Martes 17 de Enero de 1961

Historia de una confabulación de sombras para expulsar de la noche a la pequeña sonámbula.
Sensación del precio del silencio y de la soledad. Trabajar para ganarlos. Como si te prestan la vida, o te la alquilan, y tú la pagas en lentas y dolorosas cuotas. Vocabulario comercial. No otra cosa se espera de una «histérica muchacha judía».
Variante de los sueños de Betina: una muchacha se enamora exasperadamente de un joven. Lo encuentra por azar en la calle y decide contarle que sueña con él desde hace tres meses. Ella conoce Freud y no deja de salpicar su relato con zapatos, barcos, escaleras y grutas ávidas. El joven no se conmueve y bosteza sin disimulo. La muchacha se va llorando porque acaba de descubrir que su objeto amado no es en modo alguno el joven aburrido que la escuchaba apenas sino el otro, el de los sueños inventados para fascinar al que creía amar. Todo esto se complica pues después de un período de amor delirante por el entrevisto en el sueño-mentira descubre que el posesor de ese rostro es alguien que fornicó con ella (en broma) a los ocho años. De ese coito de juguete resta una cara que entrevio ese día en su relato al indiferente, cara que la conmovía tanto por su semejanza con la del padre fantaseado en las largas noches insomnes de su infancia insatisfecha.

Soy yo quien se va
pero eres tú quien me dice que me vaya:
no has venido.

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