1 de Mayo de 1958

Mis lecturas tan lentas. El día despacioso en el que yací muchas horas, vacía, como una muerta con alas. No ha sido muy desdichado, pero he descubierto que cuando no estoy angustiada, no soy. Es como si la vida se me anunciara a golpes y no de ninguna otra manera. Si no fuera por el dolor mi mundo interior equivaldría al de cualquier muchacha de esas que bostezan en los colectivos, a la mañana, ataviadas para sus empleos en oficinas. Con todo derecho yo puedo hablar del «dolor de estar viva».
No escribo poemas. Tengo miedo. Sé que debo esperar, sé que me aguarda un gran poema. ¿Sabré reconocer el instante sagrado? Sí, cerraré los ojos y me dejaré guiar por «la dama del sendero hacia nunca».
Me fastidia un poco el diario de Du Bos, pero por motivos independientes de él, es decir, porque habla de autores que conozco sólo de nombre. ¿Qué sentido tiene leer interpretaciones sobre sus obras? Y hablando de leer, he llorado recordando los libros que leí en mi infancia y adolescencia. Jamás podré recobrar u olvidar esas millares de tardes y de noches empleadas en lecturas desagradables, decadentes, con vocación destructora, lecturas que el último ser humano desecharía. Pero seguramente exagero, exagero porque jamás nadie me ha llevado de la mano a sitio alguno. Ni cultura, ni religión, ni moral fueron moradas a las que me condujeron. Hasta sospecho que las eludieron deliberadamente con el fin de arrastrarme con violencia criminal a esa horrenda zona vegetativa habitada por una especie nociva: los pequeños burgueses. Pero no puedo quejarme. Tal vez la vida, en su sabiduría, recordó mi vocación de llanto, recordó la estrecha relación angustia-vida que existe en mí.

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