11 de Noviembre de 1955

No quiero ver a nadie. Necesito soledad. Desearía estar en un lugar desolado, o en una clínica. Dormir bien, tener un florero con violetas frescas, fumar poco y beber limonada.
No llorar ni reír. Tomar en serio mis apuntes y mis libros. ¡Oh, cómo deseo vivir solamente para escribir!

No sé por qué estúpida idea se me ocurre que cuando tenga la máquina de escribir, mis novelas «saldrán solas».

K. Mansfíeld dice: «No vivo más que para escribir». «La gente no me importa. La idea de la gloria y del éxito no es nada, menos que nada.» Luego, escribe una novela y la envía al día siguiente para ser publicada.

Acabo de recibir una carta de A. R. en la que me dice, hones tamente, que no entiende mis versos. Me ruega que se los explique. Sonrío tristemente. Y a mí, ¿quién me los puede explicar? No sé de dónde han surgido, ni cómo. Han sido momentos aislados y mágicos, que me raptaron de estos odiados tiempo y espacio, y me sentaron en una nebulosa de arena sobre la que escribí lo que un ángel, un poco travieso, quiso dictarme.
Pero ¿cómo decirle a A. R. que no he sido yo la tutora (o la culpable) de esas palabras inhumanas? Rilke decía: «La mayor parte de los acontecimientos son indecibles».

Dos horas después.

He terminado de leer el diario de K. M.
Me pregunto una sola cosa: ¿tengo vocación literaria?

Respuesta:
Temo que mis deseos de escribir no sean más que medios para conseguir el fin anhelado éxito, gloria, fe en mí.
También pueden ser excusas, ya que no estudio «en serio», ya que no actúo «en serio», ya que no vivo «en serio».

Puede ser también, que, dada mi escasa facilidad de expresión oral, apele al papel para no atragantarme, para escupir el Riego de mis angustias. Por eso, quizá, amo tanto estos cuadernillos de quejas, cuyo valor es exclusivamente psicológico, pero nunca literario.

He leído dos cuentos de Apollínaire, llenos de gracia y encanto y de esa dulce fantasía traviesa que jamás he encontrado en ningún otro escritor.

Luego, comencé un libro de Bioy Casares. Escribe muy bien. Pero hay algo que falla. Aún no he descubierto qué es. Quizá no lo encuentre, pero es una vaga sensación de falta de plenitud.

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