3 de Enero de 1961

Si trato de escribir de mí es para conjurarme.

Siento que me acerco al final. No sé si vendrá la locura o la muerte. Hace tiempo que estas palabras se vaciaron para [falta texto]. El pasado me invade. Cae en su maldad más pura; lo que sufrí está aquí. (Imposibilidad de describir concretamente lo que me atormenta).
Y debo escribir de mí, debo tratar de hallar palabras para explicar. Tengo miedo.
Sentimiento de lo provisorio. Escribo rápidamente y miro el reloj. Temo no tener tiempo. ¿Cuánto viviré aún? Leo con urgencia, miro y es vertiginoso. Corro. Adonde corro. Hay un cuchillo, algo presto a decapitarme. Nunca sentí más miedo.

El deseo antiguo, vehemente, procaz y precoz de tocar el sexo de mi padre.
El deseo. No. La obsesión por las llaves de la cocina eléctrica: una vez que la cerraba, que yo sabía que la había cerrado me obligaba a retornar para verificarlo una y otra vez hasta irme llorando de histeria.
Lo más importante es esto: durante mis alucinaciones habituales hubo varias veces la irrupción de un miedo infantil a quedar retenida en ellas, a no poder salir. Varias veces, en noches como ésas grité llamando a mi madre. Ella prendía la luz de su dormitorio y venía a mi pieza, sin inquietud, como si fuera natural que yo sintiera miedo y pesadillas y alucinaciones.
Tengo miedo, le decía.
Acostate y dormí, respondía.
Nunca mencionábamos esos sucesos. (Eran parte de la noche)
¿Cuántos años hace de esto? Dos, tres; no sé.

¿Cómo estudiaba Matemáticas? ¿Por qué daba exámenes tan brillantes? Porque estudiaba para ella.

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