Viernes 23 de Octubre de 1959

Soñé con D. A. Dessein. Tenía un atril maravilloso. Yo le decía «un viejo atril es como un vino: cuánto más viejo más delicioso». Y en verdad, me gustaba muchísimo ese atril.
Comencé a leer el diario de Cesare Pavese. Profunda sorpresa. Y miedo. Porque casi todo lo que ha escrito me parece pensado por mí. Es más: yo lo he pensado —mejor decir: sentido— y hasta he tomado notas de ello en mi diario. Me desilusiona un poco tanta semejanza y, al mismo tiempo, me siento salvada. ¿Salvada de qué? No sé. Pero de algo oscuro y viscoso. Posiblemente me refiero a la locura.
Blasón de Águila, V. Inclán.
Leí los primeros cuentos de Katherine Mansfield. Tiene un profundo sentido del ridículo, y algunos son casi tan deliciosos como los cuentos posteriores. ¿Cómo podía sentir lo cotidiano con tal intensidad?
Anoche hice planes para mi «importantísimo» futuro. Busco comprometer todas mis fuerzas en algo, en algo que me secuestre de dormir diez horas por día, de comer por hastío, de leer folletines, de sufrir junto al teléfono porque no me llaman X o Z. Traté de ponerme un plazo de cinco o diez años dedicada a una sola actividad, un solo aprendizaje. Tengo que salir de mi estado actual. ¿Actual? Hace veintitrés años ya que estoy con él. ¿Qué me hace suponer que cambiará? Y ahora que lo escribo me hago trampas. Siento que lo escribo para romper el hechizo, para que se interrumpa. Pero cinco o diez años en una tarea y después suicidarme no es un futuro desdeñable.
Cada día tartamudeo más. Pero no sé si es tartamudez. En el fondo, no quiero hablar. Así como me alimento sin querer hacerlo sino que lo hago por compulsión o por temor del vacío, así hablo, sabiendo no obstante, que debería callar.
Mi sufrimiento es el ómnibus cuando pido el boleto, mi temor de que mi voz no salga y todos los pasajeros contemplen, tentados de risa y asombrados, a ese ser monstruoso que se debate y pelea con el lenguaje.
Mi sufrimiento cuando hablo por teléfono y no me surge la fórmula de despedida «adiós» o «hasta luego» sino una serie de estertores ininteligibles que anulan todo lo que dije precedentemente y transforman mi conversación anterior en una broma, en un simulacro o, tal vez, como alguien que pensó que hablaba con un ser humano y descubre, por un detalle final imprevisto, que no es un ser humano sino algo extraño, ambiguo, no poco repugnante en su misterio.
Peor sería si fuera muda. (Ahora me entró el terror de enmudecer.)

14 de Octubre de 1959

¿Por qué no ir en marzo a París? En un barco de carga. Con O. y M. Me parece inaudito no perecer ahogada si vamos en un barco de carga. Pero con ellas no tendría miedo. (Presiento que yo moriré ahogada. O mi miedo hará, tal vez, que mi presentimiento se cumpla).
Estoy muy animada con la idea de ir en un barco de carga. Es injusto trabajar tanto para un pasaje. Lo esencial es ir gratis.

Jueves 8 de Octubre de 1959

Moira, de Julien Green. Siempre, tanto en sus novelas como en su diario, Green me impresiona como un ser que escribe con silencios, no con palabras. Creo que es el novelista que más amo.

