10 de Enero de 1961

Almorcé con T. Una pura, una absoluta. Discusión interminable sobre la otredad y la unidad. Yo, naturalmente, fanática de la otra que soy. Por lo que me decía deduje que estuvo hablando de mí con Z., ambos censurando mi reiterada frase: «Yo, que tanto cambié en París». Me gustaría que pudieran sentir, un solo día, lo que yo toda mi vida: morir de incoherencia, de deseos irreconciliables, asistir maniatados y amordazados al caleidoscopio infame que forman las más horribles escenas de infancia sucedidas en una ruptura total con lo inteligible y lo esperado.
Le bleu du ciel, de G. Bataille. Todo libro importante parte de las obsesiones de su autor. Así yo, si no muero muy pronto, escribiré la historia del «rostro que tengo en las entrañas dibujado». Tal vez mi vida es sólo un penoso prepararse a escribir esta historia.
El adorado yo, la infancia cercana, los sueños de gloria, la vanidad.

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