4 de Enero de 1961

La palabra deseada, la que se hará dulcemente entrar en el viento. Y yo, filóloga inerte, miro izarse a la deseada, virgen innombrablemente mágica en mi cerebro primitivo. Tal vez quise decir «no», tal vez quise decir «sí», tal vez dije «no» porque el «sí» se acopló al viento. (Si el no amanece sí, tant pis pour moi.)
Y he sufrido con las palabras de hierro, con las palabras de madera, con las palabras de una materia excepcionalmente dura e imposible. Con mis ojos lúbricos he pulsado las distancias para que mi boca y las palabras se unieran furiosamente.

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