28 de Septiembre de 1954

Una joven pregunta malhumorada: ¿Es que no puede llo­ver sin tronar?
Eternidad = humo gris azulado // Sensación de retorno infinito. Nombre grabado en las hojas de los árboles // Escenografía pletórica de niebla // Nave solitaria hundiéndose en la lejanía // Dante, Shakespeare, Goethe, Bach, Goya.
¿Quién me enseñó el nombre de Shakespeare? Nadie. Nací con este nombre grabado a priori en mi nebulosa, ¡«Esto» es eternidad!
La mayor parte de la población israelita rehusaba considerar sus derrotas como actos provenientes de la ira de Yahvé, rehusaba fructificar esos fracasos y soportarlos como necesarios para re­conciliarse con Yahvé y para llegar a la salvación final. ¡No!
Era mucho más cómodo para ellos atribuir la desdicha a un accidente o a una negligencia, fácilmente reparable por medio de un sacrificio. Muy pocos aceptaban auténticamente (hecho que ocurrió también en muchos cristianos).
«El hombre quiere trascender definitivamente su condición de existente.»
Elevo los brazos y caigo en el vacío. ¿Qué hacer? ¿Qué vivir? ¿Cuánto? ¿Cómo? ¿Dónde? Y... ¿Por qué?
¡ Riiing!
Bajo fastidiada. Una humilde mujer ha tocado el timbre. Viene a ofrecerse como sirviente. La miro: morena, mal vestida, grosera, con una horrible voz agudizada por el hambre (qui­zás). Le hablo. Para mí, su imagen no es más que una experien­cia, es un «modelo» de la clase que representa. Nuestra con­versación merece de mi parte la consideración de un juego empírico. Y, ¿cómo será para ella? ¡Ah! Es algo muy serio. Acá se debate su trabajar o no; su vivir o no; su subsistir o no... Creo que no fue posible hallar un golpe más brusco para mi angustia trascendental.
De pronto, siento náuseas de mi resignación de ser-para-la-muerte. ¡No! ¡Quiero liberarme! ¡Quiero vivir!
Alejandra: recuerda. Recuerda bien todo lo que has oído. Primeramente, debes aprender a separar el sueño de la vigilia. Recuérdalo, y no piensen que «estás desnuda o llevas un tra­je de vidrio».

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