Viernes 18 de Diciembre de 1959

Pavoroso amor al dinero. Todo se ha unido para hacer mi codicia y ambición: el signo Tauro, la raza judía, y mi infancia desdichada y humillada. Lucho con todas mis fuerzas. Lo terrible de los deseos que se desprecian.
Y qué sucedería si aceptase mi amor al dinero y a la gloria (gloria en el sentido de salir en revistas tipo Varis-Match). No. He de luchar conmigo misma. En verdad, el mundo del dinero es el mundo de mi familia. Seguramente lo que yo deseo es que me acepten: y tener dinero o ganarlo o conseguirlo es la única forma de conquistar su admiración y estima.
Pero el signo Tauro, la raza judía, la infancia desdichada.
El problema de mi mente en blanco. Mi inteligencia sólo y exclusivamente funciona cuando un estímulo cualquiera me arrastra a «regresar» en un sentido psicoanalítico: entonces, en dos minutos, tejo una historia perfectamente lógica, hermosa y seductora sobre un episodio cualquiera de la infancia que jamás viví pero que anhelo y extraño (?). Generalmente, los estimulantes son las escenas callejeras o de ómnibus, de niños y niñas con sus madres que evidencian inquietud y preocupación por sus hijos, o si no el llanto de un niño oído desde mi habitación, o cualquier hecho semejante. Entonces me hundo, caigo, me precipito, y tengo una hora, un día, seis meses, ocho años, catorce y veintitrés años de edad en diez minutos. Hasta que «despierto» y me acerco al espejo y me imagino a los cuarenta o cincuenta años, una mendiga loca, con manía depresiva hundiéndose en la misma y perenne y eterna fantasía. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Y me doy asco, y me desprecio y me repugno y lloro hasta que mi llanto me trae a la fantasía otro episodio, esta vez de carácter masoquista, pero que termina bien, con abrazos y besos profundos de una madre con rostro de esfinge, una suerte de Virgen María silenciosa, mágica y todo poderosa que no ama a nadie sino a mí, sino a ésta que no soy yo, porque yo no soy más que una infeliz neurótica con ambiciones y proyectos que jamás se cumplirán.
El estatismo de mi mente. Su inmovilidad pétrea. Ausencia absoluta de pensamientos. De allí la tartamudez.
La falta de espontaneidad.
Pero no hay qué exteriorizar espontáneamente porque dentro no hay nada. Sólo silencio y dolor.

1 comentario:

  1. Saltando de blog en blog, es como si buscando a otras, me encontrara a mí misma.

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