6 de Octubre de 1959

Vi de nuevo La sed. Salí del cine transformada en una estatua. No más sentir. No más luchar. Un perfume a fin de mundo me rodeaba como un halo. La muerte se me apareció como la única salvación. Pero no se trata de salvarse sino de terminar lo antes posible.
Hoy he leído Le voyage sur la terre, de Green. Lo comencé despacio pero después tuve que apurarme porque estallaba de angustia y sólo quería saber más y más de esta historia. La película y el libro me han arrastrado a un urgente deseo de morir. Pero ahora llueve. Y me dejo seducir por la dulzura de la lluvia. Yo moriré bajo el sol. El enemigo.
La homosexual de La sed. Sus ojos, en la escena de su encuentro con la mujer histérica, tenían un brillo tan mítico, una fijeza tan terrible, que hubiera querido levantarme e introducirme en la pantalla. Una mujer así no es homosexual, no es nada. Es de otro mundo. Por eso aún vibro y me disuelvo de deseos de encontrarla. (Posiblemente esta noche fantasee con ella muchas horas).
No tendré que esperar a la noche. Ya siento las señales familiares: un fuego en la casa del corazón. Un yacer sorda, ciega y despreocupada respecto del tiempo y del espacio en que estoy. Me siento protegida. Los seres mágicos —aquellos a los que les atribuyo magia— me hacen vivir. Los demás son «fantasmas trémulos recorridos de cólicos». Hasta hoy, ¿cuántos seres «mágicos» he conocido? La señora vieja y la joven, de negro ambas, que pasaban junto a mí todas las mañanas. La casa que habitaban —cercana a la mía— era el castillo encantado. Años después, la profesora de física, el profesor de historia, Lilia Deniselle y por último, Ostrov. Olvidaba a Greta Garbo, a Edwige Feuillére en Le ble en herbé y a la esfinge de La sed. Creo que se llama Eva Herring. Olvidaba también a la Virgen María y a Picasso. También la muchacha que juega con una mano en Le chien andalou.
Hay, además, instantes fugacísimos en que un ser exhaló magia: ciertas cartas de Clara, Jackie cantando canciones francesas, Juliette Greco en una canción que no recuerdo, Olga cuando se arrodilló a buscar algo y yo sentí su perfume y vi sus ojos y temblé, pero al instante ya se había pasado. No obstante, el más perfecto ha sido Ostrov. Y cierta mirada de Greta Garbo.
Debo agregar el retrato de Beatrice en la habitación de Elenita.
Ahora que detallé a estos seres o instantes. ¡Es tan poco! ¡Tan nada! ¿Y para esto he vivido tantos años? Porque lo demás no existe, jamás ha existido para mí. Pero ¿qué tienen estos seres, estas voces, que así me atraen o me han atraído? ¿Por qué me llenan de suspenso y de misterio? ¿Es sólo un oscuro presentimiento relacionado con mi presunta carencia de ternura materna? Yo sólo sería feliz en un mundo de esfinges. Sin palabras. Sólo la música, el vino, y los ojos más intensos del universo contemplándome.

5 de Octubre de 1959

No sé si quiero ir a Francia. Creo que no. ¿Qué haría allí? Probablemente haría planes para mi retorno. No obstante, debo ir. Ahora o nunca.
Me angustiaría vivir con mi familia. Lo ideal sería vivir sola, mágicamente sola.
Poemas de Milosz en la nueva traducción de Galtier. Desilusión. Hasta ahora, el mejor poema es «La berlina detenida en la noche». Y ello, porque carece de dos defectos esenciales para M.: exceso de invocaciones y decir cosas metafísicas por medio de conceptos.
Mi lucha por leer despacio y bien, por no devorar, avaler, los libros. O por desbrozar en la selva de las imágenes que me pueblan y hallar un claro por el que pueda penetrarme algo proveniente del exterior, un poema, una voz.
Murió Juvenal Ortiz Saralegui. Una hora antes de saber de su muerte pensé en mi infidelidad a la promesa de escribirle, y me prometí hacerlo. No obstante, confiaba en que pasara algo que me permitiera huir de este compromiso. Bueno, ya pasó. ¿Estás contenta, ma petite Alexandra? «Qa m'est égal». Si por mí fuera se pueden morir todos. Lo esencial es que yo «tome té». Merde alors!
Releí mi último libro. Hay poemas tan malos, tan horriblemente malos que jamás hubiera creído que pueden ser míos. ¿En qué demonios pensaba cuando no los rompí?
Huyo de lo esencial. Estoy enferma. Desintegrada. Agotada. Casi loca, o tal vez completamente. No cuento con casi nada o nada —¿qué defensas usar ante la gran evidencia?—. Ahora bien: ¿qué hago conmigo? ¿Qué haré conmigo? Voy a Francia o me quedo aquí. Estudio pintura o sigo con los poemas. O ambos. No. Ambos no. Le laurean est lent.
De a uno. Despacio. Siempre haré poemas. Miento. No me conmuevo. En el fondo no respeto nada. Soy de las que ponen bigotes a la Gioconda. La poesía. La poesía. Mi único amor es el sexo. Mi único deseo ser puta. O no serlo. Pero legiones de hombres. Y si quieren, vengan las mujeres y los niños. Particularmente niños y niñas de doce años. Alejandra Nabokov. (Pero es que yo tengo doce años...)
Lo del sexo es otra mentira. Un instante de onanismo, nada más. La gente debería masturbarse. Amarse platónicamente y masturbarse. Así sería el reino de la poesía. Fornicar sería como rascarse. Hasta podría ser público. La chair est triste. Y en verdad, mucho mejor si no hubiera sexo. Sin deseos, sin anhelos, un flotar, un deslizarse, sin sed sin hambre. El vientre materno.

