Sábado 27 de Agosto de 1955

24.00h.
Terminé el librito de Huidobro. Estoy semiinconsciente. Es bellísimo. La profusión de imágenes me ha dejado cansada y débil. ¡Qué pureza! ¡Eso es poesía! ¡Eso es desflorar el papel en el sentido más dramático! Cierro los ojos. Tristeza profunda dentro de mi alegría. Sí. Alegría de haber encontrado a Huidobro, otro agonizante. Otro amante compañero de mi soledad. ¡Él sí que sufrió del sentimiento trágico de la vida! Siento que me duele la sensibilidad. Siento que desaparecieron mis órganos, visceras, sangre, etc. Y únicamente hay cuerdas de colores que permanecen tensas. A ratos, alguien las tañe y ellas se mueven eléctricamente nerviosas y producen un sonido chirriante.

Me identifico con Huidobro en su relación con los objetos, en ese percibir de su vitalidad. Es como cuando yo decía que siento que cada objeto me grita.

No sé por qué causa al leer: «Cuando el cielo trae de la mano una tempestad... Hurra molino girando en la memoria» sentí unos desesperantes deseos de llorar. Me conmueve profundamente ese «hurra» tan hermanado, tan bondadoso, tan resignado. ¡Pobre molino que siempre da vueltas y vueltas! ¡Claro! Así es la vida. Gira y gira. Y Huidobro lo sabe, y le da ánimos al molino.

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