31 de Diciembre de 1959

Iré a París. Me salvaré. Tristeza reciente. No he tenido a quién comunicar mi alegría del viaje. Ahora la angustia. Ahora la abandonada.
Me gustaría estar con Olga y con Elenita. Me gustaría que vinieran algunas personas y beber vino y alegrarme.
No soy adolescente, soy una niña. A mi edad soy una niña. Una niña que tiene miedo de jugar. Una niña sin la inocencia de los niños. O quizá soy una vieja reblandecida. (Esto me gusta más.)

Lunes 28 de Diciembre de 1959

He releído mis poemas de los años 56 y 57. He adelantado notablemente. Me sorprendió el exceso de imágenes cursis y fáciles. Pero también me alegró reconocerlas ahora y considerarlas con una sonrisa conmovida y divertida. No obstante, el misterio de mi quehacer persiste oculto: escribo poemas cuando ello o algo o alguien lo quiere. Así sucedía a los diez y siete años y así continúa.
El peligro de mi poesía es una tendencia a la disecación de las palabras: las fijo en el poema como con tornillos. Cada palabra se hace de piedra. Y ello se debe, en parte, a mi temor de caer en un llanto trágico. Y también el temor que me provocan las palabras. Además, mi desconfianza en mi capacidad de levantar una arquitectura poética. De allí la brevedad de mis poemas.

Viernes 25 de Diciembre de 1959

He dormido once horas. El viaje a París se hace cada vez más posible: Quieren que me salve.
Salvarme, en mi caso, es salir de los ensueños. Amar la tierra, reconocerla y reconocerme.
Pienso en el día de ayer, y cómo estoy de enferma, cómo no puedo conducirme o contenerme o ser yo. Toda la mañana caminando, es decir, mi cuerpo caminaba, yo estaba lejos, en el país de la infancia, y vivía aventuras felices, hasta que al mediodía volví a mi casa, y me enfrenté con mi habitación silenciosa, llena de libros, de hojas sueltas con poesías escritas que me esperaban para que las corrigiera, y traté de sentarme y leer, pero no pude. Al final me senté en el suelo y leí el «pesa-nervios» de Artaud, que compré ayer, sabiendo que no debía hacerlo. Leí varias horas, con un silencio indecible: si hay alguien que puede o está en condiciones de comprender a Artaud, soy yo. Todo su combate con su silencio, con su abismo absoluto, con su vacío, con su cuerpo enajenado, ¿cómo no asociarlo con el mío? Pero hay una diferencia: Artaud luchaba cuerpo a cuerpo con su silencio. Yo no: yo lo sobrellevo dócilmente, salvo algunos accesos de cólera y de impotencia. Finalmente, arrojé el libro que me quemaba, hice un poema lleno de alaridos y me fui a la cocina a hundirme en revistas idiotas de cine y folletines y comencé a comer sin hambre. Después vino Nelly B. Me sentí tan culpable de recibirla habiendo comido tanto y leído tantas estupideces, que me sentí enferma y vomité.

Viernes 18 de Diciembre de 1959

Pavoroso amor al dinero. Todo se ha unido para hacer mi codicia y ambición: el signo Tauro, la raza judía, y mi infancia desdichada y humillada. Lucho con todas mis fuerzas. Lo terrible de los deseos que se desprecian.
Y qué sucedería si aceptase mi amor al dinero y a la gloria (gloria en el sentido de salir en revistas tipo Varis-Match). No. He de luchar conmigo misma. En verdad, el mundo del dinero es el mundo de mi familia. Seguramente lo que yo deseo es que me acepten: y tener dinero o ganarlo o conseguirlo es la única forma de conquistar su admiración y estima.
Pero el signo Tauro, la raza judía, la infancia desdichada.
El problema de mi mente en blanco. Mi inteligencia sólo y exclusivamente funciona cuando un estímulo cualquiera me arrastra a «regresar» en un sentido psicoanalítico: entonces, en dos minutos, tejo una historia perfectamente lógica, hermosa y seductora sobre un episodio cualquiera de la infancia que jamás viví pero que anhelo y extraño (?). Generalmente, los estimulantes son las escenas callejeras o de ómnibus, de niños y niñas con sus madres que evidencian inquietud y preocupación por sus hijos, o si no el llanto de un niño oído desde mi habitación, o cualquier hecho semejante. Entonces me hundo, caigo, me precipito, y tengo una hora, un día, seis meses, ocho años, catorce y veintitrés años de edad en diez minutos. Hasta que «despierto» y me acerco al espejo y me imagino a los cuarenta o cincuenta años, una mendiga loca, con manía depresiva hundiéndose en la misma y perenne y eterna fantasía. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Y me doy asco, y me desprecio y me repugno y lloro hasta que mi llanto me trae a la fantasía otro episodio, esta vez de carácter masoquista, pero que termina bien, con abrazos y besos profundos de una madre con rostro de esfinge, una suerte de Virgen María silenciosa, mágica y todo poderosa que no ama a nadie sino a mí, sino a ésta que no soy yo, porque yo no soy más que una infeliz neurótica con ambiciones y proyectos que jamás se cumplirán.
El estatismo de mi mente. Su inmovilidad pétrea. Ausencia absoluta de pensamientos. De allí la tartamudez.
La falta de espontaneidad.
Pero no hay qué exteriorizar espontáneamente porque dentro no hay nada. Sólo silencio y dolor.

