la seule
Et c'est le seul moment.


No obstante, considero superfluo y abrumador haber nacido y me aburro y estoy fatigada.
Nunca me odio tanto como después de almorzar o cenar. Tener el estómago lleno equivale, en mí, a la caída en una maldición eterna. Si me pudiera coser la boca, si me pudiera extirpar la necesidad de comer. Y nadie goza en esto tanto como yo. Siento un placer absoluto. Por eso tanta culpa, tanta miseria posterior.

2,5 de Marzo de 1961

Si siento algo suavemente benigno cuando escribo estos silencios o cuando surgen las imágenes de mis poemas no es el placer de crear sino el asombro ante las palabras. Nada ni nadie, en mí, se atreve a moverse, a girar, a rodar. Nunca se pone en marcha. Nunca abre la boca sino es para morder en silencio. He sentido dolor y silencio. Sufro o estoy callada. Estar bien es ser al modo de una estatua. Sufrir es ver un color blanco corriendo hacia una catarata ardiente. O como en una película muda el tigre devorando lentamente a la muchacha. Mi asombro ante mis poemas es enorme. Como un niño que descubre que tiene una colección de sellos postales que no reunió. Y si leo, si compro libros y los devoro, no es por un placer intelectual —yo no tengo placeres, sólo tengo hambre y sed— ni por un deseo de conocimientos sino por una astucia inconsciente que recién ahora descubro: coleccionar palabras, prenderlas en mí como si ellas fueran harapos y yo un clavo, dejarlas en mi inconsciente, como quien no quiere la cosa, y despertar, en la mañana espantosa, para encontrar a mi lado un poema ya hecho. Ésta es mi proeza, éste es mi heroísmo. Cómo es posible que el silencio fructifique de esta manera, como es posible que con mi terquedad campesina lo labre tan bien y con buen éxito. No sólo doy imágenes bellas sino reflexiones y hasta anuncio deseos difíciles de expresar: me quejo, hablo, discuto, enciendo, purifico, corrompo, y todo ello con palabras que no son mías, y ni siquiera tengo demasiadas faltas gramaticales; todo sucede como si realmente fuera así, todo sucede como si yo pensara, como si yo sintiera, como si yo viviera. Y no soy más que una silenciosa, una estatua corazón-mente enferma, una huérfana sordomuda, hija de algo que se arrodilla y de alguien que cae. Sólo soy algo que está, algo que no espero que está.

24 de Marzo de 1960

Esta espera inenarrable, esta tensión de todo el ser, este viejo hábito de esperar a quien sé que no va a venir. De esto moriré, de espera oxidada, de polvo aguardador. Y cuando lleve un gran tiempo muerta, sé que mis huesos aún estarán erguidos, esperando: mis huesos serán a la manera de perros fieles, sumamente tristes cima del abandono. Y cuando recién muera, cuando inaugure mi muerte, mi ser en súbita erección restará petrificado en forma de abandonada esperadora, en forma de enamorada sin causa. Y he aquí lo que me mata, he aquí la forma de mi enfermedad, el nombre de lo que me muerde como un tigre crecido súbitamente en mi garganta, nacido de mi llamado.

Sin fecha - 1961

Es la noche, en la noche, sucede en la noche, cuando rodar, caer, lágrimas tiritando bajo los puentes cerca del agua donde fluyen casas iluminadas y seres sin cabeza y horas sin relojes y mi corazón en una pira, en una piragua letal, mi corazón disuelto en pequeños soles negros palpita y naufraga hacia donde no hay olvido. No hay olvido y el esfuerzo de ser es muy grande, el esfuerzo de vestirse de sí misma cada día y remontarse como a una ciénaga, arrastrarse como a un duro cadáver, bolsa compacta de chillidos y maldiciones y cosas muertas y puños cortados amenazando el suelo y el cielo. La vía alcohólica del cielo percute en mi cerebro iluminado como una galería de espanto en la que alguien busca con ardor. Viviera en otro mundo, viviera en algo más pequeño, sin nombre, sin lenguaje, no llamado y cuya única característica consiste en su silencio lujurioso.

8 de Marzo de 1960

Si pudiera tomar nota de mí misma todos los días sería una manera de no perderme, de enlazarme, porque es indudable que me huyo, no me escucho, me odio y si pudiera divorciar¬me de mí no lo dudaría y me iría.
El más grande misterio de mi vida es éste: ¿por qué no me suicido? En vano alegar mi pereza, mi miedo, mi olvido (se olvida de suicidarse). Tal vez por eso siento, de noche, cada noche, que me he olvidado de hacer algo, sin darme bien cuenta de qué. Cada noche me olvido de suicidarme.
Y ahora es de día y cómo voy a matarme si tengo que ir a la oficina y pensar en tantas cosas que me son ajenas como si yo fuera un perro. Hablando de perros nadie más canina que yo en las reuniones sociales. Ayer por ejemplo en lo de F. Cuando se hablaba de América y de los orígenes y de tantas curiosidades metafísicas y antropológicas... Pero yo estaba ferozmente contenta pues me di cuenta que tampoco ellos sabían nada y tal vez ahora sí se me va a ir mi hábito infantil de creer que los otros saben sobre la muerte y sobre tantas cosas que a mí sólo me dan terror y asombro.

6 de Marzo de 1961

Soñé que cantaba. Cantaba como quien encuentra su voz en la noche. Luego desperté y canté varias horas frente al espejo. Por oír mi voz danzando, flexible como una terrible maroma, he tenido mi voz plegada a mí como la cuerda de un suicida, tanto tiempo mi voz decisiva se irguió como un nido de hilos rígidos, guardada en mi garganta, en su terrible erección, en su imposibilidad de ademán, de gesto, de comunión. Canté muchas canciones y no recuerdo cuáles fueron. Sólo que hubo algo así como los primeros pasos de la que decide bailar, la paralítica despidiéndose de su inercia, la tan sentada, la siempre sentada, en su sillón con espinas, yéndose por fin, al paso de sí misma, yéndose por fin y cayendo dentro de su propio espacio.

1 de Marzo de 1961

Lo que fue es lo que menos cuenta, al menos ahora, en que el ser se aduerme, cae en el deslumbramiento de sí mismo. Como descubrir que tengo un rostro, par example. Un rostro también yo, también yo tengo un rostro como los otros, a pesar de todo y de todos.
Estoy enferma del corazón. Me dan sedantes. Al fin me he enfermado concretamente. Algo serio, algo con nombre, para mi espera inútil, para mi sinsentido congénito. Por fin bautizaron mi vacío, mi silencio, mi ademán de idiota enamorada del aire.
Hay después lo otro y lo otro, las miles de cosas cotidianas que inauguro en mí cada día, como para ser la sede central de mil actividades que adhiero torpemente a mi circunstancia vital, a mi genial aventura de nacida en este mundo. ¿Pero es que yo nací? Sí, sin duda nací; como cualquier otro ser humano nacido, he aquí que estoy enferma del corazón y me apresuro a garabatear estas notas sin sentido como afirmando alguna continuidad del ser, la existencia de un pensamiento y un lenguaje alejandrinos. Lo demás transcurre en el miedo, allí donde yo habito, en un silencio suspendido entre telarañas y una muerte precoz. Ahora más que nunca la muerte existe, y el remordimiento horrible de no haber hecho, de no hacer —pues aún es tiempo— algo por comprenderlo. Obligación formulada por una voz lejana.