Domingo 6 de Septiembre de 1959

Katherine Mansfield y V. Woolf. Vitalmente, o mortalmente, me siento más cerca de la primera. Dada mi situación y educación, jamás comprenderé, creo, la vida de una aristócrata inglesa. No obstante, he comprobado que mis poemas son más profundamente sentidos y vividos por personas de —digamos— clases altas que por las demás. Lo que sucede es que yo, como judía, no me considero de ninguna clase. Y jamás comprendería a quien despreciara mi origen. Es más: creo estar orgullosa de él. (Esto se relaciona con fantasías infantiles.)
He pensado que comenzaré a escribir de 10 a 13 h (hoy me levanté a las 10.30 h).

Si sólo fuese menos oral. Un poco menos de complejos orales. Imposible estar una hora sin un cigarrillo, una uña o alimentos, en mi boca. Cada día fumo más. Y ciegamente.
Ayer vino Susana. Hicimos juntas un artículo obscuro sobre un poema de Estrella Gutiérrez. Nos divertimos mucho. Yo, no obstante, no me atrevía a mirarla a los ojos. Parecíamos dos niñas jugando.

3 de Septiembre de 1959

Las horas han volado. Las hice volar. El ensayo de Picón. Si yo tuviera una mesa cómoda trabajaría más (pero si me voy a París).
No quiero consignar mi estado mental. He hojeado las obras de Artaud y me contuve de gritar: describe muchas cosas que yo siento —en esencia: ese silencio amenazador, esa sensación de inexistencia, el vacío interno, la lucha por transmutar en lenguaje lo que sólo es ausencia o aullido—; y también habla de los períodos de tartamudez: la lengua rígida, la asfixia. Y también he hojeado un ensayo de Jung. Y tuve miedo de estar loca. Es más: me desilusioné. Porque si yo estoy loca, ¿por qué me pliego a las convenciones? ¿Por qué no me cubre la inconsciencia, el frenesí, el delirio? Y si no estoy loca, ¿por qué hay este silencio en mí, esta tensión interrumpida ocasionalmente por la angustia, la ansiedad y el llanto?
Envidio profundamente a Virginia Wolf.
La mente humana es un misterio.

Domingo, 30 de Agosto de 1959

Lectura de Góngora: bastante penosa. No entiendo la mitad de las alusiones a la mitología. Pero estoy cediendo a la magia de su lenguaje. Después de diez o quince lecturas más me será claro y accesible.
Leer la Biblia.
Góngora: primera lectura.
Escena del joven embebido en la encina mientras las zagalas, paridas por las montañas, cantan y bailan. La dificultad de G. (una de las tantas) es la supresión de referencias de las imágenes. No dice que «esto» es como «aquellos» sino que menciona directamente el «aquello». Su sensibilidad de «gigante de cristal».

18 de Julio, Sábado de 1959

Me avergüenza escribir un diario. Preferiría que fuese una novela. Estoy confusa. Lo de siempre. Siento que no quiero nada y me siento culpable de ello. No quiero vivir de pie, o no puedo; quiero dormir. Estoy ciega para la realidad y para los otros. Ésta es la conclusión definitiva. Sé que Dios no existe (es un problema que no me interesa), no hay vida futura, no hay nada, no me prohibo nada, y, no obstante, no hago nada. Es mi única posibilidad de vivir. Una vez, no más. Y no obstante, no hago nada.

29 de Junio, domingo de 1959

Investigación y búsqueda de la poesía. Comienzo con Góngora.
Dostoievski: leer repetidas veces Los hermanos Karamazov: su equivalencia con el psicoanálisis

24 de Junio de 1959

Yo debiera pintar. La literatura es tiempo. La pintura es espacio. Y yo odio el tiempo y querría abolido. Pero ni la pintura. Hablo de poder expresarme en un arte que fuera como un aullido en lo oscuro, terriblemente breve e intenso como la muerte.

18 de Junio de 1959

He abandonado todos los estudios. Trabajo. No me gusta trabajar. No quiero nada. Quiero morir. He aquí, etc. etc.
«Estás enamorada de la muerte», dijo Roberto. Yo me ruboricé.
Siempre. Siempre. Bella palabra.

