Viernes 31 de Enero de 1958

¿Es posible que hable así, como una piedra en el camino que se sabe echada allí hasta el fin de la eternidad? ¿Es posible que crea, con los niños, que la muerte es algo que les sucede a los demás pero no a mí? ¿Es posible que Dios continúe siendo el «buen señor» de la infancia, ese que ve en todas partes, para quien no existen puertas ni silencios? Así es, pero es increíble. Y no lo lamento por vergüenza sino con el dolor de alguien que se veda una gran parte de la realidad que le sería plenamente accesible a no ser por ese infame anhelo de persistir en una niñez que ya no tiene razón de ser aunque sí estupidez y anacronismo.

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