Una muchacha mordida y un aullido que quiere trascenderse y ser lo más universal posible
7 de Diciembre de 1961
Otra mañana perdida en dar tributo a la infancia que no tuve. Obligarme a amar sombras como si al no haber sombras se cortara inexplicablemente mi leve conexión con la susodicha realidad.
Propiedad tan mía de anonadar esto que miro y esto que leo y esto que todo: lo viviente se atemoriza ante mi mirada de sonámbula y se vuelve inerte, rígido.
Mi pequeño cuarto poseído por la perdición. Todo lo que se cae al suelo desaparece: el paquete de cigarrillos, los zapatos, los poemas, la ropa, como si yo viviera sobre una gran boca que se abre cuando me descuido.
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