20 de Mayo de 1959

El sábado me operaron. Un ataque de apendicitis agudo. Me dolió horriblemente. Yo no estaba preparada para un dolor tan grande. Pero lo sobrellevé bien, demasiado bien tal vez. El cirujano, mientras me operaba, comentó «lo sufrida que es esta chica». En verdad, me siento capaz de sobrellevar pacientemente grandes sufrimientos físicos. (Pensar en mi paciencia —física— y en mi impaciencia íntima.) Aún estoy débil. La prohibición de fumar me anonada. Descubro qué imprescindible es en mi vida el cigarrillo. El deseo de fumar crece después de [tachado]. Entonces añoro el humo, el gusto agrio, triste, soledoso y promisorio del cigarrillo del cigarrillo. Y más lo añoro aún cuando siento [tachado] que sólo podría ser velada por el humo. No obstante, trataré de comer lo menos posible: estoy muy asustada por las complicaciones —la operación y demás— que ha traído mi alimentación des¬ructora de estos últimos meses.

9 de Mayo de 1959

Lady Macbeth lavándose las manos... Sorprendente en Macbeth cómo todos pasan del deseo a la acción. Ese cuidado de no frustrarse. Como si ello fuera lo natural, lo esperado, cuando en verdad, debiera ser lo opuesto el hecho natural. Además si las brujas hubieran predicho circunstancias desdichadas, M. no hubiera actuado para concretarlas. Las brujas son, en esta obra, horriblemente seductoras. Son el inconsciente, la voz infantil que lo quiere todo y ahora. La locura es obedecerla. Macbeth hubiera tenido que suspirar de nostalgia o, en nuestros días, hacerse psicoanalizar.

8 de Marzo de 1959

Recién terminé de leer Un cuento propio de V. Woolf. S. De Beauvoir ha tomado mucho de allí para su Segundo Sexo. V. W. es sencillamente adorable. Pero la siento un poco vieja, como del siglo pasado. Estuve pensando sobre las quinientas libras al año y el cuarto propio. Yo tengo un cuarto propio, no tengo dificultades económicas apremiantes, gozo de libertad para ir adonde yo quiera. No obstante, soy el ser menos libre. En verdad exagero: la posibilidad de una experiencia rica y vasta está hoy tan vedada como lo estuvo siempre. No me puedo ir al puente a mirar los barcos por la noche, etc., etc. Pero mi carencia de libertad es debido a mi no asunción de la realidad. Nada es objeto de mi interpretación ni de mi examen, salvo cuando declaro que no vale la pena. Pero hay una cosa: basta de reglas éticas. Hay que entrar. (He aquí otra regla ética.)

5 de Marzo de 1959

Como si hubiera tomado mescalina. Quiero irme a Europa. Y también estudiar aquí. El 11 me voy al Uruguay. Si no adelgazo no iré a ver a Clara ni a Orestes. Qué responsabilidad la mía tener que ofrecerle a Clara un rostro que coincida lo más posible con mis retratos, con los cuales poco o casi nada tengo en común.

Estoy intranquila. Horriblemente nerviosa. ¿Y para qué? Ah, E. me hace existir cuando me cuenta sus aventuras. Tal vez por lo que me dijo hoy estoy trastornada. ¿Por qué soy tan falsa, aun en la soledad, aun en el mí misma?

3 de Marzo de 1959

Despertar angustiado. La soledad se dio cuenta y ahora duele. Me presentaré a las becas del Fondo de las Artes. Sólo que no debo tener ninguna esperanza.

2 de Marzo de 1959

Estoy leyendo por tercera vez El retrato del artista de Joyce. Amo la relectura. Qué libro delicadísimo éste. Y como mi sangre corrobora el proceso de Stephen. Sólo que Stephen es sano y puro. Quiere aprender, no exhibirse como yo.

20 de Febrero de 1959

Despierto mejor. Dormí toda la noche abrazada a la almohada.
Pensando en ir a Europa. Quiero y no quiero. Quisiera ir y ver cosas bellas, aunque sólo fuera un cielo puro y grande. No es justo que yo muera habiendo probado lo horrible, solamente lo triste y angustioso.
Ayer hice un poema que no me disgustó.
Pienso que nadie menos neurótico que don Quijote. Es equilibrado y dulce como un niño. Sólo que al revés. Sería neurótico si oscilara entre creer que son molinos de viento u otra cosa. Y sería más neurótico aún si tuviera miedo de esta oscilación. Me gusta mucho cuando sale por vez primera de su casa, al alba, y ve qué fácil es pasar del deseo a la acción.

