2 de enero de 1961

Vi una vieja mendiga durmiendo en el suelo abrazada a una muñeca. (Yo no la vi. Mis ojos la vieron.) Por qué esta mujer en el suelo frío, por qué duerme y hace la noche en ella y por qué necesita en su gran oscuridad abrazar a una mueca enorme, nueva, bella, y por qué no duerme sin abrazarse a nada, así como vino a este mundo y por qué la gente necesita abrazarse a algo y en particular esta vieja a una muñeca. Las muñecas no necesitan abrazar viejas para dormir.

EN LA CALLE
Estación vieja, enferma. De ella salen los trenes. De sus vientres salen como el viento, con feroces sonidos y preparativos. La Gare St. Lazare, que le dicen, rodeada de selfservices y créperies (panquequerías, en castizo). Luego hay árboles. No sé si los hay, creo que debe de haberlos. Pero he aquí que yo camino, poeta poetizante en medio de luces verdes y rojas. Miedo. Miedo de esta calle de la Pepiniére. Y no obstante ayer vi algo: en el último piso de un edificio de oficinas había la ventana de una mansarda y yo me dije: es el dios de la lluvia, o el dios de los paraguas, o el de las flores que enloquecen como Ofelia porque el viento triste no las acaricia. Pero era un toldo contra el sol, contra el viento, con¬tra no sé qué cosa pero contra algo. Pero qué importa el toldo si yo me voy a morir, si tengo miedo. Hay gente. Pasan cuerpos. Si pudiera verlos como los veo, es que no puedo explicar cómo los veo, no puedo decirlo con palabras que expliquen. Un fuego, pies, paraguas, libros, bombonerías, alimentos para perros, todo gira, todo gira como en la noche cuando hace frío en mi cuartito de un quinto piso de Saínt-Michel, y yo me cubro, yo me envuelvo, me mezo en mi nostalgia preferida, me abrazo a la almohada y lloro, me avergüenzo de mi edad (la de mis papeles) y no comprendo por qué, tan de repente, ya no soy una niña. Pregúntalo, anda, demándalo, quéjate, protesta. Y después voy a tomar café al Ruc, un lugar burgués dicen pero en verdad lleno de viejas que se traen un sobrecito con café en polvo y sólo piden agua caliente para disolverlo y pan con manteca. Hay una tan gorda que cuando come es como si trabajara, quiero decir es como una dactilógrafa en su máquina, o un cartero con su saco de cartas, cuando devora es ella, hace su función en este mundo, se llena el cuerpo lentamente, y suspira como si ya estuviera muy cansada de este trabajo monótono y burocrático. Vi una vieja mendiga durmiendo en el suelo abrazada a una muñeca. Yo no la vi. Mis ojos la vieron. Y tuve miedo porque me dije por qué tantos pies y paraguas y perros y árboles y esta mujer en el suelo frío y por qué duerme y hace la noche en ella y por qué necesita —en su gran obscuridad— abrazar una muñeca enorme, nueva, bella, y por qué la gente necesita abrazarse a algo, y en particular esta vieja a una muñeca.

23 h
¿Por qué protesto? Es muy simple: nunca en mi vida pensé en mis circunstancias personales: escuela, familia, trabajo, relaciones, amigos. Me limité a sufrirlos como testimonios opuestos al clima de magia y ensueño de mi memoria. Luego, es natural que me dañen. Me sobrecoge mi carencia de defensas. Pienso en el suicidio. (Coqueteo con él. Como si al decirlo quisiera asustar a alguien. Pero mamá está lejos. Y tal vez no existe.) Como si aceptarme en mis circunstancias actuales llevara implícito un renunciamiento a algo fabuloso. Es el viejo problema. De todos modos, yo no existo. Soy un ser evanescente: la hija del aire, enamorada del viento.

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