Viernes 10 de Diciembre de 1959

Ya está. Me estoy volviendo loca. Ahora lo sé. Tengo miedo.
Cerebro paralizado. Mejor dicho: no hay cerebro, no hay pensamiento. Mi cabeza está hueca. Y ahora sé que hace muchos años que estoy loca. Pero antes me engañaban las imágenes, la fantasía. Ahora se han ido. Ni conciencia ni inconsciencia. Ni mundo externo ni interno. Vacío absoluto. Soy una poeta cibernética. Una máquina de hacer poemas. Pero pronto fallará: nada la alimenta. Nadie la cuida.
Debiera ir a París. Allí me curaría. No lo creo. Y pensar que yo debiera ser la más grande poeta en lengua castellana. Esto lo digo por la carencia de buenos poetas. En el país de los tuertos...
Taquicardia desde el miércoles. Fumo demasiado. Pero no. Me sobreviene cuando pienso en el viaje.
Quejarme y protestar. Basta de reglas de higiene. Llorar y clamar. De todos modos, ya estoy perdida. Ya no me queda esperanza de hacer ni lograr nada. ¿Cómo sería posible si no vivo?
He dormido trece horas. Las jornadas de la vigilia son atroces. Felicidad al acostarme.
Por qué diablos me moriré. Pero ¿para qué?

1 de Diciembre de 1959

Soñé que mi cuerpo envejecía tanto que teniendo veintitrés años la gente pensaba que tenía cuarenta.

Domingo 29 de Noviembre de 1959

He leído unas piezas de teatro Noh moderno, de Yukio Mishima. Verdadera poesía. Así tiene que ser el teatro. Atmósfera semejante a los films de Bergman, en cuanto a su conténido conceptual. En ambos, la demostración de la futilidad, del absurdo de la existencia humana, encarna en imágenes oníricas y en conceptos breves, terribles, bíblicos. Siempre me ha sorprendido y maravillado que se pueda realizar obras bellas partiendo de la imposibilidad de la felicidad o del absurdo de la existencia

Jueves 4 de Noviembre de 1959

Ayer, antes de morir hice este plan: vivir hasta los treinta años. En estos seis años y medio hacer una novela. Vivir sólo para el arte.
Voy al cine casi todos los días. Huyo de mi casa, de su oscuridad, de mis padres, de mis viajes a la cocina con mis complejos orales.
Cap. III. A don Quijote no sólo no lo toman en serio el ventero, los mercaderes, Juan Haldudo, etc., sino tampoco Cervantes. Tal vez por eso, se lo ve tan desamparado, tan conmovedor.

Sábado 31 de Octubre de 1959

No puedo leer La condición humana. No comprendo lo que leo. Pronto habré de retornar a los cuentos para niños. Pero tal vez ni a ellos los comprenda. No puedo leer. (Tal vez sea a causa de las pastillas para las glándulas. Me enervan.)

Martes 27 de Octubre de 1959

Cada vez más obesa. O al menos así lo siento. Fui a ver al dr. R. «Usted es anormal», dijo. «¿Cómo?», dije. «Quiero decir que sufre de las glándulas», dijo.
Ahora tomo unas cápsulas que me afectan los nervios.
He descubierto mi tendencia a conversar de temas obscenos, tratándolos con humor. Como dejando soslayar que participo en terribles orgías sexuales. Debe ser una manera de encubrir mi forzosa o forzada castidad, o lo que fuere. O también, para demostrar que soy absolutamente heterosexual, dado que mi vestimenta bohemia y mi voz ronca pueden hacer pensar en la homosexualidad. Lo cierto es que hablo como una devoradora de hombres. Moi! La pauvre petite.
La pauvre petite tiene que adelgazar. Esto es urgente. Pero ¡Dios mío! Cada vez me asquea más mirarme al espejo. No hago nada.
«Kyo sufría con el dolor más humillante: el que se desprecia experimentar.»

Domingo 26 de Octubre de 1959

Poesía es lirismo. La poesía es experiencia, así decía Rilke. Y yo digo: experiencia de la palabra.
Hay que leer muchas poesías. Experimentarlas.
A la tarde vinieron L. y G. L. me dio la medida de mi enorme diferencia con las demás muchachas de mi edad. Habló de la necesidad de rebelarse contra esas instituciones llamadas «novio» y «casamiento». Yo la miraba con asombro. Para mí ya no existen —si es que alguna vez existieron— esas cuestiones. Ni rebeldía ni aceptación. Nada.
No obstante, me gustaría casarme, por el solo hecho de experimentar un estado tan famoso. Estar casada una semana o un mes. De esta manera, podría casarme cinco o seis veces o más, sin ningún problema. Creo que me gustaría mucho y me divertiría bastante. L. insinuó que le gusto. ¿Cuándo conoceré a una muchacha sin tendencias homosexuales? Pensándolo bien, no conozco ni he conocido ninguna.
Comienza a seducirme «lo español».

Sábado 24 de Octubre de 1959

No es tartamudez. Es imposibilidad de pronunciar ciertas consonantes, particularmente las nasales.