19 de Febrero de 1959

Ayer he roto alrededor de cien poemas y prosas. He quedado asombrada de mi falta de calidad poética, mis gritos, mi exasperación. Hay que empezar de nuevo. Además, quedan doscientos poemas más que seguramente romperé.
He leído un cuento de Brentano que no me impresionó mucho debido a su problema: el bien, el mal. Una imagen me subyugó: el joven mata un pájaro y con su sangre escribe canciones en el libro sagrado del espíritu de las aguas.
También leí, y muy mal —atropellándome—, algunos poemas de Hölderlin. Algunas veces parece un oráculo.
He comenzado Cervantes: Don Quijote. Lectura desapasionada y fría, por ahora.
También una Historia de la literatura alemana de H. Rohl. Bastante estúpida por cierto.

17 de Febrero de 1959

He pasado una mala noche. Ayer robé La Chartreusse de Parme del Instituto de Lit. Francesa. Lo hice —no sé por qué, pero me gustó hacerlo—. Es una forma de pedir, ya que nadie me da nada. «Je vous arracherai en tonnes ce que vous m'avez refusez en grammesl» No siento la menor culpa.
He decidido encerrarme a estudiar y trabajar. Ayer hojeé en la biblioteca la correspondencia de Pound. Lo primero, dice, hacerse de un instrumento para trabajar. Tengo que dejar de leer los autores prescindibles, aquellos que por ahora no me ayudan. Ayer no hice nada. Estuve en el infierno. Los otros son mi infierno. El más grande. Engordé mucho. Ya no debo angustiarme. No hay remedio. Es un círculo vicioso. Para no comer necesito estar contenta. No puedo estar contenta si estoy gorda.

16 de Febrero de 1959

No daré el examen. Hoy he salido y ahora estoy nuevamente vencida. Me encontré con L. Todos proyectan libros, antologías, se mueven en grupos, están fuertes. Yo pienso en mí: soy una estudiante. No quiero actuar hasta no saber qué quiero. Por otra parte, quiero ser indiferente al exhibicionismo literario.
Comenzaré El Quijote.
He dicho que estoy vencida: sí, he salido, visto muchachas hermosas. No hay excusa posible. Una mujer tiene que ser hermosa. Y yo soy fea. Esto me duele más de lo que yo creo. Tal vez por eso piense que jamás me amarán. ¿Estoy errada? No.

11 de Febrero de 1959

Ayer escribí un poema. Mi poesía, ahora, es anémica. No tengo potencia poética y si aparecen rastros de ella queda paralizada por mi temor. En el fondo, quiero escribir la novela. No la escribo porque antes quiero leer mucho. ¿Qué he leído ayer? Dos poemas de Neruda y una fábula de La Fontaine. A este paso la escribiré a los ochenta años.
Es inconcebible cómo se renuncia inconscientemente a todo. Yo, sin darme cuenta, he renunciado a la fama, al matrimonio, a los viajes, a la amistad. Ello no significa que los rechazaría sino que ya no se presentan a mi conciencia como cosas probables o aspiraciones.
No se puede amar en la realidad. No obstante, hay tantas neuróticas enamoradas.

21.30 h. Muero de cansancio. He buscado cinco mil palabras en el diccionario. Pensando en la novela. Temo que sea una excusa para mi exhibicionismo y que, en el fondo, no haya más que el deseo de ser conocida y celebrada. No estoy segura de esto. Pero lucharé contra toda forma de exhibicionismo. Es que ¡oh señor! yo no soy una muchacha: soy un muestrario de los pecados capitales.

8 de Febrero de 1959

Una poesía que diga lo indecible —un silencio—. Una página en blanco.

