6 de Octubre de 1959

Vi de nuevo La sed. Salí del cine transformada en una estatua. No más sentir. No más luchar. Un perfume a fin de mundo me rodeaba como un halo. La muerte se me apareció como la única salvación. Pero no se trata de salvarse sino de terminar lo antes posible.
Hoy he leído Le voyage sur la terre, de Green. Lo comencé despacio pero después tuve que apurarme porque estallaba de angustia y sólo quería saber más y más de esta historia. La película y el libro me han arrastrado a un urgente deseo de morir. Pero ahora llueve. Y me dejo seducir por la dulzura de la lluvia. Yo moriré bajo el sol. El enemigo.
La homosexual de La sed. Sus ojos, en la escena de su encuentro con la mujer histérica, tenían un brillo tan mítico, una fijeza tan terrible, que hubiera querido levantarme e introducirme en la pantalla. Una mujer así no es homosexual, no es nada. Es de otro mundo. Por eso aún vibro y me disuelvo de deseos de encontrarla. (Posiblemente esta noche fantasee con ella muchas horas).
No tendré que esperar a la noche. Ya siento las señales familiares: un fuego en la casa del corazón. Un yacer sorda, ciega y despreocupada respecto del tiempo y del espacio en que estoy. Me siento protegida. Los seres mágicos —aquellos a los que les atribuyo magia— me hacen vivir. Los demás son «fantasmas trémulos recorridos de cólicos». Hasta hoy, ¿cuántos seres «mágicos» he conocido? La señora vieja y la joven, de negro ambas, que pasaban junto a mí todas las mañanas. La casa que habitaban —cercana a la mía— era el castillo encantado. Años después, la profesora de física, el profesor de historia, Lilia Deniselle y por último, Ostrov. Olvidaba a Greta Garbo, a Edwige Feuillére en Le ble en herbé y a la esfinge de La sed. Creo que se llama Eva Herring. Olvidaba también a la Virgen María y a Picasso. También la muchacha que juega con una mano en Le chien andalou.
Hay, además, instantes fugacísimos en que un ser exhaló magia: ciertas cartas de Clara, Jackie cantando canciones francesas, Juliette Greco en una canción que no recuerdo, Olga cuando se arrodilló a buscar algo y yo sentí su perfume y vi sus ojos y temblé, pero al instante ya se había pasado. No obstante, el más perfecto ha sido Ostrov. Y cierta mirada de Greta Garbo.
Debo agregar el retrato de Beatrice en la habitación de Elenita.
Ahora que detallé a estos seres o instantes. ¡Es tan poco! ¡Tan nada! ¿Y para esto he vivido tantos años? Porque lo demás no existe, jamás ha existido para mí. Pero ¿qué tienen estos seres, estas voces, que así me atraen o me han atraído? ¿Por qué me llenan de suspenso y de misterio? ¿Es sólo un oscuro presentimiento relacionado con mi presunta carencia de ternura materna? Yo sólo sería feliz en un mundo de esfinges. Sin palabras. Sólo la música, el vino, y los ojos más intensos del universo contemplándome.

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