Sábado 24 de Diciembre, 9hs. 1960

Lo de ayer me deja asombrada, me deja en harapos. Lo peor de todo es esta comprensión a medias de lo que sucede en mí y de lo que sucede en todo y en todos. Así cuando lloraba, recordé súbitamente a Olga, sus terrores nocturnos, su miedo a la muerte, su sufrimiento increíble, es decir, difícil de creer, de ser creído, porque también ella no parecía sufrir en forma pura, sufrir por sufrir, sino que era como si sufriera para alguien, para apiadar a alguien, para excitar el amor de alguien. Y me dije que no hay para quién llorar, no hay para quién sufrir. A quién demostrar que se sufre, ¿a los demás, a los otros? ¿Es que los demás no sufren? ¿Es que será un sentimiento religioso? Lo que pasa es que cada vez que descubro algo, algo terrible y peligroso, necesito comprobarlo con mi sufrimiento. Quiero decir, por haber descubierto que no hay dios necesito castigarme. O por cualquier otra cosa. Todo es bueno para destruirme. Pero no quiero caer en el convencionalismo psicoanalítico. Si lloro porque sufro, si quiero vivir, si hago un esfuerzo por salir de este estado lamentable, es que no quiero sufrir. Con decir que soy masoquista no resuelvo nada. Si gozo en el sufrimiento (pero es que gozo, pero ¿por qué protesto y grito tanto?) no es posible entonces que haga todo lo posible e imposible por salir de mi depresión. Hace años que estoy protestando y quejándome por mis angustias, en diarios, en poemas, en conversaciones con amigos y enemigos, en el psicoanálisis.
A veces me pregunto si mi enorme sufrimiento no es una defensa contra el hastío. Cuando sufro no me aburro, cuando sufro vivo intensamente y mi vida es interesante, llena de emociones y peripecias. En verdad, sólo vivo cuando sufro, es mi manera de vivir. Pero algo en mí no quiere sufrir. Algo quisiera observar y callar, analizar y tomar nota. (La novelista que llevo dentro, y que cuándo pero cuándo se va a decidir a escribir.) La consideración de mi vida me da vértigos. Me veo en el pasado, me imagino en el futuro, y todo comienza a girar, y todo es demasiado grande, inabarcable, mi vida es demasiado grande para mí; tal vez yo no me merezco, tal vez yo soy demasiado pobre para poder aceptar y contener todo lo que he vivido y sufrido. (Esta sensación de escisión de mi ser me aterroriza. Es constante.) Una sola cosa sé: mi problema esencial es con la gente, con los otros. Y todo es muy sencillo: si los otros me sonríen soy feliz. Si me miran con hostilidad sufro como un personaje de tragedia griega. Pero no es tan simple: también hay una que soy yo a la que le importa absolutamente nada los otros, hay alguien que se encoge de hombros ante los otros y lo que puedan y lo que puedan pensar o hacer.

Jueves 22 de Diciembre de 1960

Me miré en el espejo y tengo miedo. Después de mucho tiempo logré encontrar mi perfil derecho tal cual es en mi mente, es decir, infantil. Cuanto al izquierdo, me horroriza. Perfil de plañidera judía. Todo lo que execro está en mi rostro visto por la izquierda. Y no obstante, a partir del cuello, quiero decir, del cuello a la cintura, amo más mi derecha, lo que no sucede de la cintura para abajo. Todo esto me angustia porque es inexplicable. Pero yo sé a qué me refiero.

Miércoles 21 de Diciembre de 1960

Despierto sonriendo después de una noche infernal. ¿Cómo entenderlo? Anoche releí mis poemas y me dije que no valen nada.
Anoche tomé agua hasta las tres de la mañana. Estaba un poco ebria y lloraba. Me pedía agua a mí misma, como si yo fuese mi madre: «Dame agua. En todas mis vidas tuve sed. Tengo miedo y quiero agua». Yo me daba a beber con asco, como a un animal extraño que me condenaron a saciar.
Tengo miedo. Dónde dejarme.
El día de ayer —la noche de ayer— me deja extrañada y sin saber qué hacer. Esos días infernales se repiten. El miércoles, ayer, días en que tengo una conciencia absoluta de mi imposibilidad de vivir. No puedo psicoanalizarme. No hay qué analizar. Simplemente me niego —alguien en mí se niega— a vivir. No obstante, hoy que estoy más serena me doy cuenta que hay algo fundamental que tengo que saber. «Desgarra el vuelo», dice la voz. Detrás hay algo que me hablará, antes de que muera.

Martes 8 h de la mañana de 1960

Anoche pensé qué medios usaré para suicidarme.
Hoy, al despertar, retornó a mí una canción judía que me apasionaba a los ocho o nueve años. La tarareaba y cantaba sin considerar su texto. Hoy volvió y supe que lo que más me había conmovido era esto: «Adonde iré. Golpeo cada puerta y cada puerta está cerrada». Me sobresalté y me dije si mi sufrimiento no proviene de algo anterior a mis padres. Instantáneamente pensé en el hermetismo que no conozco y en la Cabala, que tampoco. Todo esto es muy raro y lamento, más que nunca, mi adolescencia psicoanalítica. El psicoanálisis me ha hecho racional y desconfiada respecto de las cosas que deberían serme naturales como milagros, significados mágicos, etc.
Todas las puertas están cerradas. Este deseo de creer en el mundo externo me enloquece más que mi alejamiento casi absoluto. Ahora (desde hace un mes) no puedo refugiarme en la imaginación. En nada puedo refugiarme.
Por la noche.
Lo mejor es dormir. El sueño bruto. Aún me niego. Qué se yo de las palabras. Esto que digo no es un juego, no es una imagen.

Domingo 18 de Diciembre de 1960

Noche crucial, noche en su noche. Mi noche. Mi importancia. Mí misma. La asfixiada ama la ausencia del aire. Memorias de una náufraga. Sueños de náufraga. Qué puede soñar una náufraga sino que acaricia las arenas de la orilla. Tengo miedo. Hoy me levanté con ganas de escribir y no lo hice porque: ¿En dónde vas a poner tantos papeles? La pieza es pequeña. ¿Por que llenarías hojas y hojas si después el desorden crece, el número de papeles crece?

Viernes, 16 de Diciembre de 1960

La locura. Ella ronda.
Ayer no se me ocurrió nada mejor que odiar a la empleada de la Prefecture de Pólice. Consecuencia: problemas con la carte de séjour. Lo que no comprendo es cómo mi eterno miedo no me ayudó, por qué le hablé con tanta insolencia. Pero me sentía como una princesa en el exilio y no quería saber nada de que me interrogasen.
Aún estoy dolida y deshecha por lo que pasó en mi persecución frustrada de M.