2 de Febrero de 1959

Duermo mal. Algo me urge y al mismo tiempo algo me estanca. Ganas de lanzarme y de quedarme clavada. Interés e indiferencia. He temido la locura. Estoy también segura —o calmada— respecto de mi fortaleza mental. Pensé en el amor. Esperanza y desesperanza. Superficial y profunda. Ángel y demonio. Genio e idiotez. No puedo morirme, me disperso, me ilusiono, me desespero. Estoy y no estoy en el mundo. Quiero y no quiero. Pensé mucho tiempo en el escribir y quiero aprender. Presiento un lenguaje mío, un estilo que no se dio nunca, porque será mío. A la casa de él, entonces. Quiero escribir en prosa. Hoy llamé a O. Me alteró su voz. No quiero analizarme. Mi única salvación es comenzar a pensar, es decir, interesarme por objetos concretos. Basta de absolutos, basta de la nada.
No creo aún en mi muerte. Por eso soy una niña.
Mi imagen de la felicidad es un dedicarse al estudio, un escribir. Y amar. No puedo amar. No amo a nadie. Pero lo quisiera. Quiero amar a un hombre. Creo que no será posible debido a mi imposibilidad de amar. 1) No veo a los otros sino que me reflejo en ellos, recojo en ellos mi imagen. 2) Sólo me siento a mí, es decir, a mi [tachado]. 3) Ningún ser me da la medida del misterio que yo busco desesperadamente. Y cuando siento ese misterio es porque ese ser me niega (caso O. cuando lo conocí). Hay otros motivos: mis complejos de inferioridad: creer que nadie se hará cargo de mí por el amor. Esto es erróneo. Podría ser un amor equivalente en el que nadie se hace cargo de nadie sino que hay dos compañeros, dos que se aman y se sostienen mutuamente. Pero mi infantilismo, mi horrible anhelo de padres, mi deseo de ampararme en otro y que me ame como a una niña enferma. Por otra parte, soy tan ficticia que mi aspecto desmiente cualquier deseo mío de protección. Nadie como yo tiene una apariencia tan sólida y fuerte.

15 de Enero de 1959

Tal vez esté enloqueciendo. Porque lo deseo, lo deseo tanto como la muerte. Cierro los ojos y sueño la locura. Un estar para siempre con los fantasmas amados, llámense paraíso, vientre materno, o lo que el demonio quiera. «Loin! Loin de l'immonde cité! Lejos de las ciudades en que se compra y se vende.» Allí, una niña llamada Alejandra, aprendería a sonreír con menos amargura.
He pensado: ¿por qué desear la huida de mis angustias? Aceptar la fatalidad de algunos seres. Yo he nacido para sufrir. Esto es sencillo. Duele.
Quiero estudiar, quiero aprender, quiero escribir. Tengo veintidós años. No sé nada. Nada fundamental. No sé lo que debería haber aprendido hace muchos años. Nadie me enseñó nada. Sé, en cambio, lo que debería saber mucho después. De allí que me sienta anciana y niña al mismo tiempo.

6 de Enero de 1959

He soñado que vivía a principios del siglo. Me extrañó mi «conocimiento» de ciertas costumbres.

3 de Enero de 1959

He dejado el psicoanálisis. No sé por cuánto tiempo. Estoy muy mal. No sé si neurótica, no me importa. Sólo siento un abandono absoluto. Una soledad absoluta. Me siento muy pequeña, muy niña. Y me van abandonando todos. Absolutamente todos. Mi soledad, ahora, está hecha de quimeras amorosas, de alucinaciones ... Sueño con una infancia que no tuve, y me reveo feliz —yo, que jamás lo fui—. Cuando salgo de estos ensueños estoy anulada para la realidad externa y actual. Jamás hubo tanta distancia entre mi sueño y mi acción. No salgo, no llamo a nadie. Cumplo una extraña penitencia. Y me duele funestamente el corazón. Tanta soledad. Tanto deseo. Y la familia rondándome, pesándome con su horrible carga de problemas cotidianos. Pero no los veo. Es como si no existieran. Siento, cuando se me acercan, una aproximación de sombras fastidiosas. En verdad, casi todos los seres me fastidian. Quiero llorar. Lo hago. Lloro porque no hay seres mágicos. Mi ser no tiembla ante ningún nombre ni ninguna mirada. Todo es pobre y sin sentido. No digamos que yo soy culpable de ello. No hablemos de culpables.
He pensado en la locura. He llorado rogando al cielo que me permitan enloquecer. No salir nunca de los ensueños. Ésta es mi imagen del paraíso. Por lo demás, no escribo casi nada.
Hay sin embargo, un anhelo de equilibrio. Un anhelo de hacer algo con mi soledad. Una soledad orgullosa, industriosa y fuerte. Es decir: estudiar, escribir y distraerme. Todo esto sola. Indiferente a todo y a todos.